Mc. 1,21-28
En efecto, la razón de la admiración de los oyentes, por un lado, no
es la doctrina, sino el maestro; no aquello que se explica, sino Aquél
que lo explica; y, por otro lado, no ya el predicador visto globalmente,
sino remarcado específicamente: Jesús enseñaba «con autoridad», es
decir, con poder legítimo e irrecusable. Esta particularidad queda
ulteriormente confirmada por medio de una nítida contraposición: «No lo
hacía como los escribas».
Pero, en un segundo momento, la escena de la curación del hombre poseído por un espíritu maligno incorpora a la motivación admirativa personal el dato doctrinal: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!» (Mc 1,27). Sin embargo, notemos que el calificativo no es tanto de contenido como de singularidad: la doctrina es «nueva». He aquí otra razón de contraste: Jesús comunica algo inaudito (nunca como aquí este calificativo tiene sentido).
Añadimos una tercera advertencia. La autoridad proviene, además, del hecho que a Jesús «hasta los espíritus inmundos le obedecen». Nos encontramos ante una contraposición tan intensa como las dos anteriores. A la autoridad del maestro y a la novedad de la doctrina hay que sumar la fuerza contra los espíritus del mal.
Pero, en un segundo momento, la escena de la curación del hombre poseído por un espíritu maligno incorpora a la motivación admirativa personal el dato doctrinal: «¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva, expuesta con autoridad!» (Mc 1,27). Sin embargo, notemos que el calificativo no es tanto de contenido como de singularidad: la doctrina es «nueva». He aquí otra razón de contraste: Jesús comunica algo inaudito (nunca como aquí este calificativo tiene sentido).
Añadimos una tercera advertencia. La autoridad proviene, además, del hecho que a Jesús «hasta los espíritus inmundos le obedecen». Nos encontramos ante una contraposición tan intensa como las dos anteriores. A la autoridad del maestro y a la novedad de la doctrina hay que sumar la fuerza contra los espíritus del mal.
¡Hermanos! Por la fe sabemos que esta liturgia de la palabra nos hace
contemporáneos de lo que acabamos de escuchar y que estamos comentando.
Preguntémonos con humilde agradecimiento: ¿Tengo conciencia de que
ningún otro hombre ha hablado jamás como Jesús, la Palabra de Dios
Padre? ¿Me siento rico de un mensaje que tampoco tiene parangón? ¿Me doy
cuenta de la fuerza liberadora que Jesús y su enseñanza tienen en la
vida humana y, más concretamente, en mi vida? Movidos por el Espíritu
Santo, digamos a nuestro Redentor: Jesús-vida, Jesús-doctrina,
Jesús-victoria, haz que, como le complacía decir al gran Ramon Llull,
¡vivamos en la continua “maravilla” de Ti!
+ Rev. D.
Antoni
ORIOL i Tataret
(Vic, Barcelona, España)
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¿Acostumbras traer tu Biblia siempre?
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