martes, 2 de junio de 2015

EL MONJE Y EL TURISTA

Un turista se encuentra con un monje en meditación y queda impresionado por la felicidad y la paz que le inspira.

El turista le pregunta: -"¿Cómo es que Ud. que ha renunciado a todo en el mundo, está en paz y feliz como si lo tuviera todo?, ¿En qué radica su capacidad de renuncia?"

El Monje sonríe y le contesta:
 -"También yo me asombro de la capacidad de renuncia de los hombres del mundo. Pues yo solo renuncio a cosas perecederas por tesoros de valor infinito, mientras ellos renuncian a lo infinito por cosas perecederas."

Nos gusta humanamente tener de todas, todas. Queremos lo material y lo espiritual, queremos el control de todo sin perder el favor de Dios, queremos servir a dos amos y cuando sabemos que eso no nos conviene, persistimos en vivir como si nuestro ser pudiera separarse en dos mundos diferentes donde imperan distintas reglas, Dios en un lado y el hombre como dios en el otro.

Todo en la vida implica sacrificio, un precio a pagar, algo que dar, sembrar y rendir. Lo que no implica sacrificio rara vez nos lleva a madurar o a ser más sabios. No hay cambio verdadero si un giro completo en nuestras prioridades. Si no permitimos que Dios desarrolle en nosotros un carácter de siervo, de servicio a otros, no egoísta, que viva por principios eternos, seremos esclavos de lo temporal y perecedero. 

Al final, siempre todo gran cambio de lo temporal a lo eterno comienza con una simple decisión, si permitimos a Dios ser nuestro Señor, es decir nuestro maestro y amo, podemos estar seguros de que estaremos en las mejores manos. Solo toman la primera y mejor decisión, entrega tu vida al Dios eterno.

Crecer duele, no hay atajos para madurar. Tal vez sientas que por tus circunstancias y las decisiones que te han llevado hasta donde estas hoy, tienes derecho de decidir tu futuro creyéndole a tus dudas y dudando de tus creencias eternas. Es tiempo de ser un radical, tu vida merece intentarlo seria y continuamente.


"No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis: porque la vida vale más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido; fijaos en los cuervos: ni siembran, ni cosechan; no tienen bodega ni granero, y Dios los alimenta. ¡Cuánto más valéis vosotros que las aves!”.



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