Érase una vez un chico con mal carácter. Su padre le dio un saco de
clavos y le dijo que clavara uno en la verja del jardín cada vez que
perdiera la paciencia o se enfadara con alguien.
El primer día
clavó 37 clavos. Durante las semanas siguientes se concentró en
controlarse y día a día disminuyó la cantidad de clavos nuevos en la
verja. Había descubierto que era más fácil controlarse que clavar
clavos.
Finalmente llegó un día en el que ya no clavaba ningún nuevo clavo. Entonces fue a ver a su padre para explicárselo.
Su
padre le dijo que era el momento de quitar un clavo por cada día que no
perdiera la paciencia. Los días pasaron y finalmente el chico pudo
decir a su padre que había quitado todos los clavos de la verja.
El
padre condujo a su hijo hasta la verja y le dijo: « Hijo mío, te has
comportado muy bien, pero mira todos los agujeros que han quedado en la
verja ».
Ya nunca será como antes. Cuando discutes con alguien y le dices cualquier cosa ofensiva le dejas una herida como ésta.
Puedes clavar una navaja a un hombre y después retirarla, pero siempre quedará la herida.
No
importan las veces que le pidas perdón, la herida permanecerá. Una
herida provocada con la palabra hace tanto daño como una herida física.
Los amigos son joyas raras de encontrar.
Están listos para escucharte cuando tienes necesidad, te sostienen y te abren su corazón.
Enseña a tus amigos cómo les quieres.
« Una de las bondades de la amistad es saber a quien confiar un secreto ». (Alessandro Manzoni)
La mano que produce la herida también la puede aliviar…
Aprende a pedir perdón… da siempre el primer paso… así seas tu el ofendido…
DIOS CONTIGO
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