jueves, 17 de diciembre de 2009

DEVOCIONARIO CATOLICO...


DEVOCIONARIO EUCARÍSTICO
Jesús Martínez García
PRESENTACIÓN

I. ADORACIÓN EUCARÍSTICA
1. El amor a la Eucaristía fuera de la Misa 2. La Archicofradía de los Jueves Eucarísticos 3. Dios está aquí 4. Cristo, ofrenda permanente 5. La adoración eucarística 6. Adoración y solidaridad.

II. MILAGROS EUCARÍSTICOS
1. Los corporales de Daroca 2. La iglesia del Corpus de Segovia 3. Santa Clara y los sarracenos 4. En El Escorial 5. En la Villa de Vilueña 6. El milagro de Lanciano.

III. ORACIÓN MENTAL
1. Disposiciones para orar 2. Cómo prepararse 3. Dificultades en la oración 4. Los propósitos

IV. ORACIONES Y DEVOCIONES EUCARÍSTICAS
1. Para comulgar bien 2. La visita al Santísimo 3. Quince minutos con Jesús Sacramentado 4. Oración para antes de comulgar 5. Oraciones para después de comulgar 6. Adoro te devote 7. Lauda Sion 8. Oración del Ángel de Fátima 9. La Comunión espiritual

V. EXPOSICIÓN Y BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO
VI. CANTOS EUCARÍSTICOS
1. Cantemos al Amor de los amores 2. Dueño de mi vida 3. Jesús vivir no puedo 4. Oh buen Jesús 5. Jesús amoroso 6. Cerca de Ti, Señor 7. De rodillas, Señor, ante el Sagrario 8. Acerquémonos todos al altar 9. Te conocimos al partir el pan 10. Tú eres, Señor, el Pan de vida 11. Vaso nuevo.
PRESENTACIÓN
Por Mons. Elías Yanes, Arzobispo de Zaragoza.
25 de julio de 1998. Solemnidad de Santiago Apóstol.
El Concilio Vaticano II nos recuerda las diversas formas de la presencia de Cristo Resucitado: “Para llevar a cabo una obra tan grande, Cristo está siempre en su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por el ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz», sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente, finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20)” (Sacrosanctum Concilium, n.7).
La presencia de Cristo bajo las especies del pan y del vino eucarísticos se llama “real”, como advirtió Pablo VI (Mysterium fidei, 1965), no por exclusión, como si las otras presencias no fueran también “reales”, sino excelencia, por antonomasia, por tratarse de una presencia substancial, por la que se hace presente realmente el Cristo todo e íntegro.
La Iglesia expresa su fe viva en esta presencia de Cristo invitando a adorar al Señor que está en las especies sacramentales que se conservan en el Sagrario, y a las diversas formas del culto eucarístico: horas de adoración, exposición del Santísimo, bendición eucarística, procesiones eucarísticas, congresos eucarísticos, etc (Juan Pablo II, El misterio y el culto de la Eucaristía, 1980, n.3). Esta veneración es inseparable de la celebración de la Santa Misa. La participación en esta celebración de la Eucaristía es el momento central del culto a Cristo, y, por medio de Cristo, al Padre en el Espíritu Santo.
La adoración a Cristo presente en la Eucaristía nos hace pensar en el misterio de la última cena y del Calvario. Veneramos el “cuerpo entregado” de Cristo y su “sangre derramada”, como ofrenda y sacrificio de reconciliación y alabanza de Cristo al Padre, ofrecido por nosotros y por todos los hombres. Adoramos en la Eucaristía al Cristo resucitado que continúa haciendo aquella ofrenda que hizo de sí mismo en la última cena y en la cruz.
Este Cristo presente en la Eucaristía no está separado de su Iglesia del cielo, de la que se purifica en el purgatorio y de la que peregrina en la tierra (cfr. Lumen Gentium, n. 49). Existe una profunda conexión entre la Eucaristía y la Iglesia: “como la Iglesia hace la Eucaristía, así la Eucaristía hace a la Iglesia... En la Comunión eucarística recibimos pues a Cristo, a Cristo mismo; y nuestra unión con Él, que es don y gracia para cada uno, hace que nos asociemos en Él a la unidad de su Cuerpo que es la Iglesia” (Juan Pablo II, o.c. 4).

El culto verdadero a la presencia de Cristo en la Eucaristía es inseparable de la fe en el amor y presencia de Cristo en nuestro prójimo, especialmente en los pobres y en los que sufren (cfr. Mt 25, 31-46). “En efecto, si la vida cristiana se manifiesta en el cumplimiento del principal mandamiento, es decir, en el amor a Dios y al prójimo, este amor encuentra su fuente precisamente en el Santísimo Sacramento, llamado generalmente el Sacramento del amor... La Eucaristía significa esta caridad, y por ello la recuerda, la hace presente y al mismo tiempo la realiza” (Juan Pablo II, o.c. 5).
Nuestro encuentro con Cristo presente en la Eucaristía nos impulsa a participar de los sentimientos del corazón de Cristo (cfr. Flp 2,11) y a unirnos a Él en la voluntad que Él tiene de que el Evangelio llegue a todos los hombres y a todos los pueblos.
Cristo en la Eucaristía no está separado de Dios Padre. En la Eucaristía sigue siendo “Camino” para nuestra comunión con el Padre (cfr. Jn 14,6). Ni está separado del Espíritu Santo (Jn 16,13). En la Eucaristía nos ofrece el don de su Espíritu. Dóciles al Espíritu podemos vivir en íntima comunión con Cristo y con el Padre (cfr. 2 Co 13, 11-13).
Las meditaciones y oraciones de este “Devocionario Eucarístico” nos ayudarán a crecer en el amor verdadero a Jesús presente en la Eucaristía. Así lo suplico a nuestra Madre la Santísima Virgen del Pilar, para bien de toda la Iglesia.

I. ADORACIÓN A LA EUCARISTÍA

1. Amor a la Eucaristía fuera de la Misa
La presencia de Jesucristo en la Eucaristía es una demostración del amor que Dios tiene a los hombres, que ha querido perpetuar a través de los siglos y en cualquier lugar del mundo su Sacrificio redentor, el misterio pascual, el "paso" de Jesús de este mundo al Padre a través de su Muerte, Resurrección y Ascensión al cielo (la Santa Misa), y además ha querido permanecer con nosotros de forma sacramental en la Hostia Santa para ser nuestro alimento, nuestra compañía y un medio excepcional para que podamos demostrarle nuestra fe y nuestro amor.
La celebración del Sacrificio de la Eucaristía se completa con la Comunión de Cristo que se entrega por nosotros. La presencia de las especies consagradas no pierden su carácter de alimento por el hecho del intervalo que separa las palabras de la Consagración del momento en que se va a comulgar.
Por eso, desde los inicios del cristianismo se reservaron las Sagradas especies para poder llevarla a los enfermos y para que los fieles pudieran comulgar fuera de la Misa. La conservación de las Sagradas especies introdujo la costumbre de adorar este Manjar del cielo conservado en el Sagrario.
Según diversos documentos del Magisterio de la Iglesia, el misterio eucarístico hay que considerarlo en toda su amplitud, tanto en la celebración misma de la Misa como en el culto de las Sagradas especies que se reservan después para prolongar la gracia del Sacrificio (Cf. Pío XII, Enc. Mediator Dei; Pablo VI, Enc. Mysterium fidei, Conc. Vat. II, Presbyterorum ordinis). Hay una unidad y una estrecha interrelación entre el Sacrificio, el Alimento y la Presencia real. La participación en la celebración eucarística ha de llevar a la Comunión y a la adoración después de la Misa; y la adoración eucarística -que tiene su inicio en la Misa- debe tener como fin la mayor y mejor participación en la celebración. Aislar uno de los elementos haría caer en desviaciones que tal vez pudieran darse por falta de formación teológica.
Por eso, aunque en este Devocionario no se trata de la celebración eucarística (la Santa Misa), sino del culto a la Eucaristía fuera de la Misa, debemos tener claro que el punto de referencia ha de ser el Sacrificio eucarístico, al que deben acercarnos las consideraciones que aquí hacemos para participar lo más frecuente y piadosamente que nos sea posible.
Dicho esto, nos ceñiremos a nuestro propósito, porque la Iglesia demuestra su fe y su amor a la Eucaristía no sólo en la celebración eucarística (la Misa) sino también con otras manifestaciones de culto: "La adoración a Cristo en este Sacramento de amor debe encontrar expresión en diversas formas de devoción eucarística: plegarias personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves, prolongadas, anuales (las cuarenta horas),

bendiciones eucarísticas, procesiones eucarísticas, Congresos eucarísticos" (Juan Pablo II, carta Dominicae Cenae, 24.II.1980, n. 3).
Estas demostraciones de piedad constituyen una de las mayores pruebas de la fe y del amor de los cristianos a Dios. De una parte, son muestra de gratitud ante el sublime don recibido: Dios mismo, que con tan gran "deseo" (desiderium desideravi) quiso instituir este Sacramento, y ante el que no debemos quedar indiferentes ni podemos acostumbrarnos, pues realmente Dios está entre nosotros y para nosotros.
Por otra parte, el amor a la Eucaristía es la manifestación lógica y adecuada de la fe del cristiano. Esta virtud teologal infundida por Dios no consiste solamente en conocer y estar de acuerdo con lo que Dios nos revela, sino en vivir según lo que creemos. La vida cristiana es ante todo "vida" que, comenzada en el Bautismo y potenciada en la Confirmación, alcanza su culmen en este Sacramento. Saber que Dios está escondido ahí en las dimensiones de las especies sacramentales y no comulgar ni acercarse a su vera para adorarle, sería un conocimiento estéril, una fe sin obras, muerta.
De modo semejante a como la vida natural se manifiesta en el movimiento y en la acción, la fe se demuestra en la vida, en las obras. Y si bien la fe debe informar todas las dimensiones y relaciones humanas, necesita primariamente demostrarse en el trato con Dios, donde se alimenta esa vida sobrenatural, que son los sacramentos, las oraciones y las devociones. Ser cristiano no se limita a ser buena persona en la vida diaria, sino que consiste en vivir de la fe y del amor en el transcurso del día, demostrándolo en la relación con sus hermanos. Pero para eso tiene que circular por las venas de su alma la vida divina, y la fuente y el culmen de esa vida es la Eucaristía.
Han sido muchas y diversas las iniciativas que Dios mismo ha inspirado a los hombres para que manifiesten su amor a este augusto Sacramento. Uno de los cauces para la veneración a Cristo en la Eucaristía es la archicofradía de los Jueves Eucarísticos, nacida a principios del siglo XX y que se ha desarrollado en muchísimas parroquias de todas las diócesis españolas y en muchas otras del mundo entero, y que ha sido alentada por la jerarquía eclesiástica. Para los que forman parte de esta archicofradía y para los que no tengan noticia aún, queremos reseñar brevemente algunos datos históricos que permitan conocer esta institución, ya que podría ayudarles a crecer en su amor a la Eucaristía.
2. La Archicofradía de los Jueves Eucarísticos
Nació en 1907, en Vigo, como fruto de los Decretos que fomentaban la Comunión frecuente y diaria del Pontífice San Pío X. Fue su fundador el capuchino R. P. Juan de Guernica, que dio forma a la inspiración divina que tuvieron doña María Saracho y Spínola y su hija María Margarita, siendo aprobada el 14 de agosto de ese año por el entonces Obispo de Tuy, don Valeriano Menéndez Conde.
La finalidad que se pretendía era que el jueves, día en que el Señor instituyó la Eucaristía como muestra de su amor hasta el extremo por nosotros, hubiera cristianos que quisieran comprometerse a dedicar en ese día de la semana un rato largo para adorar a Jesús Sacramentado, y lo hicieran según un modo establecido en grupos de doce personas, como doce fueron los apóstoles.
La meditación con el recuerdo de aquel largo rato de oración de Jesús en el Cenáculo podía despertar afectos y ser la hora del amor, que preparase a la recepción de la Sagrada Comunión.
Después, el P. Guernica la presentó al Congreso Eucarístico Internacional de Madrid en 1911, el cual aprobó por unanimidad esta conclusión: Establézcase en todos los pueblos la Obra de los "Jueves Eucarísticos". En mayo del año siguiente algunos Caballeros del Pilar formaron un "coro" de adoración y poco después el Padre Guernica entregó esta iniciativa bajo el patrocinio de la Virgen del Pilar- en manos de una Junta, encabezada por don Juan Buj y ayudado de varios sacerdotes y seglares. Enseguida contó con la aprobación del arzobispo de Zaragoza, don Juan Soldevilla y Romero.

Constituida esta primera Junta Nacional, posteriormente fue elevada a Universal por los Decretos de Su Santidad Benedicto XV, el 5 de diciembre de 1920, y de Pío XI, el 12 de junio de 1923, en que decretó que "después de haber oído el parecer del Cardenal Prefecto de la Congregación del Concilio, con Nuestra Autoridad Apostólica y en virtud de las presentes, queremos y decretamos: que a la Archicofradía titulada de los Jueves Eucarísticos canónicamente erigida en Zaragoza, puedan agregarse todas las Asociaciones del mismo nombre que existan, no sólo en España, sino en todo el orbe de la tierra". En 1957, al cumplir las bodas de oro, la Revista de la archicofradía que lleva el mismo nombre, indicaba que eran más de veinte mil los centros establecidos en el mundo -parroquias, Ordenes y Congregaciones religiosas- que cobijaban a varios millones de asociados, y que para celebrar esa conmemoración, el Centro Universal de la Asociación que se hallaba en Zaragoza, entregó al Arzobispo de la diócesis, don Casimiro Morcillo y González, dieciocho custodias para las iglesias que se habían edificado en los suburbios de la ciudad con el fin de fomentar el culto eucarístico.
El jueves 17 de octubre de 1957 Su Santidad el Papa Pío XII dirigió a esta obra un radiomensaje a las ocho y media de la tarde, momento en el que se estaba celebrando en los Centros una Hora Santa extraordinaria, y que pudo ser escuchado por Radio Nacional. Especial mención mereció la que se celebró en la Basílica de Nuestra Señora del Pilar, con asistencia de todos los Centros y Banderas de Zaragoza.
La Revista oficial de los Jueves Eucarísticos, en su número extraordinario de diciembre de 1957 publicó el rediomensaje de Su Santidad, del cual transcribimos unos párrafos: ¿Quién hubiera podido soñar con los veinte mil Centros de hoy, los millones de asociados y, en una palabra, con esta grande hoguera cuya luz y cuyo calor perciben todos? ¡Cuántas ciudades y cuántos pueblos purificados y renovados; cuántas parroquias y cuántos centros vivificados y beneficiados; cuántas almas santificadas y hasta sublimadas a los más altos ideales de la perfección cristiana.
Poco a poco, la aprobación de insignes Prelados, la recomendación del Congreso Eucarístico Internacional de Madrid (1911), la Bendición de los Sumos Pontífices, el especialísimo favor de ser recibidos bajo el manto maternal de la Patrona y Reina de España...
Bien está, pues, hacer de todos los jueves del año una jornada dedicada especialmente a la evocación de aquel gran día, en que nuestro amabilísimo Redentor, "cum dilexisset suos, qui erant in mundo", aunque siempre amaba a los suyos en esta tierra, entonces les amó hasta el extremo, no sólo quedándose con ellos para siempre, sino también dándoseles como alimento, produciendo así en sus almas los más maravillosos efectos y concediéndoles la perfección y la consumación de la vida sobrenatural, que aquí halla sustento, crecimiento, reparación y gusto...
Que vuestra Archicofradía, y todas las instituciones similares que en la Iglesia de Dios florecen, crezcan y se desarrollen hasta inundar y llenar las respectivas naciones, hasta llegar a todo el mundo y a todas las almas, comunicándoles el amor a la Eucaristía, a esa Eucaristía que ha de salvar al mundo.
En ese número de la Revista se recogían los testimonios del Nuncio del Papa en España, del Cardenal Arzobispo de Toledo, del Cardenal Arzobispo de Santiago, del Cardenal Arzobispo de Tarragona, y de sesenta y tres Obispos españoles con palabras de alabanza para esta institución y alentando a promoverla en las Parroquias con el fin de que todos pudieran aprovecharse de sus bienes espirituales.

Estos los últimos decenios el Espíritu Santo ha suscitado otros modos de piedad en el seno de la Iglesia; a la vez, se puede constatar que algunas prácticas piadosas tradicionales se realizan actualmente de un modo distinto a como se hacían en años pretéritos. Sin embargo siempre será imprescindible la adoración al Santísimo Sacramento, pues es parte esencial de la demostración de la fe de la Iglesia.
En estos años, la Revista de los Jueves Eucarísticos, editada en Zaragoza, ha seguido llegando a los cientos de Centros que están suscritos, siendo de alguna manera vínculo de unión entre ellos, y ha servido de expansión para promover el culto a la Eucaristía, sobre todo en Sudamérica, especialmente en Perú donde hay setenta y cinco Centros.
3. Dios está aquí
Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor: Dios está aquí. Es inaudito, pero es la realidad. Para quienes no tienen fe es increíble, pero no lo es para quienes creemos en la palabra de Dios. Jesús lo afirmó con claridad: Quien come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn 6,56).
Muchos le abandonaron entonces porque, sin la fe, esas palabras resultan duras de admitir. Jesús, sin embargo, no rebajó su contenido. ¿Queréis marcharos?, preguntó a sus apóstoles. Porque las cosas son así, esta es la realidad. Pedro, movido por Dios, afirmó: Señor, ¿a quién vamos a ir?, de quién nos vamos a fiar, si sólo Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que Tú eres el Santo de Dios (Jn 6,68).
Agradecemos a Dios que nos haya dado a conocer esta verdad, pero se requiere como respuesta un acto de fe personal: Te creo, Señor; si Tú lo dices, será así. Para eso hacía Jesús los milagros, para que, viendo sucesos extraordinarios, creyeran cosas humanamente increíbles, misterios que sólo sabe Dios y de los que desea hacernos partícipes. Los contenidos de la fe son un regalo para los que tienen fe, para los humildes. Quien se fía de alguien que sabe más acaba sabiendo lo que no conocía. Los cristianos conocemos realidades maravillosas y salvíficas que no pueden ser conocidas los quienes se guían exclusivamente por sus propias evidencias, su experiencia y su limitada razón. La Eucaristía, en este sentido, es un regalo para los que tienen fe.
En la Biblia se descubre el interés de Dios por estar cerca de los hombres, de aquellos que le pueden reconocer como Dios. Por eso, Dios hizo una alianza con el pueblo de Israel. Ellos se comprometían a escuchar su voz y a obedecerle, y Dios se comprometía a estar en medio de ellos y a protegerles. Su presencia estaba en un lugar sagrado (la Shekinâ): Me harán un santuario y habitaré en medio de ellos (Ex 25,8). Primero fue la "Tienda del encuentro" durante el éxodo por el desierto y luego instalada en Jerusalén, y después reemplazada por el Templo de Salomón. Allí, en el "Sancta sanctorum" habitaba Dios de una manera especial en medio de su pueblo.
Pero al llegar la plenitud de los tiempos, Dios mismo puso su tienda entre los hombres, y habitó entre nosotros, como dice Juan en el prólogo de su Evangelio (Jn 1,14). Aquella presencia de Dios en medio de Israel quedó sustituida por un Hombre en cuyo cuerpo habita en plenitud la divinidad. Jesús es el Emmanuel, Dios con nosotros. Él predijo a los judíos que, si le mataban, ya no habría templo en Jerusalén, y que Él al tercer día reedificaría otro templo no hecho por mano de hombre.
Una vez resucitado ya no iba a haber más templo ni lugar donde se adorara a Dios, porque los verdaderos adoradores adorarían en espíritu y verdad. Ya no sería un "lugar" donde se adoraría a Dios, sino una Persona: dondequiera que se halle el Cuerpo de Cristo, allí estará Dios. Quien desee encontrarse con Dios tiene que ir a Él, porque no se nos ha dado otro nombre bajo el cielo, no hay otro camino, no hay otro lugar. Cristo está en su Iglesia (Mt 28,20) y en todo hombre que permanezca en su palabra y en su amor (Jn 14,16; 15, 4-9), pero de una manera especial -de modo sacramental- en su Cuerpo y en su Sangre (Jn 6,56): Esto es mi cuerpo..., ésta es mi sangre... (Mc 14,22; 1 Cor 11,24).
En los sacramentos de la nueva ley se simboliza con signos visibles la realidad que contienen, y en ellos se hace presente Cristo y nos da su gracia; pero "El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de ella como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden todos los sacramentos. En el santísimo sacramento de la Eucaristía están contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero. Esta presencia se denomina real, no a título exclusivo, como si las otras presencias no fuesen reales, sino por excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (C.E.C., 1374).
La Eucaristía hace presente aquí -en las dimensiones del pan y del vino consagrados- a Cristo vivo, y lo hace presente continuamente en la Iglesia a través de los siglos. La Eucaristía no es una simple referencia a la persona de Cristo, sino que es su misma Persona.
4. Cristo, ofrenda permanente
"La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y ésta se hace presente: el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual" (C.E.C., 1.62 y 1.364). Cristo permanece en la Eucaristía como estaba en la Cruz, ofreciéndose al Padre, y ofreciéndose por nosotros. 

Jesús vino a este mundo, como decimos en el Credo, "por nosotros los hombres y por nuestra salvación". El momento álgido (el kairós) de su estancia en la tierra fue su muerte y resurrección, el misterio pascual. Por medio del pan y del vino, la Eucaristía hace presente a Cristo en ese misterio salvífico de su vida: Siempre que coméis este pan y bebéis este cáliz anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva (1 Cor 11,26), escribió san Pablo. Para los primeros cristianos y para los que vendrían después, Jesús resucitado era "el Señor", Dios; y aunque cuando se hace presente ahora, lo hace tal como vive actualmente, es decir, resucitado, su modo estar ahí es en estado de ofrenda, de entrega.
Cristo nos salvó por su obediencia y su amor, manifestados en su sufrimiento y la muerte -Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil 2,8)- en un acto de entrega y de ofrenda al Padre en favor de sus hermanos los hombres, y esa misma disposición es la de Cristo cuando aparece en el momento de la Consagración de la Misa, y no sólo en ese momento, sino mientras duran las especies sacramentales.
"Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado hasta el fin, hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor" (C.E.C. 1380).
Y de la misma manera que decimos que Jesús no vino a la tierra simplemente para estar sin más por Palestina, sino para entrar en relación con los hombres, para hablarnos, para salvarnos, darnos ejemplo y que los hombres pudiéramos entrar en relación personal con Él, también podemos decir que la presencia de Cristo en la Eucaristía no es simplemente para "estar ahí", sino que se ha quedado "para nosotros". Su presencia real tiene unos fines: "fin primario y primordial es la administración del Viático; los fines secundarios son la distribución de la comunión fuera de la misa y la adoración de Nuestro Señor Jesucristo presente en el Sacramento" (Ritual de la sagrada comunión y del culto eucarístico fuera de la misa, n. 5).

Jesús nos invita -siempre que nos acerquemos con las debidas disposiciones- en primer lugar a la Comunión con Él. Así lo expresan sus mismas palabras: Tomad, comed: esto es mi cuerpo (Mt 26,26). La Eucaristía no fue instituida para estar simplemente milagrosamente en el sagrario, sino que es "para nosotros", para que Le recibamos como alimento espiritual de nuestras almas.
Pero además su presencia constante en las especies sacramentales es una invitación suya a que le acompañemos pues bien sabe Dios que necesitamos de su cercanía, ya que la amistad lo requiere y desea. Ha sido un deseo de Jesús de estar cerca de nosotros, y es una necesidad para el cristiano, porque después de la misa siente la necesidad de decirle lo que Le dijeron los discípulos de Emaús: Quédate con nosotros (Lc 24,29). Y Él, que tanto desea nuestra compañía, ha accedido a nuestro querer. Su presencia real se ofrece a nosotros para que entremos en ese diálogo de persona a Persona con Él. Jesús en la Eucaristía es una ofrenda permanente al Padre y una ofrenda permanente para nosotros.
A la vez, es siempre una interpelación a que el amigo viva como Él vive en la Eucaristía: ofreciéndose al Padre. Es una invitación a participar en el sacrificio de la nueva alianza -que es vida para nosotros-, con las actitudes de Cristo, que se anonadó y obedeció al Padre entregando su vida hasta el fin. Una invitación, en fin, que comprometa a quien adora, y también él esté dispuesto a ofrecerse al Padre en favor de sus hermanos los hombres.
La adoración eucarística no puede quedarse, por tanto, en una asistencia pasiva ante la Hostia expuesta o ante el sagrario. Adorar ha de ser ante todo una comunión con Cristo en su misterio pascual de muerte y resurrección.
Comunión que tiene como fin la plena configuración con Cristo hasta poder decir como San Pablo Ya no vivo yo, pues es Cristo el que vive en mí (Gal 2,20). La adoración eucarística se convierte entonces en una adoración al Padre, en Cristo, por el Espíritu Santo, en una adoración en espíritu y en verdad (Jn 4,24), como desea Dios que se le adore.
5. La adoración eucarística
Si bien al hablar del sacrificio de la Misa el Catecismo dice que "la Eucaristía es un sacrificio porque representa (=hace presente) el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y aplica su fruto" (C.E.C. 1366), algo semejante puede decirse de la Eucaristía como sacramento, pues Cristo que está en Ella resucitado, está en actitud oferente, en permanente ofrenda al Padre por nosotros.
La cumbre del culto a Dios es el Sacrificio de la Cruz que se renueva cada día en nuestros altares, pero como la permanencia de Cristo en las especies sacramentales hace referencia directa al Sacrificio eucarístico, bien puede decirse que los fines de la Misa se prolongan en el Sacramento: la adoración, impetración de perdón, la petición y la acción de gracias. Cristo Sacerdote permanece en la Eucaristía como mediador para que nuestro culto sea agradable al Padre.
La adoración eucarística es adoración a Cristo, verdadero Dios. Pero también es adoración al Padre a través de nuestro mediador que es Él: “La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece totalmente. Se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo. El sacrificio de Cristo presente sobre el altar da a todas a las generaciones de cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda” (C.E.C. 1368).

He aquí el sacerdocio común de todos los fieles, que por estar bautizados pueden dar culto agradable a Dios, y unidos a Cristo oferente en la Eucaristía (en el sacrificio de la Misa primordialmente) pueden participar del sacerdocio de Cristo, ofreciéndose ellos mismos y todas sus actividades en una total disponibilidad al Padre. El Sacramento de la Eucaristía, como prolongación del Sacrificio del Altar, es donde el cristiano puede -por Cristo, con Él y en Él- rendir el culto más excelso: adorar, dar gracias, pedir bienes y pedir perdón. “La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración” (Juan Pablo II, Carta Dominicae Cenae, 3).
Aunque la oración ante la Eucaristía no se sitúa en el ámbito de la liturgia sacramental, sino en el de la oración cristiana, sin embargo está en íntima relación con ella, ya que la presencia de Cristo en el pan consagrado es consecuencia del Memorial celebrado (de la Misa). Porque el Cuerpo y la Sangre de Cristo se hacen presentes en la celebración eucarística, puede ser adorada la eucaristía al permanecer las especies sacramentales.
Por eso no sólo en la celebración litúrgica, sino también fuera de la misa la eucaristía conserva su profundo sentido sacrificial, pascual y de comunión: “La exposición de la santísima Eucaristía, sea en el copón, sea en la custodia, lleva a los fieles a reconocer en ella la maravillosa presencia de Cristo y les invita a la comunión de corazón con él. Así fomenta muy bien el culto en espíritu y en verdad que le es debido” (Eucharisticum mysterium, 60).
Esa comunicación con Cristo presente y cercano hace que se vayan imprimiendo en nosotros sus mismos sentimientos. La oración ante la Eucaristía se alimentará con las palabras del mismo Jesús en su evangelio, pero la sola meditación de su presencia eucarística mueve al orante en su actitud de acogida y escucha a advertir lo que Él quiere decirnos en su presencia silenciosa: la humildad, la generosidad, la pureza, la caridad..., y que el pan está allí para ser comido, y que ese pan que se entrega por muchos es signo de la comunión entre los cristianos.
6. Eucaristía y solidaridad
Jesús fue a la vez e inseparablemente el contemplativo del Padre y el que tanto trabajaba en servicio de los demás que no tenía tiempo ni para comer. Por eso, aunque en la Iglesia haya diversos carismas y se distinga entre almas contemplativas y las que se dedican a la acción evangelizadora, en realidad no debe de haber una contraposición radical, pues todos hemos de cultivar esas dos proyecciones.
Es una riqueza inmensa para todos la adoración de la Hostia expuesta en los conventos de clausura durante largos ratos, incluso de modo permanente. Sin embargo, esa personas, deben de tener presente a los que se desviven en su compromiso de acción, y en la medida en que puedan, ellas mismas han de sentir la urgencia de evangelizar. Sirva de ejemplo Santa Teresita de Lisieux, que sin haber salido nunca del convento, es sin embargo patrona de las misiones.
Asimismo, quienes se dedican a los enfermos, a la enseñanza, o desarrollan sus deberes profesionales y familiares, no deben dejar de tener un tiempo dedicado a la oración, y concretamente a la adoración a Jesús Sacramentado, de donde sacarán su fuerza, y donde, al reavivar la presencia de Cristo, se reavivará la presencia de los otros Cristos, los hombres.
Por tanto, sea cual sea el carisma de una institución dentro de la Iglesia, y aunque sea mucho el trabajo –la acción– que el cristiano tenga que desarrollar, nunca ha de faltar un tiempo dedicado a la adoración a Cristo, como medio importantísimo por donde Dios nos concederá la profundidad en la oración, la eficacia de nuestra labor y el verdadero sentido de la solidaridad.

Unas palabras de la Madre Teresa de Calcuta pronunciadas en el Congreso Eucarístico de Nairobi (1985) pueden servir de testimonio elocuente: «Si de verdad aspiramos a crecer en el amor, hemos de volver a la Eucaristía y a la adoración. Hasta 1973 teníamos en nuestro instituto media hora semanal de adoración al Santísimo. Pero entonces, con motivo del Capítulo General, decidimos por unanimidad fijar una hora diaria de adoración. Tenemos mucho que hacer, como es bien sabido, porque nuestros hogares para enfermos, leprosos y niños abandonados están en todas partes a plena ocupación. Sin embargo, nos mantenemos fieles a nuestra hora diaria de adoración. Pues bien: desde que introdujimos este cambio de la hora diaria de adoración, nuestro amor por Jesús es más íntimo, es más comprensivo nuestro amor recíproco, reina una mayor felicidad entre nosotras, amamos más a nuestros pobres. Y, lo que es más sorprendente, se ha doblado el número de vocaciones».
En su despedida entrañable en el Cenáculo, Jesús expresó un deseo que conviene que no olvidemos nunca: Cuando me vaya y os haya preparado un lugar, de nuevo vendré y os llevaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros (Jn 14,3). Jesús se fue al cielo el día de su Ascensión, pero quiso quedarse en la tierra en la Eucaristía. Él quiere que lleguemos a estar con Él en ese lugar reservado en el cielo, pero indudablemente desea que estemos ya juntos en este lugar en la tierra que es la Eucaristía: que donde Él está, estemos también nosotros.
Con esto nos demostraba, una vez más, que es el gran solidario con los hombres. Si de verdad creemos que está presente en la Eucaristía, nos daremos cuenta que Él es nuestro primer prójimo, y estaremos a su vera –sin prisa, que sea lo primero de todo– adorándole, acompañándole. Él, que no se deja ganar en generosidad, solucionará todos nuestros pesares y necesidades; y sobre todo nos concederá aquello que más necesitamos y que sólo Dios puede dar: la Fe, la Esperanza y la Caridad.

II. MILAGROS EUCARÍSTICOS
Los cristianos sabemos que en el Pan y el Vino consagrados están el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo, y tenemos certeza absoluta porque Jesús -que es Dios- así nos lo dijo. Los sentidos sólo captan los aspectos sensibles, pero nuestra inteligencia no tiene como única fuente de conocimientos lo que se capta por los ojos o por el tacto: hay cosas que sabemos y de las cuales tenemos certeza absoluta que son así en la realidad porque nos las han dicho.
La fe es una fuente de conocimiento muy común en las personas; de hecho casi todo lo que sabemos lo conocemos porque nos lo han contado. Y si el que nos habla es Dios, no hay mayor seguridad de que las cosas son tal y como Él nos las dice, pues la realidad es como Dios la ha pensado y la ha hecho y la verdad tal como Él la dice.
A los discípulos de Jesucristo les parecía increíble que pudieran comer su Cuerpo y beber su Sangre, y por eso, cuando en Cafarnaún les prometió la Eucaristía muchos le abandonaron. Pedro, sin embargo, dijo: ¿A quien iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna. Aunque nos parezca insólito, sabemos que es así porque Tú lo dices.
La Eucaristía es un premio para los humildes que se fían de lo que Dios dice. Pero además, Dios ha querido hacer algunos milagros a lo largo de los siglos para mostrar que Él puede haberse quedado escondido y vivo en las especies sacramentales. Anotaremos brevemente algunos milagros eucarísticos, pero que quede bien claro que los cristianos creemos no por ellos, pues aunque no se hubieran realizado, creeríamos igualmente.
1. Los corporales de Daroca

En el Libro bermejo de la Colegiata de Santa María de Daroca se halla el relato del milagro de los corporales que en dicha colegiata se guardan. Y aunque el relato no lleva fecha, en otro manuscrito del año 1397 ya se refiere a él. El relato dice que "según se narra extensamente en historias antiguas, el reino de Valencia lo detentaba el rey moro Zahén; y para que no molestase al reino de Aragón, Jaime I dispuso que el noble y valeroso señor Berenguer de Entenza con tropas de Daroca, Calatayud, Teruel y de sus comunidades mas otras gentes se acercasen a las fronteras del reino de Valencia... Tras muchas acciones, Jaime I en persona con amplio ejército se unió al noble Entenza y en 15 de octubre de 1238 ocupó la ciudad de Valencia. Una multitud de moros se retrajeron a Játiva, fortificándose y atacando diariamente a la perdida Valencia.
Por lo que el rey dispuso que Berenguer de Entenza con los suyos fortificasen cierto pueyo llamado Chío, en el término de Luchente, distante unas once leguas de Valencia... Cierto día que Entenza tuvo premonición de ataque moro, dispuso junto con otros cinco capitanes suyos, confesos y contritos recibir antes del combate la Eucaristía en nombre de toda la tropa cristiana. Un sacerdote de la iglesia de San Cristóbal de Daroca llamado Mateo Martínez, se dispuso a celebrar la misa en un altar dentro de una tienda de campaña que se alzaba sobre una piedra enorme en forma de ara. Consagradas las formas, tras sumir el sacerdote su hostia, reservando otras seis para Entenza y sus cinco capitanes, súbitamente atacaron los moros, y los combatientes cristianos, interrumpida en este punto la misa, se aprestaron a rechazar la ofensiva mora, quedando las seis formas ya consagradas pero no sumidas al cuidado del celebrante, quien en vez de sumirlas las recogió en el lienzo de los corporales. Los capitanes y sus gentes, tras rechazar el ataque moro regresaron a donde quedó el sacerdote, quien declaró haber escondido las seis formas consagradas dentro de los Corporales bajo una gran piedra a fin de evitar las profanase el enemigo moro. Y sacados los Corporales de su escondite y extendidos, aparecieron las seis formas adheridas al lienzo y teñidas de roja sangre, como si se tratase de la propia carne y sangre de Jesucristo...
Acabada la batalla un 23 de febrero víspera de San Matías, año 1239, abandonado por los moros el castillo de Chío, Berenguer de Entenza ordenó derribar sus muros e incendiarlo. Y al repartir el botín cogido a los moros surgió disputa sobre el destino de los Corporales: las gentes de Daroca adujeron la condición darocense del sacerdote que había consagrado las seis hostias. Echadas suertes sobre las ciudades que pretendían los Corporales, por tres veces correspondió a Daroca; pero para evitar sospecha de posible subterfugio en aquellas suertes, se acordó buscar una mula blanca traída de tierra mora, aun no conquistada por cristianos, que desconocía por tanto los caminos de cristianos, y colocando sobre su costillar los Corporales, dentro de una arqueta sujeta con cordones de seda roja, se la soltó sin freno alguno, dejándola discurrir a su natural arbitrio, siguiéndola gentes con luminarias, para que la mula se dirigiera al lugar donde la Providencia designase para residencia de los Corporales.
En este caminar sucederían varios hechos milagrosos... Y por la vía de Teruel, la mula, despreciando detenerse pese a halagos que recibía en su caminata, un 7 de marzo de 1239, se aproximó a la ciudad de Daroca, a más de cincuenta leguas de Luchente, llegando hasta el hospital de San Marcos, después convento de la Trinidad, hincó patas en tierra y expiró, enterrándola en el atrio. Los darocenses alborozados y llenos de devoción inusitada trasladaron la arqueta con los Corporales a la iglesia principal de Santa María, instalándolos en altar definitivo para tal relicario. Y es tradición, que noticioso Jaime I de estos sucesos vino a Daroca a adorar los Corporales, y regaló una custodia de plata sobredorada, concediendo además otros dones y privilegios".
El 10 de mayo de 1263, accediendo a las súplicas de Daroca, el Papa Urbano IV concedió indulgencias a los que concurrieran a la fiesta que se celebraba en Santa María de Daroca.
2. La iglesia del Corpus de Segovia

El año de 1410, reinando en España D. Juan Clarísimo, en el cual tiempo por ser el Rey de edad pequeña, que aún no había llegado a los catorce años, y la nobilísima Reina Dª Catalina, madre suya, era Gobernadora de todo el Reino; y siendo Obispo de la ciudad de Segovia D. Juan de Tordesillas, acaeció una cosa admirable y espantosa en esta ciudad. Y es que un sacristán de la iglesia de San Facundo, estando fatigado por una deuda que debía de ciertos dineros que era obligado, so pena de excomunión, a pagar a otro cristiano, viendo que por su pobreza no podía cumplirlo, determinó pedirlos a un judío médico, que tenía por nombre D. Mayr, vecino de esta ciudad.

El judío le respondió que todo lo que le pedía y mucho más le daría, si por prenda de esto le daba el Cuerpo de Jesucristo, que los cristianos decían era Dios. Entonces el sacristán prometióselo y dióselo en una custodia muy guardado, y recibió el sacristán los dineros y fuese muy alegre. Hecho esto, el judío muy contento, mandó llamar a otros judíos amigos y propincuos suyos secretamente, los cuales juntos, les dijo que él tenía la Hostia que los cristianos adoraban por Dios, y les dijo que sobre tal negocio determinasen lo que se había de hacer con deliberación. Pasado el concilio, tomaron con sus sucias manos el Cuerpo de Nuestro salvador y, menospreciándole, le trajeron a la sinagoga, adonde hicieron gran fuego, y en medio de él pusieron una gran caldera con resina, adonde, estando muy cociendo, determinaron echar el Cuerpo de nuestro Salvador Jesús dentro.
Mas mira el Misterio grandísimo en la Sagrada Hostia: la agarraron para echarla en la caldera y se fue volando por el aire, yendo tras de ella los malvados pensando tomarla; y luego en un momento comenzó a temblar la sinagoga y se oyó un gran trueno y estallido. que todos los postes y arcos se abrieron (y hoy día están así) y fue tan grande el ruido, que todos los judíos pensaron se venía el edificio al suelo. Entonces viendo los malvados la grandeza del milagro, determinaron tomar un paño limpio, y envuelta en él la sacratísima Hostia, la llevaron al monasterio de Santa Cruz, de la Orden de Predicadores. Y contaron al Prior por orden todo lo que había acaecido y le dieron el Cuerpo de nuestro Salvador, el cual lo llevó al altar con toda solemnidad. Y lo contó todo al Prelado de esta ciudad de Segovia, lo que oyendo el Obispo, se lo dijo a la Reina, que se hallaba en dicha ciudad, y acordaron de común consejo de hacer grande inquisición de esta maldad y echaron en prisiones a todos los principales de los judíos, entre los cuales prendieron a D. Mayr, los cuales después que les dieron tormentos, confesaron la verdad.
Acabada la justicia, el Obispo, con toda la clerecía y Cofradías en solemne procesión, vinieron a esta casa, donde acaeció el milagro, y la consagró para la iglesia que hoy se llama "Corpus Christi", desde cuyo tiempo el día de Corpus Christi cada año se hace una solemnísima procesión por toda la ciudad a esta iglesia.
Para testimonio de lo cual todas estas cosas, por orden común, e informado de hombres que se hallaron presentes al negocio, las escribió el egregio Dr. De Espina en un libro que se llama Pináculo de fe, que está hoy día en San Francisco de Valladolid (cf. I. Rodríguez y Fernández, Segovia. Corpus. Madrid, 1902).
Actualmente esta iglesia del Corpus Christi, situada junto a la Plaza Mayor de la ciudad de Segovia está llevada por madres Clarisas. Y todavía se sigue haciendo anualmente en las catorce principales parroquias de la ciudad una función de desagravio, con procesión al Corpus, llamada "catorcena".
3. Santa Clara y los sarracenos
Corría el año 1240 cuando las tropas del emperador Federico asolaban las tierras de Italia, destruyendo fortalezas y cometiendo toda clase de desmanes. Un viernes de septiembre de aquel año las tropas sarracenas y tártaras rodearon Asís y, una vez en la ciudad, entraron en San Damián hasta el claustro de las religiosas. Éstas, presa de espanto, acudieron entre lágrimas al dormitorio de Clara de Asís, que se encontraba tendida en su pobre lecho gravemente enferma.
Ella les dijo que tuvieran seguridad porque si Dios estaba con ellas los enemigos no las podrían ofender. Pese a estar enferma, pidió a sus hijas que la condujeran al refectorio. Ante la puerta que los enemigos golpeaban con furia desde el otro lado, mandó colocar la cápsula de plata, encerrada en una caja de marfil, donde se guardaba con suma devoción la Sagrada Forma. Y, postrada en tierra, rezó entre lágrimas así: "Señor, guarda Tú a estas siervas tuyas, pues yo no las puedo guardar".
Y he aquí que del relicario que contenía las sagradas Especies salió una voz como la de un niño que pudieron oír con distinción: "Yo siempre os defenderé". Clara añadió: "Mi Señor, protege también, si te place, a esta ciudad que nos sustenta por tu amor". Y la misma voz respondió: "La ciudad sufrirá, mas será defendida por mi poder". Entonces, la virgen Clara, levantando el rostro bañado en lágrimas, confortó a las que lloraban diciéndoles: "Hijas, yo salgo fiadora de que no sufriréis nada malo; basta que confiéis en Cristo". De inmediato, la audacia de los sarracenos, sedientos de sangre cristiana y capaz de los peores crímenes, se convierte en pánico por una fuerza misteriosa, y escapándose de prisa por los muros que habían escalado, huyeron de la ciudad. A continuación Clara conminó a las que habían oído la referida voz, prohibiéndoles con seriedad que, mientras ella viviera, se guardaran absolutamente de revelar el suceso a nadie (cf. I. Ormaechevarría, Escritos de Santa Clara y documentos contemporáneos. BAC).
4. En El Escorial
En la sacristía del Real Monasterio de El Escorial se encuentra una forma eucarística que fue llevada allí en tiempo de Felipe II y que desde Carlos II se le ha tributado culto público dos veces al año, los días 29 de septiembre, festividad de San Miguel, y 28 de octubre, fiesta de San Simón y San Judas.
A finales de junio de 1572, unos seguidores del reformador suizo Zwinglio irrumpieron en la iglesia católica de Gorkum, población a unos 55 kilómetros de La Haya (Holanda), bajo los dominios del rey Felipe II. Su odio a todo lo que fuese católico -iglesias, imágenes, reliquias, etc.- les llevó al extremo de apoderarse de una hostia consagrada, que extrajeron del copón donde se reservaba. Uno de los que profanó el templo tomó la forma y arrojándola al suelo la pisoteó, abriendo en ella tres orificios con los clavos de su calzado, de los que brotaron unas gotas de sangre. Sangre que, a pesar del tiempo transcurrido, todavía hoy se observa claramente en los bordes de los tres agujeros, aunque seca y con un color rojo un tanto desvaído por el paso de los años.
Ante tal extraño prodigio, los profanadores se turbaron, y uno de ellos apenado fue a dar cuenta de lo sucedido al rector de la iglesia, Juan van der Delft. Este recogió la forma consagrada del suelo y, ambos, rector y profanador, viendo el cariz que tomaban los acontecimientos, huyeron de la ciudad a Malinas, refugiándose en un convento de los Padres Franciscanos. Allí el profanador se convirtió y tomó el hábito franciscano.
Pero en 1572 Malinas cayó en manos de los sublevados y los católicos enviaron sus reliquias a la próxima ciudad de Amberes para ponerlas a salvo. Por el testimonio escrito del propio rector consta que la santa forma se entregó a Andrés de Horst, hombre de plena confianza y reconocida piedad, para que la custodiase, aunque bajo la vigilancia de los Padres Franciscanos. Cierto noble alemán llamado Fernando Weidner, cortesano y capitán del ejército del emperador de Austria, al tener noticia de la Forma milagrosa, deseó vivamente poseerla, no cejando en su empeño hasta conseguirlo. Por mediación del mismo Andrés de Horst se la pidió al prior de los franciscanos de Malinas, y con el apoyo del propio Van der Delft consiguió que le fuese entregada. La entrega fue realizada en 1580 en presencia delrector y del prior de los franciscanos. Pensaba, además, llevársela a Alemania para rebatir a ciertos incrédulos que negaban la sagrada Eucaristía. Le fue entregado asimismo un documento que avalaba su autenticidad (documento que se encuentra en El Escorial).
Llegado a Viena Fernando Weidner con dicho documento y con la Sagrada Forma, se lo dio a conocer a su amigo el noble Andrés Hirch y éste informó al Consejero del emperador, barón Adam Dietrichstein, y a su esposa doña Margarita de Cardona, que mostraron vivo deseo a Hirch de que consiguiese la Forma. Éste importunó tanto al noble alemán Weidner que no tuvo más remedio que regalársela.
Muerto el barón Dietrichstein, quedó doña Margarita dueña única de la Sagrada Forma, llevándosela consigo después a Praga. Después resolvió enviársela en 1594 a Felipe II por mediación de su hija la marquesa de Navarrés, residente en España. Antes de enviársela a su hija, quiso hacer constar por escrito ante notario y testigos que era la misma forma que ella y su marido habían recibido de Fernando Weidner.
Posteriormente, para que la Forma pudiese ser venerada en exposición pública, y a la vez quedase oculta cuando esto no tuviese lugar, el rey Carlos II pensó que un cuadro la ocultara. Claudio Coello lo realizó. En él se representa al padre Francisco de los Santos impartiendo la bendición al monarca.
En la guerra civil que hubo en España en el siglo XX, los 67 religiosos de El Escorial fueron fusilados y gracias al sacristán, padre José Llamas, que ocultó la Sagrada Forma en unos corporales debajo de una peana de un estante antes de ser detenido. Allí la encontró el padre Llamas, único superviviente, intacta. En esa época desapareció la custodia que regaló Isabel II; y en el verano de 1942, la custodia de Carlos II fue robada de su camarín. Por fortuna, el ladrón dejó la Forma en el templete. Para evitar otros robos sacrílegos, la Comunidad agustiniana encargó a Talleres Granda la confección de otra custodia, que fue estrenada en 1944.
5. En la Villa de Vilueña
El día 8 de noviembre de 1601 tocaron dos niños las campanas de la iglesia de La Vilueña con el fin de anunciar las exequias que se celebrarían al día siguiente por el alma del difunto D. Pedro Goñi, hijo y vecino del pueblo, fallecido el día anterior. Cumplida la misión, los niños bajaron de la torre e impulsados por el miedo del recuerdo del cadáver recientemente enterrado, corrieron hacia la puerta de la iglesia y, en su carrera tiraron una vela encendida.
Eran las 11 de la noche cuando un vecino del pueblo vecino de Munébrega vio un resplandor y acercándose a Vilueña descubrió que la iglesia ardía. Los vecinos intentaron apagar las llamas pero el templo quedó reducido a cenizas. El cura párroco, Don Miguel, se acercó donde estuviera el sagrario y, removiendo los escombros, con dolor advirtió que no estaba la arqueta donde se guardaba la píxide que contenía las Formas. Con lágrimas en los ojos anunció la pérdida a la gentes, que se pusieron a buscarlo por entre las ruinas pues el corazón les decía que allí debía de seguir.
Observaron que a quince pies donde había estado el altar brillaban unas ascuas, y allí se pusieron a buscar diciéndose que, si los Magos de Belén fueron conducidos por una estrella, aquel refulgor era una señal. Con un pico levantaron una baldosa y allí encontraron la arqueta que contenía el copón. El párroco la abrió y dentro estaba la cajita de plata con siete formas consagradas, que mostró al pueblo. Todos los fieles congregados se pusieron de rodillas para adorar.
Como la iglesia estaba en ruina, se traslado la arqueta a la planta baja de la casa de Don Joaquín Pujales, por ser amplia, con los pocos objetos de la iglesia que respetó el fuego, y allí estuvo hasta que terminaron de restaurar la iglesia (que fue mucho más tarde, en 1817). Pocos días después del incendio, las autoridades del pueblo enviaron noticias de este prodigioso milagro a los Reyes Don Felipe y Doña Margarita de Austria, que a la sazón se encontraban en Valladolid, donde habían trasladado la Corte en 1600. Interesados del suceso enviaron a su primer ministro, Don Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma, que informado de los hechos y veracidad de ellos dio cuenta a sus soberanos, los cuales concedieron en aquel año algunos honores, entre ellos el que pudiera ostentar en lo sucesivo el título de Villa.

Los fieles de esta Villa quisieron que anualmente se conmemorase tan grande milagro el día 9 de noviembre, fundando al efecto una Cofradía. Corría ya el año 1608, siete años habían transcurrido desde el horroroso incendio, las Sagradas Formas estaban en un estado tal de conservación que nada hacía presumir la más pequeña tendencia a descomponerse. Cuando en la visita pastoral que hizo en aquel año el entonces Obispo de Tarazona, Fray Diego de Yepes, movido de algún escrúpulo, las consumió quedando privados de aquel tesoro incomparable, y conservando solamente la arqueta y caja donde estuvo encerrado el Santísimo Sacramento.
6. El milagro de Lanciano
En Lanciano, pequeña población italiana situada a cuatro kilómetros de la autopista de Pescara a Bari, hay una iglesia dedicada a San Longinos. En esa iglesia, en el siglo VIII, un monje de la Orden de San Basilio, después de la Consagración padeció una fuerte duda contra la Presencia Real de Jesucristo en la Eucaristía. De pronto sus ojos contemplaron una maravilla: la Sagrada Hostia se convirtió en un pedazo de carne y el Sanguis en coágulos de sangre.
Han paso más de mil doscientos años. Actualmente el trozo de carne de forma redonda y con un hueco se conserva entre cristales en el ostensorio de una custodia. En su base, en una pompa de cristal, se guardan los cinco coágulos. Este relicario expuesto a la adoración de los fieles se halla en la iglesia de San Francisco de Lanciano.
El 18 de noviembre de 1970 los frailes menores conventuales, con autorización de la Santa Sede, confiaron a los profesores Linoli y Bertelli -éste último de la Universidad de Siena- el análisis de tales reliquias. El 4 de marzo de 1971 estos profesores dictaminaron sus conclusiones, que fueron publicadas en numerosas revistas científicas y en el libro de Bruno Sammaciaccia, titulado "Il miracolo Eucaristico de Lanciano". Los principales resultados de aquel análisis se pueden sintetizar así:
- La Carne es verdaderamente carne, la Sangre es verdaderamente sangre. Ambas pertenecen a una persona humana.
- La Carne y la Sangre son de una persona viva, no de un cadáver.
- Ambos son del mismo grupo sanguíneo (AB).
- El diagrama de esta Sangre corresponde al de una sangre humana que habría sido extraída de un cuerpo humano en el mismo día en el que se hizo la prueba.
- La Carne, que es como una rebanada, está constituida de un tejido muscular del corazón (miocardio).
- La conservación de estas reliquias, dejadas en su estado natural durante siglos y expuestas a la acción de agentes físicos, atmosféricos y biológicos, es un fenómeno extraordinario e inexplicable.
- A pesar de que cada coágulo de sangre es de un tamaño diferente, todos pesan lo mismo pesados uno a uno, y pesan exactamente el peso de los cinco coágulos reunidos.
Mientras la iglesia de San Francisco está abierta, cualquier persona puede ver el milagro permanente, y adorar a Cristo en esas especies sacramentales.
 III. ORACIÓN MENTAL

Lo que diferencia al hombre de los animales, más que el hecho de tener inteligencia y voluntad, es el ser religioso; pudiendo llegar incluso a ser hijo de Dios. Por eso, es apropiado a las personas humanas rezar. Los animales no pueden hablar, pero sobre todo, no pueden hablar con Dios. Quien no se relaciona con Dios vive una vida sin trascendencia, sin lo que es más propio de la persona y desconoce su mayor dignidad.
Orar es hablar con Dios, con Alguien que nos ve y nos escucha. Dios son Personas, y para eso creó a los hombres a su imagen y semejanza, para que hubiera unas criaturas que, siendo también personas, con ellas pudieran entablar un diálogo. Porque podríamos pensar que hemos de hacer oración porque nos interesa a nosotros, cuando en realidad se trata en primer lugar de un interés de Dios, que es Padre, que desea hablar con sus hijos. A través de ese diálogo que se sostiene con la mente y las palabras, podemos escuchar lo que Dios nos dice y, desde ahí establecer un diálogo existencial, viviendo como Dios quiere, convirtiendo nuestra vida en oración.
Pero es necesario ponerse, dejar todo y, cerrada la puerta de la intimidad, quede el alma a solas ante su Dios. Santa Teresa resume qué es la oración diciendo que "no es otra cosa... sino tratar de amistad, estando muchas veces a solas con quien sabemos nos ama" (Vida, 8, 2). Es muy importante la oración litúrgica y la oración comunitaria, que siempre habrán de tener este matiz de relación personal con Dios; pero también es muy importante la oración mental: sólo así se entra por el camino precioso de la vida interior que conduce a la santidad.
1. Disposiciones para orar
a) Humildad. La primera y principal disposición para llegar a este coloquio divino es querer hablar y escuchar a Dios. El soberbio tiene como punto de referencia a sí mismo, y posee una especie de "vida interior" riquísima, con alegrías y penas transeúntes, que vienen y se van, y que dejan un poso de amargura, insatisfacción y soledad. Quien vive para sí mismo no puede ser feliz, porque, al igual que los ojos, nosotros no estamos diseñados para amarnos a nosotros mismos sino para amar a alguien exterior, y sobre todo, al Amor de los amores, a Dios.
Para relacionarnos con Dios hace falta, por tanto, una actitud de humildad, de ponernos en nuestro sitio -que es la tierra, y de ahí, de humus, viene la palabra humildad- y elevar nuestros ojos hacia el cielo, hacia el lugar de Dios.
¡Qué pena si sólo nos pusiéramos a rezar cuando truena, cuando sufrimos, como acudiendo a alguien que nos remedie nuestros males! ¡Qué pena si la elevación de nuestra voz a Dios es consecuencia de nuestra soberbia, como si todos me hubieran de servir, e imaginásemos que Dios es nuestro servidor más poderoso! Evidentemente, Dios nos espera en el momento del dolor para ser nuestro acompañante y consuelo. Pero hemos de darnos cuenta de quién es el que reza y a Quién se dirige.
b) Fe. Hablamos con Dios, que nos ve y nos escucha, no con una figuración ni un artificio. Conviene que en ocasiones y sobre todo al principio, se hagan muchos actos de fe explícita. Por ejemplo: "Señor, sé que estás aquí, sé que me ves y que me estás escuchando...".
La tentación más frecuente que retrae de hacer oración y la más oculta, es nuestra falta de fe. Más que en una incredulidad declarada se expresa en las preferencias que uno tiene. "Cuando se empieza a orar, se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes; una vez más, es el momento de la verdad del corazón y de clarificar preferencias. En cualquier caso, la falta de fe revela que no se ha alcanzado todavía la disposición propia de un corazón humilde: "Sin mí, no podéis hacer nada" (Jn 15,5)" (CEC 2732).

c) Sinceridad. Reconocer quién es Dios y lo que somos nosotros y lo que nos pasa -cosas buenas y malas- es absolutamente necesario para que ese diálogo sea eficaz. La oración puede ser fuente del verdadero conocimiento propio, y a la vez, al conocernos podremos hacer una buena oración.
Pero, como sucede en la amistad humana, la sinceridad es imprescindible. Dios lo ve todo, hasta nuestros más ocultos pensamientos; por eso no tiene sentido pretender ocultarle algo; y por eso tiene mucho sentido intentar descubrir nosotros la verdad -ser sinceros con nosotros mismos-, pues de otra manera los únicos que salimos perdiendo somos nosotros. Sinceridad, por tanto, para reconocer lo que nos pasa y para dirigir nuestra mirada allá en el fondo de nuestro corazón, donde Dios deposita lo que nos quiere decir.
d) Confianza. Desde la verdadera humildad no nos hundiremos al reconocernos miserables y llenos de defectos. La confianza en un Dios que nos ama es una gran enseñanza del Nuevo Testamento. Dios desea que nos acerquemos a Él. Precisamente Dios permite lo que nos humilla o el sufrimiento para que acudamos en su ayuda, porque es quien nos puede ayudar. Dios siempre nos escucha y es quien nos alivia (Venid a Mí los que estéis cargados y agobiados que yo os aliviaré). Nadie nos quiere tanto como Él y nadie tiene tanto interés en escucharnos como Él. Cuántas veces Jesús dijo a la gente: No temas... ten confianza...
e) Sencillez. No se trata de devanarse los sesos para decir cosas bonitas. Orar es hablar con Dios y con la Virgen como se habla con el padre, con la madre, con un amigo. Decir lo que nos pasa tal como lo vemos.
A veces será recitar despacio, con sencillez, oraciones que los santos han dirigido a Dios.
f) Obediencia. Con la misma sencillez hay que estar dispuesto a obedecer, a aplicar a nuestro caso concreto lo que "vemos" que debemos hacer. Porque en la oración vemos, con la luz del Espíritu Santo, y su palabra interpela a nuestra conciencia: para seguirle más de cerca, para rectificar si era el caso, para hacer más porque podemos hacer más,..., a ser mejores en una palabra.
El principal defecto de muchos que no se atreven a rezar es que no quieren salir del anonimato, que no se atreven a enfrentarse -por cobardía- cara a cara con Dios, no sea que les vaya a pedir algo.
Si recordamos, Dios siempre habló en el antiguo y el nuevo testamentos pidiendo (a Abraham, a Jacob, a Moisés, a Pedro, a María Magdalena, al joven rico), y con la respuesta generosa Dios fue escribiendo la historia sagrada. Es en esa dinámica de amor (petición y entrega mutuas) donde la vida se va llenando de gracia, se va transformando según desea Dios. La obediencia es condición indispensable para la oración.
2. Cómo prepararse.
Está claro que la oración, tanto la presencia de Dios a lo largo del día como en los ratos de meditación, la da Dios. La verdadera oración que llena el alma es un regalo, que en ningún modo se debe a nuestro esfuerzo. Sin la ayuda del Espíritu Santo no podríamos ni siquiera pronunciar el nombre de Jesús con mérito.
Sin embargo Dios está dispuesto a darnos ese regalo si ponemos de nuestra parte, junto a las disposiciones que decíamos antes, unos actos de preparación. Por un lado, como disponerse a hacer un rato de oración mental supone un deseo de hablar con Dios, hace falta el empeño de estar habitualmente en gracia de Dios. Esto se logra acudiendo regularmente a los sacramentos y, en particular, al de la Penitencia. Otra disposición también remota es la guarda de los sentidos y del corazón. Quien va pendiente de noticias, de imágenes, o no cuida la sobriedad en el comer o el beber, difícilmente podrá tener el alma despierta, porque estará embotada.


La preparación próxima para orar se puede resumir en:
-Procurar hacerla junto al sagrario siempre que se pueda, o al menos en un lugar recogido.
- Cuidar la postura, como si estuviera alguien viéndonos. Sentados, de rodillas o de pie. Una excesiva comodidad ayuda a distraer la imaginación.
- Llevar siempre un libro espiritual o un tema para tratar. Quizá lo primero que hemos de tratar con Dios es lo que llevamos en el corazón, pero hemos de enriquecer la meditación con palabras de los evangelios o de algún libro espiritual que trate del tema. Quizá unos apuntes que tomamos en otra ocasión. Apuntar puede ser un modo de evitar distracciones.
3. Dificultades en la oración.
Ya el Catecismo advierte del esfuerzo que conviene al combate de la oración: "La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte, supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos nos enseñan que la oración es un combate.
¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora (...). El "combate espiritual" de la vida nueva del cristiano es inseparable del combate de la oración" (CEC 2725).
Lógicamente al comenzar el rato de oración es necesario un acto de presencia de Dios, para darnos cuenta de que estamos con Alguien. Y, de alguna manera, todo ese tiempo tiene que estar traspasado por la "presencia" del amado, que envuelve nuestro espíritu.
De todas maneras, la validez de la oración no dependen para nada del sentimiento y mucho menos del sentimentalismo, porque la relación entre dos personas no depende de que uno lo sienta o no. Desde luego no tendría sentido dejar la oración porque no se siente, porque por esa razón dejaría de alimentarse al no sentir que engorda. Los sentimientos, aun siendo fundamentales en la persona, no son ni el único ni el más importante criterio para conocer la verdad de nuestra relación con Dios. El objeto de la oración es la unión con Dios, no el bienestar personal.
Sí que es bueno dejar que el corazón haga su labor y se desborde en afectos hacia el que es Creador, Redentor y Santificador. Unas frases afectuosas, sencillas y llenas de cariño pueden ayudar mucho. En todo caso, hemos de saber que, de igual modo que los sentimientos vienen y van, en nuestros ratos de oración habrá temporadas que exigirán más esfuerzo, y en otras, en cambio, parecerá que es Dios quien nos lleva. Ya lo decía la santa de Ávila asemejando el alma con un huerto y a la oración con el agua. Lo mejor y más rápido para regar todo el huerto es que llueva. A veces hay que llevar el agua por canales que riegen el campo; pero hay ocasiones en las que hay que echar el cubo al pozo y sacar, cubo a cubo, el agua para regar todo. ¿Qué es lo mejor? Lo que Dios quiera.
Junto a la falta de sentimientos, el otro enemigo con el que hay que enfrentarse son las distracciones. Algunas veces son inevitables. Lo que importa es darle la vuelta y convertir ese tema en objeto de oración: pedir por esas personas o esa situación, ofrecerlo, desagraviar. Sin duda muchas veces se tratará de lo que llevamos realmente en el corazón y más que "rechazarlo" se trata de hablar con Dios de lo que nos preocupa o nos ilusiona. No olvidemos que a Dios le interesa todo lo que a nosotros nos interesa. Y si son verdaderas tentaciones, decirle que no nos deje caer en la tentación, que nos libre del Maligno.
4. Los propósitos.

La oración bien hecha ha de cuajar muchas veces en propósitos, en deseos de mejora personal, de cambios concretos en la conducta, de reparar algo que hemos hecho mal, de buscar la reconciliación con aquel a quien hemos podido ofender, etc. Bueno será apuntarlos para verlos en otros momentos de oración.
Esto no quiere decir que siempre tenga que haber un propósito contabilizable. A veces el Señor nos ha llevado por otros derroteros y los propósitos no serán necesarios, de igual modo que una madre no necesita apuntarse unos propósitos para querer a sus hijos, les quiere y basta.
Pero de ordinario a nosotros nos vendrán bien. Y en concreto nos puede ayudar mucho el que las palabras que han herido nuestro corazón en la oración, las recitemos a modo de jaculatoria muchas veces durante el día.

IV. ORACIONES Y DEVOCIONES EUCARÍSTICAS
1. Para comulgar bien
Las condiciones para hacer una buena Comunión son tres: estar en estado de gracia, guardar el ayuno eucarístico y saber a Quién recibimos.
El estado de gracia es, después de ser bautizado, no tener conciencia de estar en pecado mortal. Para comulgar -salvo que haya una urgente y gravísima necesidad- no basta el acto de contrición con el deseo de confesarse, sino que se precisa la acusación de los pecados mortales y recibir personalmente la absolución.
San Pablo advertía a los cristianos que, "quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese pues, el hombre a sí mismo... porque quien come y bebe sin discernir el cuepo, come y bebe su propia condenación" (1 Cor 11, 27-29).
La Eucaristía es un manjar maravilloso, es "el Pan de los ángeles", pero hay que tener en cuenta que produce efectos diversos según las disposiciones del que lo recibe: es un bien para los buenos, pero hace un gran daño a los malos. Por tanto, con conciencia de pecado mortal nadie debe acercarse a comulgar, pues cometería un pecado gravísimo, un sacrilegio.
Se puede comulgar con conciencia de pecado venial, pero conviene hacer un acto de detestación, para procurar la mayor limpieza de nuestra alma a la hora de recibir al Señor.
Saber a Quién recibimos significa saber que la Sagrada Comunión es el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Jesucristo, instituido por Él para alimento de nuestras almas, y que, bajo las apariencias de pan y de vino consagrados está realmente el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad del mismo Cristo.
Guardar el ayuno eucarístico consiste en no comer ni beber nada durante una hora antes de comulgar. El agua no rompe el ayuno. Los enfermos y sus acompañantes pueden comulgar aunque no haya transcurrido una hora de haber comido cuando les lleven la Comunión.
Hay obligación grave de comulgar por lo menos una vez al año en el tiempo de Pascua. No cumple con el precepto el que comulgare en pecado mortal. También es necesario procurar que se administre la Comunión a modo de Viático al enfermo que está en peligro de muerte. Conviene comulgar con frecuencia, y aun cada día, pues así como alimentamos frecuentemente nuestro cuerpo, la Eucaristía es el alimento de nuestra alma. Se puede comulgar dos veces al día si se participa en dos Misas, pero no más veces ni si la segunda vez se tratara de comulgar fuera de la Misa.


Así le pedía el Papa Juan Pablo II en su oración a la Virgen de Guadalupe:
"Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos y a volver a Él, mediante la confesión de nuestras culpas y pecados en el Sacramento de la Penitencia que trae sosiego al alma".
En la presencia de Dios examina tu conciencia preguntándote, sin prisa, lo que has hecho en contra de los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, con plena advertencia y pleno consentimiento, y después de un acto de contrición, con propósito de no volver a cometerlos, decirlos al sacerdote de Jesucristo. Dios desea que estemos en gracia y está dispuesto a perdonar siempre.
• ¿He admitido en serio alguna duda contra las verdades de la fe? ¿He llegado a negar la fe o algunas de sus verdades, en mi pensamiento o delante de los demás? ¿He desesperado de mi salvación o he abusado de la confianza en Dios, presumiendo que no me abandonaría, para pecar con mayor tranquilidad?
• ¿He murmurado interna o externamente cuando me ha acaecido alguna desgracia? ¿He hablado sin reverencia de las cosas santas, de los sacramentos, de la Iglesia, de sus ministros?
• ¿He practicado la superstición o el espiritismo? ¿He participado en alguna reunión de alguna sociedad contraria a la religión?
• ¿He recibido indignamente algún sacramento? ¿He callado por vergüenza algún pecado mortal en mis confesiones anteriores?
• ¿He leído o retenido libros o revistas contrarios a la fe o a la moral? ¿Los he dado a leer a otros? ¿Pongo los medios de adquirir la formación cristiana necesaria para ser testimonio de Cristo con el ejemplo y las palabras?
• ¿He blasfemado? ¿Lo he hecho delante de otros? ¿He dejado de cumplir por mi culpa algún voto, juramento o promesa?
• ¿He faltado por mi culpa a Misa los domingos y fiestas de guardar?
• ¿He observado la abstinencia los viernes de Cuaresma? ¿He guardado el ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo? ¿Cumplí la penitencia que me impuso el sacerdote en la última confesión? ¿Me he confesado al menos una vez al año?
• ¿He desobedecido a mis padres y superiores en materia de importancia? ¿Me intereso por la formación religiosa de las personas que dependen de mí? ¿Me preocupo de qué libros leen, qué películas ven, quiénes son sus amistades?
• ¿Tengo enemistad, odio o rencor contra alguien? ¿He causado la muerte de alguien, por ejemplo practicando el aborto? ¿He inducido o colaborado en la muerte de otro? ¿He bebido con exceso, he tomado drogas? ¿He puesto en peligro mi vida o la de otros?
• ¿He aceptado pensamientos o miradas impuras? ¿He visto películas inmorales? ¿He tenido conversaciones impuras? ¿He realizado actos impuros? ¿Solo o con otras personas? ¿Del mismo o distinto sexo? ¿He usado mal del matrimonio?
• ¿He tomado dinero o cosas que no son míos? ¿Cuánto? ¿He restituido o reparado por el daño causado? ¿Vivo las exigencias éticas en mi trabajo?
• ¿He dicho mentiras? ¿He descubierto defectos graves de los demás sin causa justa? ¿He calumniado, es decir, he atribuido algo negativo a alguien y que no es verdad? ¿He hecho juicios temerarios contra el prójimo? ¿He reparado el daño que haya podido seguirse?
2. La visita al Santísimo

Muchos cristianos tienen costumbre, a lo largo del día, de detenerse en la iglesia para hacer una visita a Jesús Sacramentado. Son momentos de intimidad con el Señor en los que se hace brevemente un acto de fe, se pide ayuda, de da gracias, etc.
Él nos espera y desea que vayamos a verle. Cuando estamos delante suya Él está atentísimo a lo que queramos decirle, o ante nuestra simple mirada, porque sabemos que allí, en el Sagrario, está el mismo Jesús de Nazaret, el Hijo de María, el que multiplicó los panes y los peces, el que con un solo gesto calmó una tempestad y devolvió la paz a unos hombres asustados. El tiene todo lo que necesitamos.
La visita al Santísimo nos ayudará a guardar la presencia de Dios durante el día en medio del trabajo y de nuestras ocupaciones.
Además de lo que queramos decirle, podemos recitar por tres veces la estación:
V. Viva Jesús sacramentado.
R. Viva y de todos sea amado.
O bien:

V. Alabado sea el santísimo Sacramento.
R. Sea por siempre bendito y alabado.
Padre nuestro... Avemaría... Gloria...
Comunión espiritual: Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los Santos.
3. Quince minutos con Jesús Sacramentado
No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme; basta que me ames mucho. Háblame sencillamente, como hablarías al más íntimo de tus amigos, como hablarías a tu madre, o a tu hermano.
• ¿Necesitas hacerme alguna súplica en favor de alguien? Dime su nombre, sea el de tus padres, el de tus hermanos y amigos; dime en seguida qué quisieras hiciese yo realmente por ellos. Pide mucho, muchas cosas; no vaciles en pedir, me gustan los corazones generosos, que llegan a olvidarse de sí mismos para atender las necesidades ajenas.
Háblame con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar; de los enfermos a quienes ver padecer; de los extraviados que anhelas devolver al buen camino; de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado. Dime por todos al menos una palabra; pero palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa. Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón.
• ¿Necesitas alguna gracia? Haz, si quieres, una lista de lo que necesitas, y ven, léela en mi presencia. Dime con sinceridad que sientes orgullo, pereza y amor a la sensualidad, que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente..., y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para sacudir de encima de ti tales miserias.
No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos y tantos justos, tantos y tantos santos de primer orden que tuvieron los mismos defectos! Pero rezaron con humildad, y poco a poco se vieron libres de sus miserias.
Tampoco vaciles en pedirme bienes para cuerpo y para entendimiento: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios... Todo eso puedo darte, y lo doy y deseo me lo pidas en cuanto no se oponga, sino que favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿Qué puedo hacer por tu bien? ¡Si conocieses los deseos que tengo de favorecerte!

• ¿Te preocupa alguna cosa? Cuéntamelo todo detalladamente. ¿Qué te preocupa?, ¿qué piensas?, ¿qué deseas? ¿No querrías poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos a quienes amas tal vez mucho y que viven quizá olvidados de mí? ¿No te sientes con deseos de mi gloria?
Dime: ¿qué cosa llama hoy particularmente tu atención? ¿qué anhelas más vivamente y con qué medios cuentas para conseguirlo? Dime qué es lo que te ha salido mal, y yo te diré las causas de tu fracaso. Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, donde me place.
• ¿Estás triste o de mal humor? Cuéntame tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te ha ofendido?, ¿quién lastimó tu amor propio?, ¿quién te ha menospreciado? Acércate a mi corazón, que tiene el bálsamo eficaz para todas las heridas del tuyo. Cuéntame todo, y acabarás por decirme que, a semejanza de mí, todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición. ¿Tienes miedo de algo? ¿Sientes en tu alma tristeza?
Échate en brazos de mi providencia. Contigo estoy aquí, a tu lado me tienes; todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
¿Sientes desprecio por las personas que antes te quisieron bien, y ahora se alejan de ti sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado si no han de ser obstáculo a tu santificación.
• ¿Tienes alguna alegría que comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de ella por lo buen amigo tuyo que soy? Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, te ha consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizá has tenido alguna sorpresa agradable; quizá has recibido buenas noticias, una carta, una muestra de cariño; quizá has vencido una dificultad o salido de un apuro... Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado. ¿Por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud, y decirme sencillamente como un hijo a su padre: gracias, padre mío, gracias? El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le agrada verse correspondido.
• ¿Tienes alguna promesa que hacerme? Puedo leer en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente, a Dios no. Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes un propósito firme de no ponerte más en aquella ocasión de pecado?, ¿de privarte de aquello que te dañó?, ¿de no leer más aquel libro que dio rienda suelta a tu imaginación?, ¿de no tratar más a aquella persona que turbó la paz de tu alma, haciéndote pecar? ¿Volverás a ser amable con aquella persona a quien miraste hasta hoy como enemiga? Hijo mío, vuelve a tus ocupaciones habituales, a tu trabajo, a tu familia, a tu estudio..., pero no olvides la grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad de la capilla.
Ama a mi Madre, que lo es tuya también, la Virgen Santísima... y vuelve otra vez a Mí con el corazón más amoroso todavía, más entregado a mi servicio: en el mío encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.
4. Oración de santo Tomás de Aquino para antes de comulgar:
Oh Dios todopoderoso y eterno, he aquí que me acerco al sacramento de tu unigénito Hijo Jesucristo, nuestro Señor; me acerco como un enfermo al médico de la vida, como un inmundo a la fuente de la misericordia, como un ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y necesitado al Señor de los cielos y de la tierra.
Imploro la abundancia de tu infinita generosidad para que te dignes curar mi enfermedad, lavar mi impureza, iluminar mi ceguera, remediar mi pobreza y vestir mi desnudez, para que me acerque a recibir el Pan de los ángeles, al Rey de reyes y Señor de señores con tanta reverencia y humildad, con tanta pureza y fe, con tal propósito e intención como conviene a la salud de mi alma.

Te pido que me concedas recibir no sólo el sacramento del cuerpo y de la Sangre del Señor, sino la gracia y la virtud de ese sacramento.
Oh Dios benignísimo, concédeme recibir el cuerpo de tu unigénito Hijo Jesucristo, Señor nuestro, nacido de la Virgen María, de tal modo que merezca ser incorporado a su cuerpo místico y contado entre tus miembros.
Oh Padre amantísimo, concédeme contemplar eternamente a tu querido Hijo, a quien, bajo el velo de la fe, me dispongo a recibir ahora. Que contigo vive y reina en la unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.
5. Oraciones para después de comulgar
A Jesús crucificado
Mírame, ¡oh mi amado y buen Jesús!, postrado en tu presencia, te ruego con el mayor fervor que imprimas en mi corazón los sentimientos de fe, esperanza y caridad, verdadero dolor de mis pecados y propósito firmísimo de jamás ofenderte; mientras que yo, con gran amor y compasión, voy considerando tus cinco llagas, comenzando por aquello que dijo de ti, oh Dios mío, el santo profeta David: Han taladrado mis manos y mis pies, y se pueden contar todos mis huesos.
Alma de Cristo
Alma de Cristo santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a ti, para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos. Amén.
Oración a san Miguel Arcángel

Arcángel san Miguel, defiéndenos en la lucha; sé nuestro amparo contra la maldad y las asechanzas del demonio.
Pedimos suplicantes que Dios lo mantenga bajo su imperio; y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno con el poder divino
a Satanás y a los otros espíritus malignos que andan por el mundo
tratando de perder a las almas. Amén.

Oración del Papa Clemente XI
Creo, Señor, haz que crea con más firmeza; espero, haz que espere con más confianza; me arrepiento, haz que tenga mayor dolor.
Te adoro como primer principio; te deseo como fin último; te alabo como bienhechor perpetuo; te invoco como defensor propicio.
Dirígeme con tu sabiduría, átame con tu justicia, consuélame con tu clemencia, protégeme con tu poder.
Te ofrezco, Señor, mis pensamientos, para que se dirijan a ti, mis palabras, para que hablen de ti; mis obras, para que sean tuyas; mis contrariedades, para que las lleve por ti.
Quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras.
Señor, te pido que ilumines mi entendimiento, inflames mi voluntad, limpies mi corazón, santifiques mi alma.
Que me aparte de mis pasadas iniquidades, rechace las tentaciones futuras, corrija las malas inclinaciones, practique las virtudes necesarias.
Concédeme, Dios de bondad, amor a ti, odio a mí, celo por el prójimo y desprecio a lo mundano.
Que sepa obedecer a los superiores, ayudar a los inferiores, aconsejar a los amigos y perdonar a los enemigos.
Que venza la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la generosidad, la ira con la bondad, la tibieza con la piedad.
Hazme prudente ante los consejos, constante en los peligros, paciente en las contrariedades, humilde en la prosperidad.
Señor, hazme atento en la oración, sobrio en la comida, constante en el trabajo, firme en los propósitos.
Que procure tener inocencia interior, modestia exterior, conversación ejemplar y vida ordenada. Haz que esté atento a dominar mi naturaleza, a fomentar la gracia, servir a tu ley y a obtener tu salvación.
Que aprenda de ti qué poco es lo terreno, qué grande lo divino, qué breve el tiempo, qué durable lo eterno.
Concédeme preparar la muerte, temer el juicio, evitar el infierno y alcanzar el paraíso. Por Cristo nuestro Señor. Amén.
Oración de San Francisco de Asís
Señor, haced de mí un instrumento de vuestra paz:
Que donde haya odio, ponga yo amor;
que donde hay ofensa, ponga yo perdón;
que donde hay desesperación, ponga yo esperanza;
que donde hay tinieblas, ponga yo luz;
que donde hay tristeza, ponga yo alegría.
Haced Señor que no busque tanto ser consolado como consolar;

ser comprendido como comprender;
ser amado como amar.
Porque es cuando nos damos, que recibimos;
cuando nos olvidamos, que nos encontramos;
al perdonar, que obtenemos perdón;
y es que muriendo, que resucitamos a la vida eterna.
Ofrecimiento de sí mismo
Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, todo mi haber y poseer; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo torno. Todo es vuestro, disponed de mí según vuestra voluntad, dadme vuestro amor y gracia, que esto me basta.
Oración a San José
¡Oh feliz varón, bienaventurado José, a quien le fue concedido no sólo ver y oír al Dios a quien muchos reyes quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo!
V. Ruega por nosotros, bienaventurado José.
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo.
Oración: Oh Dios, que nos concediste el sacerdocio real; te pedimos que, así como san José mereció tratar y llevar en sus brazos con cariño a tu Hijo unigénito, nacido de la Virgen María, hagas que nosotros te sirvamos con corazón limpio y buenas obras, de modo que hoy recibamos dignamente el sacrosanto cuerpo y sangre de tu Hijo, y en la vida futura merezcamos alcanzar el premio eterno. Por el mismo Jesucristo nuestro Señor. Amén.

HIMNO DE ACCIÓN DE GRACIAS
Cántico de los Tres Jóvenes
Ant: Cantemos el himno de los tres jóvenes, el que los santos cantaban en el horno encendido alabando al Señor (T.P. Aleluya).
1. Bendecid al Señor todas las obras del Señor; alabadle y ensalzadle por los siglos.
2. Bendecid cielos al Señor, bendecid al Señor ángeles del Señor.
3. Bendecid al Señor todas las aguas que hay sobre los cielos; bendiga todo poder al Señor.
4. Bendecid al Señor sol y luna; estrellas del cielo bendecid al Señor.
5. Bendecid al Señor toda la lluvia y el rocío; todos los vientos bendecid al Señor.
6. Bendecid al Señor fuego y calor; frío y calor bendecid al Señor.
7. Bendecid al Señor rocíos y escarchas; hielo y frío bendecid al Señor.
8. Bendecid al Señor, hielos y nieves: noches y días, bendecid al Señor.
9. Bendecid al Señor, luz y tinieblas: rayos y nubes, bendecid al Señor.
10. Bendiga la tierra al Señor: alábele y ensálcele por los siglos.
11. Bendecid al Señor, montes y collados: todas las cosas que germinan en la tierra, bendecid al Señor.

12. Bendecid al Señor, mares y ríos: fuentes, bendecid al Señor.
13. Bendecid al Señor, ballenas y todo lo que vive en el mar: todas las aves del cielo, bendecid al Señor.
14. Bendecid al Señor, todos los animales y ganados: bendecid, hijos de los hombres, al Señor.
15. Bendice, Israel al Señor: alabadle y ensalzadle por los siglos.
16. Bendecid al Señor, sacerdotes del Señor: Bendecid al Señor, siervos del Señor.
17. Bendecid al Señor, espíritus y almas de los justos: santos y humildes de corazón, bendecid al Señor.
18. Bendecid al Señor, Ananías, Azarías y Misael: alabadle y ensalzadle por los siglos.
19. Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo: alabémosle y ensalcémosle por los siglos.
20. Bendito eres en el firmamento del Cielo: y loable y glorioso por los siglos.
(No se dice Gloria...)
1. Alabad al Señor en su santuario: alabadle en su augusto firmamento.
2. Alabadle por sus grandes obras: alabadle por su inmensa majestad.
3. Alabadle al son de trompetas: alabadle con salterio y cítara.
4. Alabadle tañendo tímpanos y cantando a coro: alabadle con instrumentos de cuerda y voces de órgano.
5. Alabadle con címbalos resonantes: alabadle con címbalos de alegría: todo ser que vive alabe al Señor.
Gloria al Padre...
Ant. Cantemos el himno de los tres jóvenes, el que los santos cantaban en el horno encendido alabando al Señor. (T.P. Aleluya).
Señor ten piedad. Cristo ten piedad. Señor ten piedad.
Padre nuestro...
V. Y no nos dejes caer en la tentación. R. Mas líbranos del mal.
V. Que te alaben, Señor, todas tus obras.
R. Y que tus santos te bendigan.
V. Se regocijarán los santos en la gloria.
R. Se alegrarán en sus mansiones.
V. No a nosotros, Señor, no a nosotros.
R. Sino a tu nombre da la gloria.
V. Señor, escucha mi oración.
R. Y llegue a ti mi clamor.
Oremos.
Oh Dios, que mitigaste las llamas del fuego a los tres jóvenes, concédenos benignamente a tus siervos que no nos abrase la llama de los vicios. Te rogamos, Señor, que prevengas nuestras acciones con tu inspiración y que las acompañes con tu ayuda, para que toda nuestra oración y trabajo en Ti siempre comience, y por Ti concluya.. Danos, Señor, poder apagar las llamas de nuestros vicios, Tú que le concediste a san Lorenzo vencer el fuego que le atormentaba. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

6. Adoro te devote
Te adoro con devoción, Dios escondido,
oculto verdaderamente bajo estas apariencias.
A Ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto;
pero basta el oído para creer por firmeza;
creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero que esta palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad,
pero aquí se esconde también la Humanidad;
creo y confieso ambas cosas,
y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás
pero confieso que eres mi Dios:
haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere, que te ame.
¡Oh memorial de la muerte del Señor!
Pan vivo que das la vida al hombre:
concede a mi alma que de Ti viva
y que siempre saboree tu dulzura.
Señor Jesús, bondadoso Pelícano,
límpiame a mí, inmundo, con tu Sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto,
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro cara a cara,
sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.
7. Lauda Sion Salvatorem
Este himno, encargado por el Papa Urbano IV a Santo Tomás de Aquino para el Oficio de la Solemnidad del Corpus Christi, es un canto de alabanza del alma, simbolizada en Sión (Jerusalén), en la que se admira y agradecen algunos aspectos de la maravillosa realidad de la presencia de Cristo en la Eucaristía.

Alaba Sión a tu Salvador,
alaba a tu guía y pastor con himnos y cánticos.
Pregona su gloria cuanto puedas,
porque El está sobre toda alabanza,
y jamás podrás alabarle bastante.
El tema especial de nuestras alabanzas
es hoy el Pan vivo y que da la vida.
El cual se dio en la mesa de la sagrada cena
al grupo de los doce Apóstoles, sin ninguna duda.
Sea, pues, llena, sea sonora, sea alegre,
sea pura la alabanza de nuestra alma
pues celebramos el solemne día
en que fue instituido este divino banquete.
En esta mesa del nuevo Rey,
la Pascua nueva de la nueva Ley
pone fin a la pascua antigua.
Lo viejo cede ante lo nuevo, la sombra ante la realidad
y la luz ahuyenta la noche.
Lo que Jesucristo hizo en la cena
mandó que se haga en memoria suya.
Instruidos con sus santos mandatos,
consagramos el pan y el vino, en sacrificio de salvación.
Es dogma que se da a los cristianos,
que el pan se convierte en Carne, y el vino en Sangre.
Lo que no comprendes y no ves, lo atestigua una fe viva,
fuera de todo orden de la naturaleza.
Bajo diversas especies, que son accidente y no sustancia,
están ocultos los dones más preciados.
Su Carne es alimento y su Sangre bebida,
pero Cristo está todo entero bajo cada especie.
Quien lo recibe no lo rompe, no lo quebranta,
no lo desmembra: se recibe todo entero.
Recíbelo uno, lo reciben mil;
y aquél lo toma tanto como éstos,
pues no se consume al ser tomado.
Recíbenlo buenos y malos;
mas con suerte desigual de vida o muerte.

Es muerte para los malos, y vida para los buenos;
mira cómo un mismo alimento
produce efectos tan diversos.
Cuando se divida el Sacramento, no vaciles,
sino recuerda que Jesucristo está en cada parte
tan entero como antes en el todo.
No se parte la sustancia, se rompe sólo la señal;
ni el ser ni el tamaño se reducen de Cristo presente.
He aquí el Pan de los Ángeles, hecho viático nuestro;
verdadero pan de los hijos, no lo echemos a los perros.
Figuras lo representaron: Isaac fue sacrificado,
el Cordero Pascual, inmolado;
el maná nutrió a nuestros padres.
Buen pastor, Pan verdadero, ¡oh Jesús!, ten piedad.
Apaciéntanos y protégenos;
haz que veamos los bienes en la tierra de los vivientes.
Tú, que todo lo sabes y puedes,
que nos apacientas aquí siendo aún mortales,
haznos allí tus comensales.
coherederos y compañeros de los santos ciudadanos. Amén.
8. Oración del Ángel de Fátima
Dios mío yo creo, adoro, espero y os amo, os pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no os aman. Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el precioso Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de nuestro Señor Jesucristo, que se encuentra presente en todos los Sagrarios de la tierra, y os lo ofrezco, Dios mío en reparación por los abusos, sacrilegios e indiferencias con que Él es ofendido. Amén.
9. La Comunión espiritual
Ya san Agustín distinguía entre el sacramento (el signo) y lo que nos da el sacramento (lo significado, que aquí es Cristo), dos aspectos -mejor dicho, dos realidades- de la misma realidad. La teología posterior explicará cómo pueden recibirse los efectos del sacramento de la Eucaristía sin recibir el sacramento mismo. Santo Tomás de Aquino, explicó que se pueden recibir los efectos sin recibir el sacramento: mediante el vivo deseo de la voluntad humana de recibir el sacramento intensificando la fe y el amor hacia Cristo Eucarístico, aunque con la Comunión sacramental se consigue más plenamente el efecto del sacramento que con sólo el deseo (Suma de Teología, III, q. 80, a. 1).
En el siglo XX, san Pío X, que tanto hizo por fomentar la Comunión frecuente y diaria, y adelantó la edad de la Primera Comunión de los niños, la describe así en su propio Catecismo: La comunión espiritual es un gran deseo de unirse sacramentalmente a Jesucristo diciendo, por ejemplo: "Señor mío Jesucristo, deseo con todo mi corazón unirme a Vos ahora y por toda la eternidad", y haciendo los mismos actos que preceden o siguen a la Comunión sacramental.

Muchos autores espirituales la han recomendado (santa Teresa de Jesús, Tomás de Kempis, san Alfonso María, san Alonso Rodríguez, El Santo cura de Ars, etc. como medio para crecer en el amor a Dios y remedio para cuando el amor se enfría. No hay una fórmula concreta para practicar esta devoción, que debe de contener algunos elementos: un acto de fe (creo que estás aquí), un acto de amor a Jesús Sacramentado (Te amo sobre todas las cosas), una acción de gracias por haberse quedado con nosotros y un acto de deseo (quisiera recibirte). En la vida diaria, a veces lo que más importa es la intención, el deseo, aunque luego no se pueda hacer lo que se deseaba realizar. Una fórmula popular breve es: Yo quisiera, Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y fervor de los Santos.

V. EXPOSICIÓN Y BENDICIÓN CON EL SANTÍSIMO
La exposición y bendición con el Santísimo Sacramento es un acto comunitario en el que debe estar presente la celebración de la Palabra de Dios y el silencio contemplativo. En la exposición solemne -con la custodia- se utiliza incienso; en la exposición simple -con el copón- puede utilizarse.
Pange, lingua, gloriosi Canta, lengua, al glorioso
córporis mysterium, Cuerpo y Sangre del Señor.
sanguinisque pretiósi, Canta a la Sangre preciosa
quem in mundi prétium que es el precio del perdón,
fructus ventris generosi y el Rey, fruto de una Virgen,
Rex effudit gentium. Amen . por el mundo derramó.
Se puede leer entonces algún pasaje del evangelio, hacer un rato de oración en silencio, o rezar tres veces la estación:
V. Viva Jesús Sacramentado
R. Viva y de todos sea amado
Padrenuestro, Ave María y Gloria
Comunión espiritual: Yo quisiera Señor, recibiros con aquella pureza, humildad y devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre, con el espíritu y fervor de los santos.
Tantum ergo Sacramentum Contemplando tal misterio,
veneremur cernui; adoradlo con pasión.
et antiquum documentum Que la fuerza de la gloria
novo cedat ritui borre el rostro del temor.
praestet fides suplementum La fe muestra la presencia
sensuum defectui. escondida de mi Dios.
Genitori, Genitoque Gloria al Padre, fuerza eterna,
laus et jubilatio, alegría y esplendor.
salus, honor, virtus quoque Gloria al Hijo, a quien dio todo,

sit et benedictio. pues eterno lo engendró.
Procedenti ab utroque Gloria al Espíritu Santo,
compar sit laudatio. Amen. Fuego eterno de su amor.
V. Les diste pan del cielo (T.P. Aleluya)
R. Que contiene en sí todo deleite (T.P. Aleluya).
Oración: Oh Dios, que bajo este Sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión: concédenos que de tal modo veneremos los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu Redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.
R. Amén.
(El sacerdote o el diácono puede dar la bendición con el Santísimo. Dios nos bendice. Es un momento para adorar, agradecer y pedir. Terminada la bendición, el ministro, y todos con él, bendecimos a Dios y repetimos estas Alabanzas de desagravio por las blasfemias):
- Bendito sea Dios.
- Bendito sea su santo Nombre
- Bendito sea Jesucristo, Dios y Hombre verdadero
- Bendito sea el Nombre de Jesús
- Bendito sea su Sacratísimo Corazón
- Bendita sea su Preciosísima Sangre
- Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar
- Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito
- Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima
- Bendita sea su Santa e Inmaculada Concepción
- Bendita sea su gloriosa Asunción
- Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre
- Bendito sea San José, su castísimo Esposo
- Bendito sea Dios en sus Ángeles y en sus Santos.
Amén.
(Mientras el ministro retira el Santísimo y lo guarda en el Sagrario, se suele cantar un cántico adecuado. Puede ser):
Laudate Dominum omnes gentes, Cantad al Señor todas las gentes, laudate eum omnes populi. cantad al Señor todos los pueblos.
Quoniam confirmata est super Porque es eterna su misericordia nos misericordia eius y su verdad permanece para siempre. et veritas Domini manet in aeternum. Gloria al Padre y al Hijo Gloria Patri, et Filo, et Spiritui Santo. y al Espíritu Santo Sicut erat in principio, como era en un principio, et nunc et semper, ahora y siempre et in saecula saeculorum. Amen. y por los siglos de los siglos. Amén.
(O bien)
Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.
Y la Virgen concebida sin pecado original.

VI. CANTOS EUCARÍSTICOS
Cantemos al Amor de los amores
Cantemos al Amor de los amores, cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! Venid adoradores, adoremos a Cristo Redentor.
¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra bendecid al Señor,
honor y gloria a Ti, Rey de la gloria,
amor por siempre a Ti, Dios del Amor.
Dueño de mi vida
Dueño de mi vida, vida de mi amor,
ábreme la herida de tu corazón.
1. Corazón divino dulce cual la miel,
Tú eres el camino para el alma fiel.
2. Tú abrasas el hielo, tú endulzas la hiel;
tú eres el consuelo para el alma fiel.
3. Corazón divino, ¡qué dulzura dan
de tu Sangre el vino, de tu Carne el pan!
4. Tú eres la esperanza del que va a vivir,
tú eres el remedio del que va a morir.
5. Corazón divino, Jesús, guíame;
si yerro el camino, enderézame.
6. Yo soy tu vasallo, tú serás mi juez;
cuando a mí juzgues, compadécete.
Jesús vivir no puedo
Jesús vivir no puedo lejos de Ti,
Jesús sin Ti me muero, ¡ay! ven a mí.
1. No puedo, Jesús mío, sin Ti vivir
cual flor que sin rocío se va a morir, se morirá mi alma lejos de Ti.
2. De ti solo yo espero el bien sin par,
tu paz, que el mundo entero no puede dar;
por mí bajaste al suelo, ¡oh qué bondad!
3. Castígame, si quieres, soy pecador,
pero dame tu gracia, dame tu amor.
Y ven, ven a mi alma, dulce Señor.
4. Más que pecar, Dios mío, quiero morir;
quiero exhalar mi vida, Señor, por ti.
Por ti, que das tu sangre en la cruz por mí.
5. Oculto estás; mis ojos ¡ay! no te ven,
no te oigo ni te toco, mi dulce Bien.
Pero te adora mi alma, te ve mi Fe.
6. Oh Buen Pastor de mi alma, oh buen Jesús,
si yo de ti me aparto, dame tu luz.
Y atráeme al silbido de tu virtud.
Oh buen Jesús
1. Oh buen Jesús, yo creo firmemente
que por mi bien estás en el altar,
que das tu Cuerpo y Sangre juntamente
al alma fiel en celestial manjar.
2. Indigno soy, confieso avergonzado
de recibir la Santa Comunión;
Jesús que ves mi nada y mi pecado,
prepara Tú mi pobre corazón.
3. Oh buen Jesús Pastor fino y amante
mi corazón se abrasa en santo ardor;
si te olvidé hoy juro que constante
he de vivir tan solo de tu amor.
4. Dulce maná de celestial comida,
gozo y salud de quien te come bien,
ven sin tardar, mi Dios mi luz, mi vida;
desciende a mí, hasta mi pecho ven.
Jesús amoroso
1. Jesús amoroso, el más fino amante,
quiero en todo instante sólo en Ti pensar.
Tú eres mi tesoro, Tú eres mi alegría,

Tú eres vida mía yo te quiero amar.
2. Oh Corazón dulce de amor abrasado,
quiero yo a tu lado por siempre vivir
y en tus llagas santas viviendo escondido
de amores herido en ellas vivir.
Cerca de Ti, Señor
1. Cerca de Ti, Señor, yo quiero estar;
tu grande eterno amor quiero gozar.
Llena mi pobre ser, limpia mi corazón;
hazme tu rostro ver en la aflicción.
2. Mi pobre corazón inquieto está,
por esta vida voy buscando paz.
Mas sólo Tú, Señor, la paz me puedes dar;
cerca de Ti, Señor, yo quiero estar.
3. Pasos inciertos doy, el sol se va;
mas, si contigo estoy, no temo ya.
Himnos de gratitud alegre cantaré,
y fiel a Ti, Señor, siempre seré.
4. Día feliz veré creyendo en Ti,
en que yo habitaré cerca de Ti.
Mi voz alabará tu santo nombre allí,
y mi alma gozará cerca de Ti.
De rodillas, Señor, ante el Sagrario
1. De rodillas, Señor, ante el Sagrario,
que guarda cuanto queda de amor y de unidad,
venimos con las flores de un deseo
para que nos las cambies en frutos de Verdad:
Cristo en todas las almas
y en el mundo, la Paz. 2. Como estás, mi Señor, en la Custodia,
igual que la palmera que alegra el arenal,
queremos que en el centro de la vida
reine sobre las cosas tu ardiente caridad:
Cristo en todas las almas
y en el mundo, la Paz.
3. Como ciervos sedientos que van hacia la fuente,

vamos hacia tu encuentro sabiendo que vendrás;
que el que la busca es porque ya en la frente
lleva un beso de paz.
4. Que las llamas gemelas de las almas amigas
se muevan, todas juntas, en único afán,
como el aire ha movido las espigas
que hicieron este Pan.
5. Tiradas a tus plantas las armas de la guerra
rojas flores tronchadas por un ansia de amar,
hagamos de los mares y la tierra
como un inmenso altar.
Acerquémonos todos al altar
Acerquémonos todos al altar que es la mesa fraterna del amor,
pues siempre que comemos de este pan, recordamos la Pascua del Señor.
1. Los hebreos en medio del desierto comieron el maná:
nosotros peregrinos de la vida, comemos este pan.
Los primeros cristianos ofrecieron su cuerpo como trigo:
nosotros, acosados por la muerte, bebemos este vino.
2. Como Cristo hecho pan de cada día se ofrece en el altar,
nosotros entregados al hermano, comemos este pan.
Como el cuerpo de Cristo es uno solo por todos ofrecido,
nosotros olvidando divisiones, bebemos este vino.
3. Como ciegos en busca de la aurora, dolientes tras la paz,
buscando tierra nueva y cielos nuevos, comamos este pan.
Acerquémonos todos los cansados, porque Él es nuestro alivio,
y, siempre que el desierto nos agobie, bebamos este vino.
Te conocimos al partir el pan
1. Andando por el camino, te tropezamos, Señor,
te hiciste el encontradizo, nos diste conversación;
tenían tus palabras fuerza de vida y amor,
ponían esperanza y fuego en el corazón.
Te conocimos, Señor, al partir el pan,
Tú nos conoces, Señor, al partir el pan.
2. Llegando a la encrucijada, tú proseguías, Señor;
te dimos nuestra posada,, techo, comida y calor;

sentados como amigos a compartir el cenar,
allí te conocimos al repartirnos el pan.
3. Andando por los caminos, te tropezamos, Señor,
en todos los peregrinos que necesitan amor,
esclavos y oprimidos que buscan la libertad,
hambrientos, desvalidos, a quienes damos el pan.
Tú eres, Señor, el Pan de vida
1. Mi Padre es quien os da verdadero Pan del cielo.
Tú eres, Señor, el Pan de vida.
2. Quien come de este Pan vivirá eternamente.
3. Aquel que venga a Mí no padecerá más hambre.
4. Mi Carne es el manjar y mi Sangre la bebida.
5. El Pan que yo daré, ha de ser mi propia Sangre.
6. Quien come de mi Carne mora en Mí y Yo en él.
7. Bebed todos de él, que es Cáliz de mi Sangre.
8. Yo soy el Pan de vida que ha bajado de los cielos.
9. Si no coméis mi Carne, no tendréis vida en vosotros.
10. Si no bebéis mi Sangre, no tendréis vida en vosotros.
11. Quien bebe de mi Sangre tiene ya la vida eterna.
12. Mi Cuerpo recibid, entregado por vosotros.
11. Vaso nuevo
Gracias quiero darte por amarme.
Gracias quiero darte yo a ti, Señor.
Hoy soy feliz porque te conocí.
Gracias por amarme a mí también.
Yo quiero ser, Señor, amado,
como el barro en manos del alfarero.
Toma mi vida, hazla de nuevo,
yo quiero ser un vaso nuevo.
Te conocí y te amé.
Te pedí perdón y me escuchaste.
Sí, te ofendí, perdóname, Señor,
pues te amo y nunca te olvidaré.
Yo quiero ser, Señor, amado...

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