Este es nuestro regalo, regalo coral, de Navidad. Son veintidós comentarios. ECCLESIA DIGITAL SOMOS TODOS. Feliz Navidad y muchas gracias a todos.
0.- Introducción: Comentarios de Antonio Díaz Tortajada, José Barros Guede y Jacinto Maristany.
1.- El Niño Jesús: Comentarios de Cristina Aguilar de Grandes, Antonio Díaz Tortajada, Rafael Amo Usanos y Julio Angel Arjona Pernia.
2.- Santa María: Comentarios de Aquilino Bocos Merino, Patricio García Barriuso, Antonio Romero Padilla y Antonio Díaz Tortajada.
3.- San José: Comentarios de Jesús Rodríguez Torrente y José Alberto Rugeles Martínez.
4.- Los Ángeles: Comentario de José Serrano Belinchón.
5.- Los Pastores: Comentarios de Angel Moreno de Buenafuente y Antonio Díaz Tortajada.
6.- Los Magos de Oriente: Comentarios de Gabriel Otalora y Antonio Díaz Tortajada.
7.- Los otros personajes, los demás, nosotros: Comentario de Angela C. Ionescu.
8.- Colofón: Comentarios de Angel Pérez Pueyo, Peio Sánchez y Angel Moreno de Buenafuente.
INTRODUCCION:
(1) Por Antonio Díaz Tortajada
Estamos a las puertas de la Navidad
Ya he colocado en mi casa el Nacimiento:
Jesús, María y José
el pueblo, la ciudad, los hogares, la palabra,
la ternura, el villancico, la mesa y su cantar...
Bueno, en mi espera también están la nieve, el cielo,
los acebos, el río, el hielo, los chopos...
y las nostalgias y las dulzuras
y los salmos del hombre y la insatisfacción resignada
y el trabajo apurado y las plegarias...
y mis hermanos de comunidad
y todo lo que queda por andar.
Y vuelvo de la calle con el alma un poco dolorida
porque el hombre no necesita tantos presupuestos
para dar la mano, para sonreír,
para esperar y perdonar,
para ir al trabajo, para amar y cantar.
El hombre necesita, sobre todo, fe en el hombre,
"a imagen de Dios nos creó".
No, hermano no, a Dios no le duelen barros ni prendas.
La historia está su favor.
Recordad, si no, la cadena de sus libertades a favor del hombre,
su diálogo y fidelidad,
su pedagogía y paciencia,
sus divinos discursos en razón de la justicia.
Tenemos un Dios fiel,
un Enmanuel,
un " Dios- con-nosotros”
en todos los nacimientos, en todos los hogares.
(2) Por José Barros Guede
El evangelista san Lucas relata: “José subió de la ciudad de Nazaret en Galilea a Belén de Judea con María, su esposa, que estaba encinta, para empadronarse por ser de la casa y familia del rey David. Estando allí dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre por no haber sitio para ellos en el mesón” (c. 2, vs. 4-6).
A continuación, San Lucas cuenta que unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno sus rebaños, avisados por un ángel de Señor de que había nacido “un Salvador, Cristo, el Señor”, y oyendo una multitud del ejército celestial que cantaba “gloria Dios en los cielos y paz a los hombres de buena voluntad”, fueron a toda prisa al establo y encuentran a María, José y al niño acostado en el pesebre.
Así mismo, relata que a los ocho días de su nacimiento, sus padres le circuncidan y le imponen el nombre de Jesús según le había indicado el ángel, que significa “Yahvé es ayuda”; y que a los cuarenta días de la purificación de María suben al Templo de Jerusalén para presentar el niño como “varón primogénito consagrado al Señor y para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, según la Ley Mosaica”.
Había, entonces, en Jerusalén dos personas ancianas, Simeón y Ana, que frecuentaban diariamente el Templo. Simeón al ver al niño Jesús exclama: “Ahora, Señor, puedes según tu palabra dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto la salvación, la que has preparado, a la vista de todos, para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel” (Lc. c. 2 vs. 29-32). Así mismo, Ana, viuda profetisa de ochenta y cuatro años, al verle alababa a Dios y habla del niño Jesús a todos los que esperaban la redención de Israel, regresando Maria y José con el niño a Belén.
El evangelista san Matero por su parte relata: “nacido Jesús en Belén de Judá en los días del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos, preguntando ¿dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer, porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarle. El rey Herodes al oír esto, se turba y con él toda Jerusalén. Reúne a todos los príncipes del sacerdocio y a los escribas del pueblo preguntándoles dónde podía nacer el Mesías. Ellos le contestan en Belén de Judá, pues así está escrito” (c. 2 vs. 1-5).
Sigue narrando: “entonces Herodes llama en secreto a los magos, les pregunta cuidadosamente sobre el tiempo de la aparición de la estrella, y los envía a Belén diciéndoles: informaos exactamente sobre el niño, y cuando lo halléis, comunicádmelo para que vaya yo también a adorarlo. Los magos, guiados de nuevo por la estrella, caminan hasta pararse sobre el lugar donde estaba el niño. Entran en la casa, y ven al niño con María, su madre. De hinojos le adoran, y abriendo sus cofres le ofrecen los dones de oro, incienso y mira. Advertidos en sueños de no volver junto a Herodes, regresan a su tierra por otro camino” (c. 2 vs. 7-12).
San Mateo habla de “unos magos de Oriente” sin decir su nacionalidad ni su número. Los magos eran sacerdotes astrólogos, posiblemente de Persia o Arabia. La tradición cristiana varía su número, desde dos a una docena y más, pero desde el siglo VIII lo fija definitivamente en tres magos, llamados Melchor, Gaspar y Baltasar.
Herodes al ver que los magos no regresan a Jerusalén para informarle sobre el niño, ordena matar en Belén a todos los niños varones menores de dos años. Pero José avisado de ello por un ángel, huye con María y con el niño Jesús a Egipto, pasando por Herbón, Bersebée y girando a la derecha hasta alcanzar las rutas de las caravanas del desierto que conducen por la costa mediterránea a dicha nación.
En Egipto permanecen hasta su muerte, residiendo, según la tradición, en la ciudad de Hiliópolis, hoy llamada Matariyé, durante un año o dos aproximadamente. José avisado por un ángel de la muerte del rey Herodes, regresan a Palestina siguiendo el mismo camino que había tomado.
Los Evangelios, que no son una biografía sino una semblanza histórica, no concretan ni el año ni el mes ni el día del nacimiento del niño Jesús. El monje escita, Dionisio el Exiguo, fijó el año de su nacimiento en el 754 después de la fundación de Roma. Pero comete un error de seis años, dado que Herodes el Grande muere en Jericó, entre marzo y abril del año 750 y el niño Jesús nace por lo menos dos años antes de su muerte. El niño Jesús debió nacer, pues, en el año 748 de la fundación de Roma, aproximadamente.
En cuanto al mes y día de su nacimiento la Iglesia, hasta el siglo IV, lo fija en el día 6 o 7 del mes de enero. Pero a partir de dicho siglo, la Iglesia Católica lo traslada al día 25 de diciembre, con la finalidad de sustituir la fiesta pagana del nacimiento del astro Sol o solsticio de invierno que tanto celebraban los antiguos, por el nacimiento del niño Jesús, Sol de luz y calor para la humanidad tan atormentada por la injusticia y el egoísmo, causa del odio, violencia e ingratitud que padece.
En memoria y recuerdo histórico del nacimiento del niño Jesús se encuentra en Belén la Basílica de la Natividad, levantada sobre una cueva rocosa y rodeada de un grupo de monasterios y edificaciones que pertenecen a cristianos ortodoxos, católicos y armenios. Fue construida en el siglo IV por el emperador romano Constantino a ruego de su madre santa Elena. Posteriormente, fue destruida en parte y reconstruida más tarde por el emperador Justiniano en el año 550.
Externamente dicha Basílica tiene la forma de una fortaleza. Durante la invasión persa de Palestina en el siglo VII, los islamistas persas destruyeron muchos templos, menos la Basílica de la Natividad, al ver un mosaico de los reyes magos en su fachada, lo que les movió a respetarla.
Actualmente, se accede a ella por una puerta tan corta y tan estrecha que necesario entrar en ella inclinado y bajando mucho la cabeza. Originariamente, tanto su construcción como su reedificación no era así, sino que era alta y ancha en forma de arco para poder entrar con la cabeza erguida, pero en siglo XVII se acortó y estrechó de este modo con el fin de los musulmanes no entrasen a caballo en ella.
El interior de la Basílica de la Natividad mide 66 metros de largo por 17 de ancho. Las columnas son rojizas y su techo es ornamentado. Los cristianos griegos ortodoxos ocupan la parte central y la capilla principal en donde hay un altar lleno de incensarios colgantes despidiendo un olor intenso a incienso. Debajo de la parte central se halla la Cueva o Gruta, llamada la capilla de la Natividad, donde estaba el establo en cual nació el niño Jesús, a la que se accede por unas escaleras de forma circular.
La Cueva o Gruta mide 13 metros de largo y 3 de ancho, sus muros y suelo son de mármol antiguo y está iluminada por 32 lámparas. Debajo de un pequeño altar hay una estrella de plata indicando el lugar donde nació Jesús, y desde allí descienden tres escalones para llegar al sitio donde su madre María acostó el niño, llamado la capilla del Pesebre.
Los cristianos armenios tienen su culto religioso en la nave Nororiental del crucero de dicha Basílica. La llave de la Basílica de la Natividad la tiene un palestino que se encarga de abrirla y cerrarla en nombre del rey de Jordania. Pegada a la Basílica de la Natividad, se halla la Basílica de Santa Catalina construida por los religiosos franciscanos en 1881 y regida por ellos, donde tienen sus funciones religiosas y en donde el patriarca latino católico celebra la misa del Gallo en la noche del 24 al 25 de diciembre. Ambas basílicas se unen por una puerta.
A escasos metros de la Cueva de la Natividad de Jesús, se encuentra la cueva donde san Jerónimo escribió la Bíblica, llamada Vulgata, escrita en latín desde textos arameos, hebreos y griegos. Su valor es incalculable prestando un gran servicio a las Iglesias cristianas. Cerca, se halla también la capilla de los santos Inocentes a la que se accede por unas escaleras al Suroeste.
Cerca de Belén, en la aldea de Beit-Sahur se halla el Campo de los Pastores, donde el ángel del Señor y el ejército celestial se les aparecieron para anunciadles el nacimiento de Jesús, y muy cerca de aquí se encuentra el campo, donde Bob conoció a su esposa Rut.
Belén se halla a una altitud de 77 metros sobre el nivel del mar. Se asienta sobre las laderas dos colinas. Antiguamente, era un lugar de paso de las caravanas que iban de Jerusalén a Egipto. Belén etimológicamente significa “casa de pan”, porque está ubicada en uno de los lugares más extensos y fértiles de Palestina para el cultivo del pan.
Es una de las ciudades históricas israelitas más importantes después de Jerusalén por ser la ciudad donde nació de Boaz, Noemí, Isaí y el Rey David. Fue muy disputada por judíos, cristianos y turcos, y de permanente peregrinación de cristianos a partir del siglo IV. A principios del siglo VII tenía ya numerosos templos y monasterios.
En el año 1928, la ciudad de Belén fue conquistada por los ingleses a los turcos, cediéndola a Jordania. Posteriormente, ocupada por el ejército de Israel ha sido cedida a la Autoridad Autónoma Palestina. Actualmente, su población es casi toda musulmana, siendo los cristianos muy pocos.
(3) Por Jacinto Maristany
“José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea,
a la ciudad de David, que se llama Belén,
por ser él de la casa y de la familia de David,
para empadronarse con María,
su esposa, que estaba encinta.
Estando allí se cumplieron los días de su parto,
y dio a luz a su hijo primogénito,
y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre,
por no haber sitio para ellos en el mesón” (Lc. 2, 4-7).
¿Tenemos sitio en nuestro mesón interior para Jesús? ¿Atendemos al Niño-Dios particularmente presente en tantos y tantos niños que, en brazos de su madre, nos miran desde esos pesebres de cualquier calle en cualquier ciudad, hechos con cartones de cajas vacías? ¿Pasamos de largo ante Maria que, vestida con harapos, dirige hacia nosotros su mirada suplicante?
Es acogiendo a la Madre y al Hijo, con este compartir lo que tenemos con nuestros allegados (en los cuales están también presentes Jesús y María) y con los más necesitados, aquellos que no conocemos y que su presencia nos hace vencer un primer movimiento de alejarnos de ellos, como hacemos sitio en la posada del corazón a la Virgen y el Niño. Este hacer sitio es, en palabras de Lucas, lo mismo que el recibir al Verbo en la voz de Juan (Jn. 1, 12), recibimiento que nos hace hijos de Dios. Si volvemos la espalda a Jesús hambriento en los brazos de María, sin leche para darle el alimento que necesita por no haber comido ella; si ignoramos a un silencioso José que nos señala con los ojos a la mujer y al bebé; si nuestra fe consiste en un distraído cumplimiento exterior pero sin vivencia interior; ¿cómo podemos llamarnos hijos de Dios?
Sagrada Familia: poned en nuestras almas una oración de arrepentimiento sincero, una oración que transformando nuestro interior nos haga veros en esta Navidad, y en la Navidad de cada día, en estos pesebres de las calles, las chabolas y las barracas, y totalmente convencidos de que es en el dar como recibimos, entreguémonos, sin ningún tipo de reserva, a vosotros presentes en los ignorados, los necesitados, los solitarios de esos desiertos que son, como dice el presbítero Pierre-Marie Delfieux, fundador de las Fraternidades Monásticas de Jerusalén, las ciudades; esos hormigueros donde las gentes se cruzan sin verse, tan necesitadas de que vuestra Luz los ilumine. Ayudadnos a ser lámparas encendidas, transparencia del amor de Dios.
1.- JESÚS:
(1)Por Cristina Aguilar de Grandes
Menos mal, Jesús, que viniste al mundo hace 2009 años. Imagina que lo hubieras retrasado para este año y lo hubieras querido hacer en esta España nuestra en la que se acaba de aprobar la ley del aborto.
María “tenía todas las papeletas”. Era menor de 16 años, no estaba casada y Tú venías sin que San José hubiera participado en ello.
Lógicamente, ni José querría asumir una paternidad que no era suya, ni María estaría preparada para tener un hijo a esos años, ni San Joaquín y Santa Ana la habrían entendido. Seguro que, tras el primer comentario a alguna amiga, habría surgido rápidamente la propuesta: “lo mejor es que te deshagas de él, tienes derecho a abortar y no necesitas decírselo a tus padres. Con que digas que vuestra relación no es buena, basta”.
Sí, ya sé que estoy pasando por alto lo más importante, el que María no es una niñata, como muchas de las de hoy, y que para algo mandaste al ángel por delante. Pero también hoy hay ángeles que anuncian que las cosas no son así por casualidad, que Dios sabe lo que hace y que sus designios no son los nuestros. También hay chicas buenas (aunque no lleguen a ser como tu madre) que escuchan tu palabra, que asumen sus responsabilidades y que no se dejan engañar. Pero son jóvenes y no siempre es tan fácil vivir a esa edad en esta sociedad tan vacía de ti.
Menos mal, Jesús, que viniste al mundo hace 2009 años. Pero… ¿qué digo? Como si hoy no siguieras naciendo cada día y en todo el mundo…
Porque sigues naciendo en cada nuevo niño que viene a él, y dejas de nacer en cada uno de los que no lo pueden hacer. Ya me entiendes, Tú sigues naciendo en el mundo siempre, pero no te dejan llegar muchas veces, cuando se vive contra ti matando a tantos niños que, como Tú, quieren y tienen derecho a nacer, cuando se olvida que la vida no es nuestra y no podemos disponer de ella a nuestro antojo, cuando nos creemos dioses capaces de controlar y dominar hasta la vida…
Menos mal, Jesús, que viniste al mundo hace 2009 años. Y menos mal que nosotros seguimos teniéndote todos los días, sabiendo que, a pesar de lo que muchos quieran decir y hacer, nuestra vida tiene sentido, la vida de todo hombre tiene sentido y el mundo sigue siendo bonito, mientras en él haya hombres que siguen empeñados en vivir sólo para ti.
(2) Por Antonio Díaz Tortajada
Niño de Belén:
Venido a nuestra tierra desde la gracia,
al purísimo seno de una Virgen,
cáliz de amor en la historia de la humanidad.
Quisiera acercarme hasta ti
y tocar tus brazos para poder bendecir
acariciar tu rostro para poder sonreír
y mirar tus ojos para poder querer.
Cuando llegó la pascua y esa nochebuena,
llena de paz de gran sonrisa
sin saberlo, quizás,
llegó la vida nacida en un pesebre
y fue en un niño, Niño de Belén.
Niño muy hombre y Niño muy Dios
¡Qué bien le queda! al Enmanuel nacido:
Dios muy cerca de nuestra historia.
Tus ojitos se abren a nuestra vida
quedándose mirando cada rostro.
Más tarde lo dirás a tus discípulos y amigos:
Venid a mí los cansados y agobiados,
y yo os aliviare. Mi carga es ligera.
Por eso, y por eso que la nochebuena
con ese pobre Niño entre las pajas
tan rico en amores, de bondades lleno,
eres un tesoro cargado de cariño en el silencio.
Todo ese mundo y ese tesoro está dormido.
¡oh! se olvidó, tal vez, sigue en su sueño
y yo sin poder mirarte, Cristo,
en el hermano para decirte en serio:
Yo te amo.
Ese amor de Jesús recíbelo,
hermano, cuando la paz parece ya acabarse.
Eleva tu mirada hacia la Vida
porque mi Niño de Belén es Vida.
Niño de Belén:
Carpintero de nuestra madera,
tallada por tus manos
con el perfume de tu sabiduría.
Tus bracitos en alto nos muestran el cielo,
nos hablan que no todo está en el aquí
que hay un lugar celestial y un más allá.
Ayúdanos a cargar con nuestras cruces
que apenas si podemos a veces con nuestras propias cargas.
Esa cruz que cada uno portamos,
¿cómo pudiste llevarla sobre tu hombro herido?
¿cómo tuviste el valor de decir:"Hágase tu voluntad"?
¿cómo pudo María soportar tu martirio?
Estás en cada ser sufriente
que nos habla con su sola presencia,
en cada niño que pide limosnas
en cada alcohólico, en cada prostituta,
o en cada drogadicto...
¡Y esquivamos la mirada!¡porque nos duele!
¡porque a veces no sabemos, no podemos o no queremos!
¡Ayúdanos Niño de Belén!
(3) Por Rafael Amo Usanos
“La paz es el nombre personal de Cristo”
(San Pedro Crisólogo, Sermón 149)
Cristo es la paz. Es muy fácil asociar la imagen de un bebé como la que descubrimos cuando nos asomamos a cualquier representación del Belén con la paz, la tranquilidad, el bienestar, porque no se por qué siempre se representa al niño de Belén sonriendo y dormido, nunca llorando como hacen el resto de los bebés y Jesús, el Hijo de Dios, lo fue como un más.
Pero Paz no es el sobrenombre de Jesús porque sea un bebé tranquilo, sino porque con él llega la paz. El siguiente paso lógico es decir que la paz no es sólo la ausencia de guerra, si fuera eso, sería mentira que con Cristo haya llegado la paz; tras su nacimiento ha habido más guerras y crueldades que antes.
Paz, Shalom, en hebreo, es el don de Dios, es Dios mismo. Cuando años más adelante, pasadas ya las penalidades de la crucifixión, éste que hoy vemos hecho niño en Belén se aparezca resucitado de entre los muertos, este será su saludo: Shalom, paz.
La paz de Dios, esa que nos deseamos en la celebración de la Eucaristía, tampoco es sólo una ausencia de enemistades o un perdón mutuo por habernos ofendido. Es algo así como decir: “que Dios esté contigo”.
Paz es el sobrenombre de Jesús, porque es el Dios con nosotros, el Dios todopoderoso que no se olvida de nosotros y camina a nuestro lado, que alivia nuestras dificultades y hace más grande nuestras alegrías. El Dios a quien agradecemos sus dones y elevamos nuestra petición de ayuda.
Eso sí, cuando Dios nos es cercano, o mejor dicho cuando nosotros somos cercanos Dios, desaparecen las guerras, el terrorismo, de rechaza el aborto, desaparecen las enemistades entre nosotros, afrontamos las dificultades con alegría, en una palabra, llega la paz.
Por eso mi felicitación de Navidad para vosotros es que la paz sea con vosotros, amigos.
(4) Por Julio Angel Arjona Pernia
¡Cuán misterio de grandeza el asomarse al portal, al pesebre, a la cuna de Belén! La más pequeña de las ciudades posee al más grande de los nacidos de mujer. Sí, un niño, el niño Jesús, contiene lo más grande en la historia. Él es Enmanuel, “el Dios-con-nosotros”, pero no sólo eso sino que también es el Dios-para-nosotros, y en este niño de Belén, nacido para la Cruz , es el Dios-por nosotros.
Sorpresa alegre la de los pastores, que al asomarse vieron sólo un niño recién nacido, pero ellos, ejemplo para nosotros, vieron además con los ojos de la fe al Cristo, al Ungido de Dios, al Hijo de Dios.
Ahí está, nuestro Mesías, duerme en un pesebre. Nuestro Redentor llora de hambre, llora de frío. Él que quiso redimirnos con Dios Padre pasa las “calamidades humanas” para devolver al hombre toda la “grandeza divina”.
Precioso el niño, grandioso el niño, a quien los magos vinieron a rendirle tributo. Pequeño gran niño el que nació, y ahora yace entre pajas, del seno de la Virgen Madre. Venid, asomémonos también nosotros ¿qué vemos?
Muchos quizá nada, otros quizá mucho, pero vea quien vea esto, sabe ante todo que es un misterio: el misterio de Dios que habla nuestro lenguaje y que nos manifiesta cuán inmensurable e inabarcable es su grandeza. Una grandeza que se hace pequeñez en la carne de este niño a quien el ángel desveló su nombre: Enmanuel.
Este Enmanuel, nuestro Enmanuel es al que tenemos que mirar. Es a quien tenemos que copiar. Es al que tenemos que seguir. Al que tenemos que anunciar. Es a quien tenemos que proclamar a viva voz, que todo un Dios en un niño está.
Mirémosle ¿no le vemos? Comencemos a entender que todo el amor que Dios nos da comienza por lo pequeño. Pongamos empeño y así entenderemos este divino misterio.
2.- MARÍA:
(1).- Por Aquilino Bocos Merino, CMF
El refrán dice que todo depende del color con que se mira. Mario Benedetti ha escrito que todo depende del dolor con que se mira. Cuando uno se fija en la mirada de María se puede decir: todo depende del amor con que se mira.
Un amigo, hace unos días, me ha enviado un buen número de imágenes sobre cómo han pintado los grandes artistas el nacimiento. Y, al escribir estas líneas, he repasado las miradas de María hacia Jesús. Hay una gran coincidencia. Todos los pintores expresan una mirada llena de asombro y de ternura a la vez. María, reverente ante el Misterio que tiene en sus brazos o que se halla en el pesebre, abre su corazón en la mirada hacia el Niño, Hijo de Dios. Se halla extasiada y le parece poco, muy poco, lo que había cantado en el Magníficat.
María contempla, adora y sueña. También se la ve satisfecha, contenta. Se halla ante la nueva vida que trae una vida nueva. El Salvador ya está aquí. Ha llegado la misericordia divina al mundo en este hijo salido de sus entrañas. Y está entre los pobres, los excluidos, entre los que no tienen techo. Entrevé que van a caer los poderosos por su soberbia y van a ser exaltados los humildes.
Nos acogemos, Santa Madre de Dios, a tu amparo y protección. Introdúcenos en la luminosa nube de tu contemplación. Juntos adoramos a Jesús, el Redentor. Enséñanos a guardar en el corazón, como tú lo hiciste, lo que van diciendo de tu Hijo y cuenta con nosotros para hacer eco del mensaje de los Ángeles: ¡Paz a los hombres que ama el Señor!
(2) Patricio García Barriuso, cmf
“Lo envolvió en pañales” (Lc 2, 7)
María dio a luz a su Hijo primogénito y lo envolvió en pañales. María derrama su corazón haciendo eso que todas las madres han hecho a través de los siglos: envolver a sus recién nacidos en unos pañales. Esas ropitas son un signo que debería ser leído por los de corazón puro y abierto a la trascendencia. Unos pañales –nada, casi nada- es la ropa que Dios quiere tener cuando llega a la tierra. Para así parecerse mucho más a los hombres que cuando nacemos somos poco más que nada.
¿Qué podemos hacer los humanos con una envoltura de esa especie? Pues lo que hizo María. Esta mujer arropa, faja, envuelve, cuida al Niño para que no perezca de frío.
Todas las plantas precisan una maceta a su medida para florecer. Los pañales de María son la maceta que Ella misma prepara para que el niño pueda florecer. Los pañales o metidillos, como también se les llama, son como el abrigo constante con que Ella faja al Pequeño para que sienta calor. ¿Por qué estará tiritando de frío Aquel que está ardiendo en su interior?
¿Acaso será todo cuestión de amor? Porque bajarse no es rebajarse; ni inclinarse, doblegarse, sino siempre y en todo enamorarse. Dios está enamorado perdidamente del hombre y quiere ser como él, para que nosotros seamos como El. En los pañales del Niño resuena el acabado amor de Dios. María envolviendo al Niño entre esas ropitas nos lo acerca a los humanos. Ella con su presencia suave y tranquilizadora llena de cercanía los momentos primeros del Hijo de Dios en la tierra.
Bienvenido al mundo, Pequeño. Tu Madre fajándote te cubre con su amor. Y nosotros amándote, un poco a semejanza de María, llenamos el mundo de esplendor.
(3) Por Antonio Romero Padilla
“¡Salve, cuerpo verdadero que has nacido de la Virgen!”
(Himno latino, ca. siglo XIII).
Siempre por estas inolvidables fechas, cuando el corazón se empapaba de nostalgia, recordaba la joven María los destellos luminosos de aquella noche, donde el amor ganó una Vida de la incierta noche del abandono y la desgracia. Destellos fugaces que anidan en el mar insondable de una mirada que sabe que su pasado – ¡Y su presente! ¡Y su futuro! ¡Y su todo!– es gracia.
Vísperas eran solemnes de Navidad y dicen que en una de esas noches de caminos mojados, frío incipiente, mostradores de tabernas huérfanos de voces que encumbren soledad y levantisca niebla, llamaron a la puerta de tantas vidas un pobre matrimonio joven y en apuros pidiendo pan y cobijo. La joven madre, a punto estaba de dar a luz el fruto de sus entrañas y el padre –de humilde profesión y obligado al censo que mandaba el emperador– ningún recodo de grandeza podía ofrecerle al vástago que Dios había puesto a su cuidado. Y con la confianza puesta en el único que nos sostiene, se atrevieron a comenzar de nuevo el camino de las ilusiones y a surcar con brío y valentía los horizontes de una alborada que no conoce el ocaso.
Una ocasión más, perdona María el rechazo y la incomprensión ante un vientre encinto que encierra el precioso tesoro de la Vida para el mundo, y se olvida de aquellos sollozos de joven, que ya vislumbraban en el verde de sus ojos la esperanza que no defrauda. Un Hijo que, contempla entre sus manos tras una dura noche de parto, donde sirvieron de improvisadas matronas, las manos de su fiel esposo. Un Niño que Dios ha mandado para liberar a su pueblo y que nace –una paradoja más– en el candor de dos miradas de fe, en la sencilla gruta de un recodo de pureza y en la lumbre que no cesa de la caridad.
Un año más, la Virgen Madre abraza con unción el Niño Dios, lo besa, le reza, lo adora, le musita piropos, le canta nanas de antaño, lo recuesta sobre su pecho y lo cubre con aquél viejo manto, oscuro y raído ya, y zurcido con mil remiendos de sacrificio y entrega en el telar del servicio; aquél viejo manto que le regalaran sus padres Joaquín y Ana el día de sus desposorio con el varón bueno de José y que ella puso en la llaga del despojo cruel del establo como refugio generoso, sería la mejor herencia que le dio abasto de ejemplo para el futuro.
Una víspera más, recuerda la Iglesia agradecida que en esa noche de trueque donde un portalito para los animales de Belén se convirtió en el Monte Sión –la ciudad del Dios vivo– la posada generosa donde sí hubo sitio para unos padres primerizos en aquella fría noche de invierno y pobreza.
Una Navidad más sus lágrimas de madre son manantial grande donde beber el agua fresca de una historia que no pasa, que está siempre a la vera de nuestras vidas, que regresa siempre por estas fechas: porque allí donde hay amor, de la entrega de Santa María nace siempre el Señor. ¿Qué mejor pesebre que sus manos?
¡Feliz Natividad del Señor! ¡Felices fiestas en familia!
(4) Por Antonio Díaz Tortajada
María:
Qué alegría la tuya al mecer al Niño en una humilde cuna
llevándolo, entre tus manos y en tu regazo.
Queremos cantar contigo, Madre amada,
un canto donde nuestra acción de gracias
exprese nuestra oración y nuestro gozo.
Y el anhelo del alma enamorada
nos lleve a la esperanza,
queriendo ya salir yo de esta tierra
para estar contigo y con Jesús nuestro cielo.
¡Oh! ser como un niño entre los niños,
sin esas manchas, manchas de este mundo
corriendo siempre hacia tu manto protector
de madre que siempre velas nuestros sueños.
Eres hermosa y Virgen, tu pureza
va tocando el alma de nuestra vida.
Oh, mi doncella, estrella que ilumina
llevándome tan suave a mi destino.
Tu pobreza de cosas en la tierra
en el Belén de pajas esparcidas
hizo que mis ojos se fueran para arriba
y a contemplar tu gloria entre los santos.
De riquezas de amores coronada.
Tú me quieres mostrar, mostrar la Vida.
Los días pasarán mientras el alma
seguirá por siempre en sus suspiros.
¡Oh, Belén y Belén, pueblo pequeño
recibiste con gozo a la grandeza, el Enmanuel
y Niño de María. ¡Gracias! ¡Muchas gracias!
3.- SAN JOSÉ
(1) Por Jesús Rodríguez Torrente
Nunca se atrevió a mirar de frente y tuvo la certeza de que aquella niña se le escapaba en el pensamiento ¿Cuáles serían sus sueños? ¿Qué querría de él cuando estuviesen juntos? A él se le perdía la profundidad de su mirada pero la amaba con un amor tan tierno como profundo, tan pleno como hondo. La amaba, sí. La amaba en su totalidad. Cuando llegaron las primeras murmuraciones no daba crédito. Sentía hacerse pedazos su interior y, a la vez, no podía creer lo que decían. El golpe más duro llegó con aquel que traía saludos de Ain Karem y dijo, en la plaza del pueblo, el estado de buena esperanza de María. Los padres no salían de casa. Él respiró, cuando tuvo fuerzas se encaminó a casa de María y se sentaron. No hubo palabras, ni discursos. Sólo se miraron. Él sintió el dolor de aquellos padres, el miedo, la incomprensión a la que ya estaban sometidos. Sintió la desazón y, sobre todo, la desesperación de unos padres, que como él, amaban a aquella niña mujer sin comprender qué pasaba. No hubo palabras. Sólo un intenso sentimiento de compasión hacia el amor de aquellos padres, de aquella mujer ¿Por qué no sentía rabia, ni dolor contra ella? ¿De dónde viene esa mansedumbre, misericordia, ternura a tal situación? Sus pasos encaminados al taller se hicieron pesados. Su mente veía la ley del pueblo, el juicio, la lapidación, la muerte y sentía, sin saber como, un inmenso amor hacia ella ¡Que pesadez!, se dijo ¡Que cansancio!
No supo qué pasó. Ni tampoco dijo nada. Al despertar fue a ver a sus padres los miró y comprendieron, por como brillaron sus ojos, que su niña viviría. Él la amaba y supo que todo lo de ella era amor puro. Nunca dijo nada, sólo que su ser creció y todos dijeron que era la mayor presencia de Dios. De ahí que las buenas gentes, cuando pudieron acallar sus críticas y comenzaron a ver con los ojos del amor verdadero, le llamasen José el Bendito. Sí. San José el hombre más bendito.
(2) Por José Alberto Rugeles Martínez
San José fue sin lugar a dudas el hombre mas beneficiado de la Historia. Tuvo por hijo a su Creador. Por esposa a la Madre de Dios. Y era él la cabeza de la Sagrada Familia. De los tres él era el menos importante, el menor de todos, y sin embargo era quien tenía la Autoridad, la que ejercía sabiendo bien sobre quienes la estaba ejerciendo.
Sí, es San José -un varón de contrastes- sin dudas un ejemplo para todos los hombres de todos los tiempos.
Príncipe de la Casa de David no buscó obtener para sí la corona que le correspondía. Tenía en su Casa de Nazareth una corona incomparablemente más importante y por eso tiene el culto de Protodulía dentro de la Iglesia Católica. El ser padre y esposo de Jesús y de María era su mayor corona.
Príncipe que trabaja como carpintero. ¿Cómo habrán sido los muebles por él realizados? Sin duda los mejores de la Historia, hechos con la ayuda del Hombre-Dios que era su hijo putativo. Que delicadeza no habrán tenido las líneas de esos muebles. Y que fuerza. Siempre los contrastes en San José... Carpintero y príncipe. Modales de príncipe, maneras de noble, en la realización de trabajos manuales y artesanos. Ejemplo para tantos que piensan que una cosa va reñida con la otra.
Padre y Virgen. Otro contraste. Modelo de padre, modelo de esposo, y modelo de castidad perfecta. Siempre los contrastes en San José. Es de imaginar con que dedicación, con cuanto amor y con cuanta veneración trataba a la Santísima Virgen. Y como fue él quien por vez primera luego de María, adoró a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad hecho Niño. Poco antes, estaba limpiando el establo de Belén. Minutos después adoraba a Dios. San José supo hacer de "Marta y de María" con una perfección absoluta.
También modelo de autoridad y modelo de obediencia. ¿Cómo habrá obedecido él al Niño Dios? y ¿cómo le habrá dado órdenes a Jesús?, es algo tan sublime, tan alto, pues toca en la Divinidad, que nos deja en una actitud de admiración y oración por lo que significa. Oración y Admiración, dos constantes en la vida de San José. En la oración encontró el mejor recurso para estar a la altura de su misión. Y en la Admiración por Nuestro Señor Jesucristo y por la Santísima Virgen el mejor método para crecer en Santidad.
Modelo de certezas a pesar de las mayores perplejidades. Nunca dudó de María a pesar de verla esperando una criatura. Su Fe no le permitía dudar de quien el mismo veía que era llena de gracia. Y no obstante, Ella esperaba un Niño. ¿Cómo eso sería posible? Algo de extraordinario tenía que estar aconteciendo. Y no dudó. Si acontecía con María, tenía que ser lo mejor, pues ella era quien era. ¡Qué ejemplo! para quienes vivimos inmersos en la Dictadura del Relativismo.
San José modelo de los que mueren. Lleno de gracia y de consolación, teniendo a Jesús y María a su lado, que lo preparan para su encuentro con Dios. Sí, con Dios que estaba preparándolo para encontrarse con....Dios mismo. La muerte que parece el final era en el caso de San José un motivo a más de alegría. Siempre los contrastes en San José.
¡Oh glorioso Patriarca San José estamos casi en las vísperas de la Nochebuena. De esa noche bendita entre todas, en la que tu escuchasteis antes incluso que los Pastores, cantar a los Ángeles: "Gloria a Dios en lo alto de los Cielos y Paz a los hombres de Buena Voluntad". Tú San José fuiste por excelencia Hombre de Buena Voluntad, tú fuiste poseedor de la Paz como nadie en la Historia. Intercede por todos nosotros para que seamos poseedores de la verdadera Paz, que es según San Agustín, la tranquilidad en el orden.
Vivimos en un mundo que corre locamente hacia el desorden y que no encuentra la tranquilidad, por que la busca fuera de la Sagrada Familia.
Intercede por los millones de niños que no pueden nacer por que se les quita el derecho a la vida en un mundo que se dice ser moderno.
Intercede, San José, por este mundo, por esta humanidad que se alejó de Jesús tu Hijo y le dio la espalada a María tu esposa. Haz San José que nos volvamos hacia vosotros y que os queramos imitar. Protege a la Iglesia tú que eres su Patriarca. Y con palabras de Benedicto XVI te pedimos en este año sacerdotal que obtengáis "a los sacerdotes, que ejercen la paternidad con respecto a las comunidades eclesiales, amar a la Iglesia con afecto y entrega plena, y sostengas a las personas consagradas en su observancia gozosa y fiel de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia"!
4.- LOS ANGELES:
(1) Por José Serrano Belinchón
El trato con los ángeles es una cuenta pendiente que muchos cristianos solemos tener con nuestra fe y con nosotros mismos. Los ángeles son criaturas de Dios, lo mismo que los somos nosotros; así nos lo dice la fe, la Iglesia lo proclama, y la Sagrada Escritura lo testimonia repetidas veces, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, siempre en momentos y circunstancias cruciales que todos conocemos.
Un ángel, el Custodio de cada uno, nos acompaña día y noche sin separarse de nuestro lado ni un sólo instante, desde el momento en que nacemos hasta la hora de presentarnos ante el juicio de Dios, momento decisivo en el que también lo tendremos a él junto a nosotros, sirviéndonos de abogado. Y está ahí, como el mejor amigo y compañero de viaje para que nos sirvamos de él. Una verdad de fe, de la que tan poco se habla, y que rara vez, muy rara vez, advertimos en el comportamiento diario de los cristianos.
Los motivos por los que el hombre debería tener un trato frecuente con los ángeles en general, y muy en particular con su Ángel Custodio, son infinitos. Es el ser más cercano a él a lo largo de toda su vida. Los ángeles son los mensajeros de Dios, sus ministros ordinarios, criaturas glorificadas que contemplan al Señor cara a cara y cumplen sus mandatos con celeridad. Ellos son las criaturas más perfectas de la creación, los encargados de velar constantemente por la Iglesia, custodios de los hombres y de los lugares santos, de los Sagrarios, cuando a Cristo Eucaristía lo dejamos solo durante tantas horas en el silencio de nuestros templos. Son cómplices valiosísimos en nuestro vivir diario, en los quehaceres apostólicos, colaboradores eficaces en el trato con las almas.
Los ángeles, criaturas más perfectas que los hombres, comprenden nuestros deseos con sólo una simple insinuación de la voluntad, sin que medie siquiera el humano recurso de la palabra. Ellos, en fin, se encargan de presentar a Dios nuestras oraciones y nuestros deseos nobles; amigos fieles y generosos, constantes en su empeño por librarnos del mal, orientadores del hombre en las horas oscuras a lo largo de toda su existencia. Un valiosísimo regalo de Dios, cuyos servicios no siempre sabemos valorar.
5.- LOS PASTORES
(1) Por Angel Moreno de Buenafuente
Siempre me pregunto por qué desde Abel, bendecido por Dios, pastor de rebaños, y desde David, el último de sus hermanos, pastor también, escogido por Dios para ser rey de Israel y de Judá, son tan significativos los pastores en la Biblia , si en una sociedad rural, socialmente son inferiores a los agricultores y de alguna forma estaban marginados porque no podían cumplir la ley.
Los pastores son los primeros en recibir la noticia del nacimiento de Jesús, y los primeros que acudieron a adorar al nacido en Belén, anunciado por los ángeles como el Mesías esperado.
Sorprende que Jesús tome la figura del pastor para presentarse a sí mismo. Hay quienes definen la parábola del Buen pastor como el autorretrato de Jesús.
María, la madre de Jesús, tiene especial cariño a los pastores; hay muchas historias, tradiciones o florecillas que relacionan a María con los pastores, a los que en muchas ocasiones los hace testigos de su desvelo por la humanidad. ¿Será en agradecimiento por lo que hicieron en la Nochebuena ?
El pastor es humilde, contemplativo, paciente, sacrificado. Vive en contacto con la naturaleza, se relaciona con el cielo, ama la creación, no tiene prisa, gastas sus días en cuidar del rebaño.
Si Dios ha escogido las mediaciones para hacerse historia de entre los segundones - extranjeras, estériles, proscritos, pobres -, a la hora de su nacimiento, los primeros que obsequian al Salvador son los pastores, los ancianos, los débiles.
Jesús va a pronunciar una bendición emblemática:
«Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes,
y se las has revelado a pequeños.
Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.
Todo me ha sido entregado por mi Padre,
y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre,
ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo,
y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar» (Mt 11, 25-27).
Cuando deseamos acercarnos a adorar y reconocer al Hijo de Dios, nacido de María, deberemos iniciarnos en la escuela de los pastores para poder maravillarnos de lo que Dios ha hecho en favor nuestro.
¡Pastores, enseñadnos la forma de ir al portal de Belén, a ver al que su madre ha envuelto en pañales y lo ha recostado en un pesebre!
(2) Por Antonio Díaz Tortajada
Niño de Belén:
Hoy quisiera ser tu pastor a cielo abierto
y escuchar el canto de los ángeles:
Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz…
Hoy quisiera ser tu pastor a cielo abierto
y ser el primero en llegar a Belén
encontrar a María y a José
y bendecir tu nombre
y arrodillarme con lo todo lo que soy.
No tengo nada que ofrecerte.
Sólo mi corazón vacío y pocas cosas más.
Quisiera que mi poema en medio de la noche fría,
fuera calor en el regazo de tu madre María
y, que en la oscuridad y silencio de tu nacimiento,
fuese mi fe lámpara que iluminase
las sombras y los rostros de tu establo.
¡Déjame, mi niño de Belén, ser pastor!
No tengo más riqueza que la vida que Dios me ha dado,
ni más dulce, que la alegría de tu alumbramiento
ni más apoyo, que el saber que Tú estás a nuestro lado.
Me ha costado esfuerzo llegar hasta Belén
me he perdido por otros senderos
ciego como soy e inválido como camino,
pero tu cercanía y tu sonrisa iluminara nuestra vida.
6.- LOS MAGOS DE ORIENTE:
(1) Por Gabriel María Otalora
Epifanía significa "manifestación"; en este caso, de Cristo que se nos da a conocer. Sin embargo, el relato evangélico de los Magos no es la única “manifestación”, ya que Jesucristo se dio a conocer en otros dos momentos señalados que la Iglesia celebra como epifanías: el bautismo en el Jordán y el milagro de la boda de Caná que marca el inicio de su vida pública. Pero mientras que en la primera se manifiesta a los judíos y en la segunda a sus apóstoles, en la de los Magos es un signo claro de la apertura de la Buena Nueva a todos los pueblos de la Tierra.
El Pueblo Elegido crece por todos los confines de la Tierra. Esto es lo esencial de esta maravillosa fiesta que ha llegado hasta nosotros desde Oriente bajo el símbolo de los regalos como expresión de la donación que aquellos hombres sabios hicieron al Niño Jesús. Hasta que el consumismo lo ha invadido todo logrando, casi, vaciar de sentido una fiesta tan emblemática y misionera de la Pascua de Navidad.
Como dijera Juan Pablo II, “¿Quién no siente la necesidad de una "estrella" que lo guíe a lo largo de su camino en la tierra? Sienten esta necesidad tanto las personas como las naciones.” Pero la práctica nos dice lo difícil que resulta hacernos sencillos y confiados como aquellos sabios que fueron humildes y se fiaron de Alguien superior a sus conocimientos.
Luego ha venido la coloratura que le hemos añadido a los Reyes Magos, tan del gusto popular, pero que no debe empañar la esencia del mensaje. Y cada vez que nos olvidamos de la esencia, no vemos a los demás pueblos ni a quienes son diferentes tan elegidos como nosotros; la historia nos puede recordar esta contumacia.
La narración evangélica tampoco menciona el número de Magos y en el Oriente, la tradición habla de doce obsequios. En el mundo latino, encontramos ligeras variantes en los nombres, Gaspar, Melchor y Baltasar, a partir del siglo VII; en cambio, los sirios y los armenios les llaman con otros nombres y más numerosos. Todo esto no tiene mucha importancia. Tampoco los Padres de la Iglesia afirman que los Magos tenían que ser reyes. Lo más lógico es que fueran miembros de una casta sacerdotal del medio Oriente, posiblemente de Persia, pero sin que tengamos una tradición precisa de sus países de origen.
Lo cierto es que la venida de los Magos causó gran conmoción en Jerusalén. Pero los máximos representantes de aquél pueblo judío gobernado teocráticamente por Herodes y los sacerdotes, actuaron negando la Buen Nueva. En cambio los pastores, gente impura que tenía prohibido el acceso al templo, y los Magos, unos extranjeros paganos, son los que anuncian y acogen la Noticia. Es una de las tantas paradojas evangélicas que no nos dejan acomodarnos.
Celebremos con alegría la fiesta de los Reyes Magos y el intercambio tradicional de regalos entre los nuestros, claro que sí, pero sin olvidar que la fiesta religiosa nos interpela en nuestro papel de anunciadores la presencia del buen Dios entre nosotros a tantas personas desorientadas y desencantadas. Y esto solo es posible regalando nuestro ejemplo, es decir, un poco de nosotros mismos. ¡Y a brindar por la Navidad!
(2) Por Antonio Díaz Tortajada
¿Quién pudiera ser Mago de Oriente este día
y seguir la estrella que ilumina
y guía hacia el lugar humilde y pobre de Belén?
Un silencio en la ciudad, no pasa nada,
Y un portal mudez de los hombres que dormían.
Es cierto, los marginados pastorcillos
corren cuando saben la buena noticia.
Un ángel les ha venido desde el cielo:
¡Noticia!, ¡Noticia!:Un Niño nos ha nacido,
un Niño se nos ha dado.
Atrás quedaron palacios, tronos y vasallos.
Hoy solo es importante el que sólo tiene
el amor como castillo y almena,
la pequeñez como defensa indefensa
y, como siervos y guardianes
un José y María que, sólo saben mirar,
y contemplar y emocionarse ante el misterio.
¿Quién pudiera ser Mago de Oriente este día
y seguir la estrella que ilumina?
El mundo que caminaba en tinieblas vio una
gran Luz.
No se debe ocultar esta noticia.
Los ángeles le cantan, el resto está dormido.
Despierta el firmamento y la estrella,
su luz ilumina el sendero.
Hemos visto su estrella y queremos adorarle.
¿Quién pudiera ser Mago de Oriente este día
y seguir la estrella que ilumina?
Te doy gracias, Niño de Belén
porque sin ser Mago de Oriente he visto una estrella.
Una estrella que, en la noche oscura,
me ha invitado a seguirle,
incluso en las horas amargas,
despertando mis sentimientos y mi curiosidad.
7.- LOS OTROS, NOSOTROS, LOS DEMÁS:
(1) Por Angela C. Ionescu
No, no me pongo en el lugar de la Virgen María , ni de San José, ni de los ángeles, ni de ninguna de esas personas ante las que nos inclinamos estos días. Tampoco me pongo entre los pastores, muchísimo menos en el lugar del Niño.
Me acerco al belén y soy yo, Ángela, simplemente, sin adornos ni disimulos en estas circunstancias. Y me arrodillo ante las figuras que recuerdan el nacimiento de la Vida con el corazón dando las gracias en cada latido.
Niño Dios, gracias porque puedo adorarte estremecida de gratitud en vez de hacerlo entre lágrimas. En mi casa, en mi familia, la persona que es más en mi vida ha estado a punto de perder la suya. He visto la muerte de cerca, helada y desconcertada, absolutamente impotente, sola y atrapada por la desesperanza. Sólo tu mano poderosa ha podido impedir la tragedia.
Niño Señor, gracias de rodillas ante tu efigie amable porque en las fechas en que conmemoramos tu venida a nuestro mundo, no has dejado que el dolor se apoderara de todo mi ser y para siempre de mi vida.
Gracias, Niño Dios, por permitirnos que hoy podamos encender una vela en el belén y que su luz haga brillar especialmente nuestros ojos. ¿O no es solamente la luz de la vela?
¿Qué otras palabras te diría ahora, que puedo seguir exultando por la vida, amándola y apretándola contra mí como nunca?
Gracias, Señor. Gracias, Niño del Altísimo. Gracias, Madre bendita entre todos los seres de la creación. Gracias, san José de tantas bondades. Gracias, ángeles hermosos. Gracias, pastores tan queridos. Gracias, reyes caminantes, asombrados por siempre.
Me acerco a vosotros de puntillas, despacio, algo temblorosa. No soy más que yo, Ángela, de rodillas, rebosando gratitud, pidiendo perdón por no merecer ni una migaja de cuanto el Niño todopoderoso me ha otorgado.
COLOFÓN:
(1) Por Angel Pérez Pueyo
-- “Mi querido Jesús: No despiertes a los pastores, no molestes a los ángeles, ni hagas caminar en vano a los magos desde oriente. ¡Quédate en el cielo! No vuelvas. No vale la pena. Nadie te está esperando”.
Cada vez que la releo me conmueve ―tal vez porque me siento delatado― y tengo una profunda curiosidad por intuir cuál hubiera sido su respuesta. Estoy seguro que Jesús hoy me respondería en estos términos:
-- “Mi querido Ángel, tienes razón. No voy a volver porque ―aunque ni me veas ni me sientas― realmente nunca me marché. Abre bien tus ojos. Descúbreme aunque sea oculto en la naturaleza, en la historia, en los acontecimientos sencillos, en tu familia, en las personas más cercanas, en los compañeros de trabajo, en el ejercicio diario de tu ministerio presbiteral, en tus desvelos por todos los seminarios españoles, en tu propio interior, en el Pan y Vino sobre el altar, en la Palabra que ilumina y llena de sentido tu vida. Descúbreme en los pobres y parados a los que atiendes con solicitud, en los enfermos, en los ancianos, en los jóvenes heridos y vacíos. Hazme crecer y alúmbrame en el corazón del mundo. No tengo otros labios que los tuyos con que pronunciar las palabras sagradas, no tengo otras manos que las tuyas con las que estrechar a toda la humanidad que cada día le pesa más el silencio de Dios en sus vidas”.
Labios y manos que junto a los de tantos sacerdotes podrán perpetuar en el altar el MISTERIO de la Encarnación, verdadera caricia de Dios al mundo. La mejor felicitación navideña, no lo dudes, seguirá siendo ofrecer tu propia vida como signo de esperanza para todos.
¡Enciende esta noche tu estrella e ilumina el corazón de la humanidad!
(2) Por Peio Sánchez
Tras tanto tiempo de silencio tengo un deseo inmenso de contar lo que me ha pasado. Como si el ejercicio de la memoria recuperara lo mejor, lo más bello y más profundo que he vivido. Tras este ímpetu comunicativo experimento la serenidad confiada de la que ha perdido mucho pero también ha sido encontrada.
Cuando en abril celebré mi boda con Joan no podía suponer el inesperado giro que tomarían los acontecimientos. Nos habíamos conocido en un campo de refugiados en África, yo como corresponsal de guerra, el como cooperante de una ONG reconocida. Las situaciones límites hacen emerger lo peor y lo mejor, extraña paradoja. Allí, en medio de la violencia, de tantos seres heridos, descubrimos un camino de felicidad. Pronto nuestro compromiso fue creciendo. Por entonces había perdido la fe, había visto demasiado mal para creer en nada. Con Joan aprendí por lo menos a creer en el otro. Él me hablaba de la presencia de Dios en su vida, de su cercanía y de su abrazo. Yo le escuchaba pero en lo único que creía era en su cercanía y en sus abrazos. Mi fe comenzó en él, ya que mi natural prevenido descubrió la certeza de un amor resistente. El ponía el sentido de lo ideal, la atracción por lo imposible. Por mi parte yo ponía el sentido de lo real, la pasión por lo pequeño y el instante.
A finales de agosto, por sorpresa, se declaró una situación de emergencia humanitaria y Joan tuvo que marchar rápido y lejos. Su disponibilidad fue inmediata, la mía también. Tenía sentido esperar un poco cuando se tiene toda la vida por delante. Y más cuando la causa merecía la pena. En una semana nos despedíamos. Él marchó a vivir en una tienda de campaña asumiendo la coordinación de las ayudas médicas, yo me centraba en la redacción donde las noticias de la guerra nos mantenían en un ritmo frenético al equipo de internacional.
Aprendí la relación por e-mail y el messenger. Descubrimos cómo se puede estar cerca en la distancia. A pesar de los límites aprendimos a reconocer las posibilidades. La discusión era más difícil, los inevitables roces cotidianos desaparecían. Nuestros trabajos nos apasionaban y nos robaban todas las energías. Y además la relación se mantenía en un plano tan virtual que casi parecía ideal.
La crisis en la redacción vino de una exigencia de Fran, entre nosotros Murdoch, el director jefe del diario. La cosa empezó con los compañeros de la edición digital que informaron de un bombardeo aliado con amplias víctimas civiles, las imágenes llegaban con elocuencia avasalladora. Cuando se estaba confeccionado la edición de papel llegó el conflicto, aquella noticia estaba vetada. Era necesario filtrar aquella información, por lo menos había que esperar a que llegara la confirmación de lo evidente. Rápidamente me sumé a la rebelión, varios redactores se negaban a dejar el espacio de primera plana a los deportes. Pero, el asunto, por la visto, no era negociable. La línea editorial de la casa estaba marcada. Sin embargo, en el calor del enfrentamiento, se nos recordó quien nos pagaba, y la batalla dialéctica se convirtió en tormenta de redacción. Varios dijimos que no pasábamos. La reacción fue inmediata. Al volver del almuerzo teníamos una caja de cartón en la mesa y una carta de despido. Al volver a casa, ya siendo una rebelde parada, le escribía un e-mail contándole la pelea del día.
A la mañana me encontraba este e-mail: “Querida Ana, por fin ha terminado un día agotador. El campo está trastornado por las noticias de los bombardeos de la última semana. Aunque hay una especie de la barrera que impide la comunicación con los cooperantes extranjeros sabemos, a través de los compañeros locales, que han tenido noticias y que muchas de sus aldeas se han visto afectadas. Por la tarde llegaban los nombres de algunos heridos y de muchos muertos. En algunas zonas del campo se escucha una especie de llanto colectivo, como una queja que se confunde con un grito. Y el silencio crece entre los que se mueven como sombras llegando hasta nuestro dispensario o recogiendo el avituallamiento. Este silencio trágico se nos contagia como si pesaran las palabras, como si decirlas invadiera la incertidumbre o violara el dolor. Al anochecer me he retirado a orar como tantas veces. Hoy el silencio venía solo, como prolongación del día. Recordaba tus noticias, la crisis en la redacción, tu enfrentamiento y despido. La verdad es que desde aquí se hace todo más pequeño, ante el drama colectivo que me sobrecoge. Tuve la intuición de releer un viejo texto de Pablo: “Mi gracia te basta, que mi fuerza se realiza en la flaqueza” (2 Cor 12,9). Arropado por su lectura me he puesto a contemplar tanta debilidad, tanto dolor y tanta impotencia. Allí se concentraba la densidad de todas las noches. Y allí, en medio de la noche, me encontré una vez más con aquella extraña fortaleza, que no viene de dentro pero que sí está dentro como una Fuente amiga, personal e íntimamente cercana. De ella he bebido para volver a empezar mañana. Un abrazo tan ancho como el mar que nos separa, Joan.
Dos días después una llamada al móvil me sorprendió en mitad de la noche. Un accidente había ocurrido en el campamento y las noticias eran confusas. Los responsables de la ONG me decían que no podían localizar a Joan. Varios compañeros suyos vinieron a nuestra casa. La incertidumbre pronto se vio confirmada. Un bombardeo había asolado el campamento. Tras un momento de duda me confirmaron que Joan estaba entre las víctimas aunque no se sabía bien su estado. Dije que quería volar inmediatamente. Y sólo mi insistencia logró que me dijeran la verdad. Joan había muerto esa mañana. Mi cuerpo se desconectó de la mente y me derrumbé. Sólo recuerdo la sedación y el sueño. Y el dolor de despertar a la realidad. Comenzó una noche que duró más de dos meses. Asistí como una autómata al funeral, a las noticias de prensa y a las entrevistas. Todo desfilaba ante mí como si yo no estuviera. Mis padres se trasladaron a casa, los amigos no abandonaban, aunque si lo hacían mis fuerzas. Un día empecé a despertar y descubrí que me movía. Entonces convulsivamente me puse a abrir y releer los mensajes de correo electrónico de Joan una y otra vez. Sobre todo aquel último escrito que ahora tenía valor de testamento. Aquello de la debilidad nunca lo comprendí tan bien como ahora, pero ¿dónde estaba la fortaleza?
En aquel lento despertar una fecha fue especialmente significativa. Mis padres, los amigos querían que pasara la Nochebuena con ellos. Pero yo les insistí que aquella noche quería estar sola. Después de cenar bajé para dejar que el aire helado despertara mi corazón. Un grupo salía animado de una iglesia entre saludos y música que se vertía desde el interior. A través de una decisión inaudita e incontrolada me vi dentro. El calor me reconfortó, la música me atrajo. Entonces me senté en uno de los últimos bancos. Pocos quedaban e iban saliendo. Solamente allí adelante, tres personas rezaban de rodillas y en silencio. Cuando se cerraron las puertas me sentí más tranquila. Me puse a esperar cuando repentinamente, como una presa reventada, un torrente de lágrimas reventó la compuerta. Así lloré, silenciosa y largamente, algo que no había conseguido hacer. Tras largo rato aquel e-mail que ya sabía de memoria me vino al recuerdo. Como una voz que venía de más allá, una voz inspirada y cálida me decía “Mi gracia de te basta”. Aquella presencia misteriosa que “no viene de dentro pero que si está dentro” se me hizo familiar, como una voz conocida que ya no era la de Joan. En aquel momento me invadió una inmensa paz. “Et in terra pax hominibus bonae voluntatis”, cantaba al fondo un villancico en providente casualidad. Ante mi asombro caminé unos pasos por el pasillo central. Junto al altar había un pesebre con un niño casi de tamaño natural. Llegué ante él, me arrodillé y nuevamente lloré. Una de las personas que oraba se levantó y me ayudó a incorporarme: ¿Está bien? ¿Necesita algo? Entonces le dije un secreto que a nadie había confesado: “Estoy embarazada de cuatro meses”. El rostro sonrió con una mirada franca y un gesto de victoria. Entonces me di cuenta que estaba sola en la iglesia. Lentamente me incorporé y salí a la noche, la luz ya era tan clara como la alborada. Y extrañamente comprendí que “cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte”. Era el día de Navidad y había recobrado la fe. Ahora me sentía viva, dolorosamente viva, aunque doblemente viva.
(3) Por Angel Moreno de Buenafuente
Venid, adoremos a Dios hecho hombre, a Jesucristo, el Hijo de Dios.
Venid, adoremos al hijo de María, envuelto en pañales y recostado en un pesebre, señales que autentifican que es el Mesías.
Venid, adoremos a quien los ángeles cantan ¡Gloria en el cielo, paz en la tierra!
Venid, adoremos a quien rinden homenaje los pastores maravillados por lo que han visto y oído.
Venid, adoremos a quien nos revela nuestra semejanza divina.
Venid, adoremos a Aquel por quien han sido hechas todas las cosas.
Venid, adoremos, besemos, al Niño de Belén, Dios con nosotros, Emmanuel.
Jesús, el hijo de María, devuelve la dignidad a nuestra naturaleza humana.
Jesús, el hijo de María, nos revela hasta dónde somos amados de Dios.
Jesús, el hijo de María, nos hace sacramentos de su rostro.
Jesús, el hijo de María, nos permite glorificar a Dios con nuestro cuerpo.
Jesús, el hijo de María, nos rescata de todo pesimismo egoísta.
Jesús, el hijo de María, nos concede el mayor título, el de ser hijos de Dios por adopción.
Jesús, el hijo de María, ilumina nuestra naturaleza y la hace reflejo de su humanidad.
Por este Niño de Belén los más pequeños son sacramento.
Por este Niño de Belén los pobres son privilegiados.
Por este Niño de Belén los que sufren son bendecidos.
Por este Niño de Belén los que están solos sienten acompañamiento.
Por este Niño de Belén todo ser humano es sagrado.
Por este Niño de Belén los humildes son enaltecidos.
Por este Niño de Belén el sufrimiento no es inútil.
Hoy es Navidad, porque nos ha visitado el Sol que nace de lo alto.
Hoy es Navidad, porque en muchos lugares de la tierra se ha contemplado el nacimiento de Jesús.
Hoy es Navidad, porque ha nacido la Vida.
Hoy es Navidad, porque muchos enfermos siguen siendo curados y acompañados.
Hoy es Navidad, porque han sucedido gestos de perdón.
Hoy es Navidad, porque permanecen entre nosotros quienes ofrecen sus vidas como testimonio del amor divino.
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