Mensaje a los Amigos del Divino Niño Jesús
De nuevo están solos el Maestro y sus apóstoles. Van andando por la campiña fresca, por un camino que ha tomado Jesús, no sin estupor de Pedro, que quería tomar otro distinto:
-Nos alejamos del lago...
-Llegaremos, de todas formas, a tiempo para lo que debo hacer.
Los apóstoles ya no hablan más. Se dirigen hacia un pequeño pueblecillo, un puñado de casas perdido en la campiña.
Se oye un vivo cascabeleo de rebaños que van a pacer a los montes. Habiéndose detenido Jesús para dejar pasar a un rebaño numeroso, los pastores se lo señalan unos a otros y se reúnen en grupo. Se consultan unos a otros, pero no se atreven a más.
Es Jesús quien elimina irresoluciones e incertidumbres atravesando el rebaño, que se ha detenido a pacer en el pingüe pasto. Va derecho a acariciar a un pastorcito que está hacia el centro de la lanuda aglomeración de ovejas y balidos. Le pregunta: «-¿Son tuyas?
Bien sabe Jesús que no son del niño, pero lo que quiere es que hable.
-No, Señor; estoy con aquéllos. Los rebaños son de muchos dueños. Nos hemos unido por los bandidos.
-¿Cómo te llamas?
-Zacarías, hijo de Isaac. Pero mi padre se murió; yo sirvo porque somos pobres y mi madre tiene a otros tres más pequeños que yo.
-¿Hace mucho tiempo que murió?
-Tres años, Señor... y desde entonces no he vuelto a reír porque mi madre llora continuamente y yo ya no tengo a nadie que me acaricie... Soy el primogénito, y la muerte de mi padre, siendo todavía un niño, me ha hecho hombre... No debo llorar, sino ganar... Pero, ¡qué difícil es!
Efectivamente, descienden ahora también las lágrimas por esa carita demasiado seria para su edad.
Entretanto, los pastores se han acercado, y también los apóstoles: un grupo de hombres en medio de un bullir de ovejas.
-Tienes padre, Zacarías. Tienes un Padre santo en el Cielo y te ama siempre, si eres bueno; y tu padre no te ha dejado de querer, porque está con Abraham, en su seno. Debes creerlo, y, por esta fe, debes ser cada vez mejor.
Jesús habla con dulzura mientras acaricia al niño.
Uno de los pastores, intrépido, pregunta:
-Eres el Mesías, ¿no es verdad?
-Sí, lo soy. ¿De qué me conoces?
-Sé que estás por Palestina y que pronuncias palabras santas. Por esto te reconozco.
-¿Vais lejos?
-A las montañas altas... Llega el calor... ¿No nos vas a hablar? Allá en las cimas, donde estamos, hablan sólo los vientos, y algunas veces el lobo haciendo una carnicería, como en el caso del padre de Zacarías. Hemos estado deseando verte todo el invierno, pero no te hemos encontrado nunca.
-Venid conmigo a la sombra de esa arboleda. Voy a hablaros.
Jesús va a la cabeza, llevando de la mano al pastorcillo; acaricia con la mano libre a las corderas, que, balando, levantan el morro.
Los pastores reúnen el rebaño a la sombra del soto maderable, y mientras las ovejas se acueclan y rumian, o pacen y se restriegan contra los troncos, Jesús habla.
-Habéis dicho: “Allá en las cimas, donde estamos, hablan sólo el viento, y algunas veces el lobo haciendo una carnicería". Lo mismo que sucede allá en las cimas sucede en los corazones por obra de Dios, del hombre y de Satanás; por tanto, allá arriba podéis tener lo mismo que tendríais en cualquier parte.
¿Tenéis suficiente conocimiento de la Ley como para saber sus diez mandamientos? ¿Tú también, niño? ¿Sí? Pues entonces ya sabéis suficiente. Si practicáis fielmente cuanto Dios ha mandado, seréis santos. No os quejéis de estar lejos del mundo, porque ello os preserva de mucha corrupción. Dios no está lejos de vosotros, sino más cerca, en esa soledad donde habla su voz en el viento que Él ha creado, o en las hierbas y las aguas... más cerca que no entre los hombres. Este rebaño os enseña una gran virtud, es más, muchas grandes virtudes: es manso y obediente; se conforma con poco y agradece lo que tiene; sabe amar a quien lo cuida y reconocer a quien lo quiere. Haced vosotros lo mismo, diciendo: "Dios es nuestro Padre; nosotros, sus ovejas. Su ojo vela por nosotros. Nos tutela. Nos concede no lo que es fuente de vicio, sino lo que es necesario para la vida".
Y mantened lejos de vuestro corazón al lobo, que representa a los hombres malos, que tal vez os instigan y seducen a malas acciones por orden de Satanás, y al mismo Satanás, que os tienta para que pequéis y así despedazaros. Vigilad. Vosotros, pastores, conocéis las costumbres del lobo. Tan astuto es él como sencillas e inocentes son las ovejas. Primero observa desde lo alto las costumbres del rebaño, luego se acerca despacio, deslizándose entre los matorrales. Para no llamar la atención, permanece inmóvil en posiciones pétreas: ¿no parece, acaso, un bloque de piedra que ha rodado hacia abajo para caer entre las matas? Pero luego, una vez que se ha asegurado de que nadie vigila, salta y apresa con sus dientes. Lo mismo hace Satanás: os vigila para conocer vuestros puntos flacos, merodea alrededor de vosotros, parece inocuo, ausente, atento a otras cosas, cuando en realidad os está vigilando; luego, de repente, salta para arrastraros al pecado; y alguna vez lo consigue.
Pero tenéis cerca a un médico y a un ser compasivo: Dios y vuestro ángel. Si os habéis herido, si habéis enfermado, no os separéis de ellos, cual perro afecto de rabia; antes bien, llorando, elevad a ellos vuestro grito de ayuda. Dios perdona al arrepentido, vuestro ángel está dispuesto a suplicar por vosotros y con vosotros a Dios.
Amaos entre vosotros y amad a este niño. Todos os debéis sentir un poco padres de este huérfano. Que la presencia de un niño entre vosotros modere vuestras acciones con el freno santo del respeto hacia los niños. Y que vuestra presencia a su lado supla lo que la muerte le ha arrebatado. Hay que amar al prójimo. Este niño es el prójimo que Dios os confía de manera especial. Educadlo bueno y creyente, honesto y sin vicios. Vale mucho más que una de estas ovejas. Pues bien, si cuidáis de ellas porque son del patrono y os castigaría si las dejaseis morir, ¡cuánto mayor habrá de ser vuestro cuidado para con esta alma que Dios os confía por Él mismo y por el difunto padre! Bien triste es su condición de huérfano, no la agravéis aprovechándoos de su tierna edad y de su orfandad para avasallarlo. Pensad que Dios ve las acciones y las lágrimas de todos los hombres, y todo lo tiene en cuenta para premiar y castigar.
Y tú, niño, recuerda que nunca estás solo. Dios te ve, y también el espíritu de tu padre. Cuando algo te turbe y te proponga hacer el mal, di: "No, no quiero la eterna orfandad". Huérfano para siempre serías, en efecto, si condenaras tu corazón con el pecado.
Sed buenos. Yo os bendigo para que todo el bien os acompañe. Si siguiéramos el mismo camino, continuaría hablando todavía mucho; pero el sol ya va estando alto y tenéis que partir, y Yo también: vosotros, a resguardar de este fuego a las ovejas; Yo, a apartar de otro fuego, más tremendo, a algunos corazones. Orad para que vean en mí el Pastor. Adiós, Zacarías. Sé bueno.
Paz a vosotros.
Jesús besa al pastorcito y da su bendición; y, mientras el rebaño se encamina lentamente, Él lo sigue con la mirada, para volver luego a su camino.
(De la Obra de María Valtorta)
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