viernes, 18 de diciembre de 2009

EL SACERDOCIO EN TIEMPOS DE CRISIS - EL AÑO SACERDOTAL EN DIEZ PUNTOS: BENEDICTO XVI A LOS SACERDOTES...

Por Pablo Blanco, sacerdote y profesor de Teología de la Universidad de Navarra
Cuando hace unos días tuve que hablar junto con el escritor José Luis Olaizola sobre el Año sacerdotal en las XVII Jornadas sacerdotales, en El Rincón (Tordesillas, Valladolid), decidí primero leer todos los textos que encontré del Papa actual sobre el tema y resumirlos en 10 puntos.

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Benedicto XVI ha pronunciado homilías y discursos, ha escrito una carta a los sacerdotes y otra a los obispos, y además ha mantenido numerosos e interesantísimos encuentros informales con sacerdotes, diáconos y seminaristas, en los que explica en profundidad y con detalle su idea del sacerdote. Intento resumir aquí los principales puntos en torno a los que gira esta imagen del sacerdote que se propone en la actualidad.

Se podrían subtitular estas recomendaciones como "El sacerdocio en los tiempos de crisis", y no solo económica. La figura del sacerdote católico está desprestigiada dentro y fuera de la Iglesia, sobre todo tras los escándalos por abusos sexuales realizados por algunas personas del clero, especialmente en los primeros años del posconcilio. El cardenal Ratzinger fue partidario desde un principio de la política de la «tolerancia 0», y ha recordado después como Papa que este tipo de acciones son incompatibles con el ejercicio del ministerio. Ahora bien, ¿por qué el modelo del cura de Ars, y no más bien -por ejemplo- de un Romano Guardini con iluminantes clases y homilías, o de un Don Camilo en continua gresca con el alcalde comunista Peppone? Tal vez la respuesta se encuentre en la importancia que el teólogo Ratzinger daba a «la fe de los sencillos». Quienes "mueven" de verdad la Iglesia no son los que salen en las televisiones o publican editoriales en los periódicos, sino el sencillo pueblo de Dios que reza y trabaja.

El perfil del sacerdote para el siglo XXI, según Benedicto XVI, sería el sacerdote-sacerdote, el sacerdote cien por cien, y se podría resumir en los siguientes puntos, dicho en términos coloquiales:

1. El sacerdote es Cristo entre Cristos. La interacción entre sacerdocio común de todos los bautizados y el sacerdocio ministerial de los ministros ordenados -laicos y sacerdotes- resulta determinante. El sacerdocio ministerial debe estar al servicio del sacerdocio bautismal de los laicos, que es lo mayoritario e importante en la Iglesia, según las enseñanzas del Vaticano II. Es decir, el sacerdote es un pastor -a imitación del único Buen Pastor, Jesucristo- que cuida de sus ovejas, todos los fieles bautizados. «Ser sacerdote en la Iglesia significa entrar en esta entrega de Cristo», dice Benedicto XVI. Con palabras del santo cura de Ars, podríamos decir: «el sacerdocio es el amor del corazón de Jesús». El sacerdote está al servicio del pueblo de Dios, y por eso el mismo cura francés decía a sus feligreses: «hoy soy pobre como vosotros, hoy soy uno de vosotros».

2. El sacerdote es un «servidor de vuestra alegría» (2Co 1,24). El orden sacerdotal es el sacramento del servicio y, por eso, el sacerdote es hoy en día más que nunca insustituible. Esto requiere -seguía diciendo Benedicto XVI- una gran «creatividad pastoral», tal como la tenía el cura de Ars, para poder servir mejor, en todos los sentidos. Servir, no servirse; es decir, en terminología ratzingeriana, «ser-para» Cristo y los demás. El Papa actual ha sido todo un catedrático de teología en varias universidades alemanas, a la vez realizó una intensa labor pastoral en la parroquia muniquesa de Heilig Blut, en la catedral de Frisinga, en la capellanía universitaria de Bonn, en el mismo Ratisbona o como arzobispo de Múnich. Es más, entendía sus propias clases también como una verdadera actividad sacerdotal. Los biógrafos hablan de la gente que acudía a sus clases para escucharle, incluso sin estar matriculado. En este sentido, podríamos decir que Benedicto XVI es también «un buen cura».

3. El sacerdote es en primer lugar celebrante, es decir, alguien que administra los sacramentos. El centro de la Iglesia es la liturgia, ha repetido Joseph Ratzinger en numerosas ocasiones. Así, el altar se constituye en el centro de la actividad sacerdotal. Lo esencial del sacerdote es celebrar bien. En la Carta a los sacerdotes, Benedicto XVI recordaba cómo la mirada que tenía el cura de Ars a la Eucaristía era una clara señal de su pureza interior. Por el contrario, decía el sacerdote francés, «la causa de la relajación del sacerdote es el descuido de la Misa». Los sacerdotes hemos sido llamados a ser pan partido y sangre derramada. Por eso, el ars celebrandi constituye una actividad esencial del ministerio sacerdotal. Ser artistas de la celebración, aunque no se trata de ser original, pues todo está inventado. El Papa alemán habla también con frecuencia sobre la necesidad de la adoración eucarística, de explicar los sacramentos y realizar auténticas catequesis mistagógicas para acercar al misterio eucarístico. La clave sigue estando en el baptisterio, el altar, el sagrario y el confesonario.

4. Pero también el sacerdote es un "anunciante", cuando proclama y anuncia la Palabra. Esto requiere conocerla, frecuentarla, leerla, sobre todo en la celebración litúrgica. Primero será necesario interiorizarla y vivirla. Ratzinger siempre ha dicho que los mejores exegetas e intérpretes de la Escritura son los santos. El sacerdote ha de ser un hombre de la palabra de Dios, de los sacramentos y del misterio de la fe. Esto requiere darla a conocer, predicarla con contenido, como han revindicado los reformados y como han hecho los curas de siempre, empezando por el mismo cura de Ars, quien se preparaba a conciencia los sermones y predicaba sin vaguedades. Ratzinger publicó hace años un libro que en alemán se titulaba Dogma y predicación. Ahí explicaba que las homilías debían hablar de la Trinidad, de la creación, de Cristo, de la Iglesia, de los sacramentos, e incluso del más allá. Más claro, agua. También el ambón resulta pues importante y definitivo en el ministerio sacerdotal.

5. Pero antes el sacerdote necesita interioridad, vida interior, raíces. El sacerdote es un hombre de fe, dotado de visión sobrenatural, capaz de dar sentido único a todo lo que tiene que hacer. Llama la atención sin embargo cómo Benedicto XVI habla de modo continuo sobre la necesidad de vivir y enseñar la cruz y el sufrimiento. Convertirse para convertir, confesarse para confesar es un mensaje recurrente también en sus textos. En el vía crucis encargado por Juan Pablo II en 2005, el entonces cardenal Ratzinger hablaba de «la suciedad de la Iglesia», que requería una necesaria purificación. «La participación en el sacrificio de Cristo -escribió en la carta con motivos del Año sacerdotal- llevó al cura de Ars del altar al confesionario». Es este otro de los centros fundamentales en torno a los que gira la existencia sacerdotal. El amor necesita purificación. El sacerdote es un romántico que ha conocido el amor -un enamorado, nunca un funcionario-, y por eso requiere esa continua purificación, también para poder transmitir la pureza a los demás.

6. El sacerdote es misionero, que debe combinar el diálogo con el anuncio. El sacerdote de hoy sabe salir a la calle, y aprovecha cualquier oportunidad -un bautizo o un funeral- para ayudar a encontrar a Cristo a todos los que se acercan a la Iglesia. Debe anunciar a Cristo en un mundo en continua evolución, al mismo tiempo que dialoga con él, siendo sin embargo sal, luz, levadura. Debe disolverse sin diluirse, valga la paradoja. En este sentido, resulta inherente la hermenéutica del concilio, que -tal como propuso el mismo Benedicto XVI, el 22 de diciembre de 2005- consiste en una «hermenéutica de la reforma», no de la ruptura. El sacerdote no puede ser ni un nostálgico ni un revolucionario. Debe ser un reformador y, como dijo Benedicto XVI en Alemania, el país de la reforma, «los verdaderos reformadores son los santos». En este sentido, el sacerdote ha de saber aplicar de verdad el concilio Vaticano II, ir a los textos conciliares y dar prioridad de la formación permanente, sin caer en tópicos fáciles ni simplificaciones apresuradas.

7. El sacerdote es caritativo, con ese ministerio de la caridad que resulta -junto con la predicación de la palabra y la celebración de los sacramentos- una parte esencial de su ministerio. Además de las distintas labores asistenciales que siempre serán pocas en la Iglesia, el sacerdote debe ser también un "escuchador", pues este hacer caso a la gente puede ser en no pocas ocasiones el mayor acto de caridad. Además, ha de prestar atención a los jóvenes, a las familias y a los más necesitados, que tantas veces son los no-nacidos. Por eso el sacerdote será -junto con todos los laicos, a quienes compete de un modo especial esta misión- un defensor de la vida y la familia. Después, estará toda esa gran masa de inmigrantes, de los que se ocupaba también Benedicto XVI en sus enseñanzas. El amor y la caridad pueden ser el comienzo del diálogo interreligioso, por ejemplo, con los musulmanes. Es decir, el sacerdote es el hombre de todos y para todos, superando así las posibles clases, "capillitas" o tendencias ideológicas.

8. El sacerdote en un hombre razonable. Benedicto XVI ha hablado de modo repetido sobre la necesidad de «dar razón de nuestra esperanza» (1Pe 3,15). La razón supone un punto de encuentro con todos -cristianos o no cristianos- sobre tantos temas. El sacerdote debe hablar también -¿por qué no?- de la creación, de la naturaleza y de la ley natural (el medio ambiente resulta un tema ineludible en el discurso actual), como el mismo Ratzinger hizo cuando fue arzobispo de Múnich. Debe hablar también del pecado original y de la semilla del mal que vive dentro de todos nosotros. Debe dar razones y ofrecer argumentos. 

La predicación deberá ser con contenido y ante esto nos podríamos preguntar: ¿cómo son nuestras homilías?, ¿son meras exhortaciones sociales o piadosas? En este sentido, el periodista estadounidense John L. Allen ha hablado de la «ortodoxia positiva» propuesta por el Papa actual, capaz de ofrecer la integridad de la fe, con un estilo alegre, positivo y propositivo. La fórmula ha resultado convincente y ha triunfado en más de una ocasión.

9. El sacerdote ha de ser también un hombre de comunión. Benedicto XVI ha hablado así de la importancia de acoger en la pastoral habitual a los nuevos movimientos, al Camino neocatecumenal o a otras realidades eclesiales. Tal vez la fórmula de la parroquia como comunidad de comunidades podría ayudar en este sentido y unir así diferentes carismas y sinergias pastorales. Pero la prioridad estará en sus propios hermanos sacerdotes. La fraternidad sacerdotal constituye una absoluta prioridad, y la primera caridad pastoral consiste en ayudar en su ministerio a otros sacerdotes. En este sentido -seguía recomendando Benedicto XVI- pueden resultar de gran utilidad los encuentros y asociaciones sacerdotales, en las que buscan conjuntamente la santidad. En todo esto ha de tenerse en cuenta que hoy en día se obedece con más naturalidad, y que la alegría ha de ser siempre la música de fondo de nuestro ministerio.

10. En fin, el sacerdote debe tratar de ser santo. Es un tema recurrente en sus escritos e intervenciones orales. Joseph Ratzinger ha repetido con frecuencia de la belleza de la vida de los santos como uno de los mejores argumentos actuales -junto con el arte cristiano- para evangelizar en el mundo actual. Resulta esta una actividad apasionante, pero dura, sin duda alguna. Sin embargo, santidad y alegría van juntas. Habla también con frecuencia de María, madre de los sacerdotes. Luego los lugares en los que se circunscribe esta santidad que busca el sacerdote serían el altar y el ambón, el breviario y el sagrario, el confesionario y también el rosario, valgan estos piadosos ripios. Aquí estaría el secreto de la santidad del sacerdote, tal como ilustró el modélico cura de Ars. En cualquier caso, queda claro que Benedicto XVI está convencido de que la «nueva primavera» de la Iglesia empieza por los sacerdotes...

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