lunes, 15 de septiembre de 2014

UNA HISTORIA DE AMOR, FE Y ADOPCIÓN


El obispo Longin, de Bancheny, tiene más de 300 hijos. Y no son de su esposa. Es un obispo de la Iglesia Ortodoxa en Ucrania, en una zona fronteriza con Rumanía, donde la gente tiene nombres y costumbres rumanas.
Longin tiene más de 300 hijos porque los ha adoptado y les ha dado un hogar. Lo cuenta Anna Petrosova en
este artículo de Segodnia.ru, anterior a la designación episcopal de Longin en 2012, cuando era archimandrita (abad de monasterio).
Ana Petrosova | Traducción del ruso de Tatiana Fedótova, Madrid



En la frontera entre Ucrania y Rumanía, en la villa de Bancheny (Ucrania Occidental) se ubica el monasterio de la Ascensión, único en su especie.

Aquí reside un monje conocido en toda Ucrania, el monje que adopta niños. El archimandrita Longin (en el mundo Mijail Vasilievich Zhar), de 49 años, tiene 332 hijos.

Muchos de ellos son portadores de VIH, hepatitis C, tienen parálisis cerebral.

El padre Longin busca en los internados y orfanatos a los más graves, niños con diagnosis sin esperanza, y si no puede evitar su temprana muerte, da a su vida corta amor y cuidado.

Para sus niños, el padre le edificó una residencia fabulosa en el pueblo de Molnitsa, una ciudad en miniatura, llena de flores y figuras de personajes de cuentos. Para los chicos, chicas y niños que padecen el SIDA, se han construido tres edificios de colores. Las escaleras de mármol tienes elevadores para los niños con dificultades motrices.

El interior es acogedor, lleno de olores caseros. En las habitaciones hay muebles bonitos, alfombras, un montón de juguetes. Peceras y flores por todas partes.

Trabajan cuidando de los pupilos 104 personas, de los cuales 65 son monjas, el resto es personal asalariado: enfermeras, cocineros, educadores.

Los niños (si la salud se lo permite) corren por los edificios sin límites, jugando a juegos ruidosos. A menudo traen de la calle a gatos o perros callejeros. Nadie les prohíbe alojar y cuidar a los animales, al revés, sus buenas intenciones se alaban. 

Una vez los niños le pidieron patines a papá, el padre Longin. Se los compró (200 pares), pero resultó que en el pueblo no había dónde patinar…

Entonces, en su ayuda acudieron los monjes de Bancheny (que a menudo visitan a los niños y les traen regalos de cumpleaños) y pusieron una pista asfaltada en el patio trasero de la residencia.

Cuando aparece en la ciudad infantil, los chicos se apresuran a abrazarle: “¡Papaíto ha venido!” Sin fuerzas para tocar y abrazar a cada uno, el padre Longin se tumba en el suelo, y los pequeños se le suben encima con chillidos y risas: “¡Bésame a mí también, papi!”

El mismo padre Longin tuvo una infancia difícil. Vivió en pobreza con su madre, a los 11 años comenzó a trabajar en una granja ordeñando el ganado. Saltaba muchas clases, tuvo que pasar a trabajar al turno nocturno, cuidando de animales. “Sólo tenía un pantalón heredado de mi madre, - recuerda el archimandrita Longin. - Por la noche limpiaba el corral, por la mañana lavaba mi pantalón, me enrollaba en una sábana, me ponía el pantalón mojado encima, y al cole. Los otros niños se apartaban de mí, hasta después de lavada, mi ropa apestaba a corral. No tenía amigos, nadie quería jugar conmigo.”

Y pronto quedó huérfano. Cuando murió su madre, enfermó y pasó medio año en el hospital. Recuerda que una vez, en invierno, estaba parado en la calle, mirando el humo que salía de las chimeneas vecinas preguntándole a Dios “Señor, ¿por qué no tengo leña? No, la leña no. ¡Que esté viva mamá! Pero no tenía mamá, ni calor, ni familia… ¿por qué?”

Por eso en los hambrientos 90, cuando ya mayor, casado, con tres hijos, sacerdote en el templo ortodoxo del pueblo de Boyany, Mijail Zhar trajo leche de sus vacas para ayudar a un orfanato, no se lo pensó dos veces.

Las condiciones en las que se encontraban los niños estremecieron al cura de 27 años. En seguida se llevó a dos pequeños.

Una vez por la tarde el padre Longin con sus monjes trabajaba en el campo: cosechaban maíz. En este momento le vienen de la cocina a decir que se acabó el aceite y no hay con qué preparar la cena. Las tiendas de la comarca ya estaban todas cerradas, pero para dar ánimos a todos, el padre dijo: “Si es tan necesario, el Señor nos enviará el aceite.” Pasó una media hora y a la residencia vino un señor que trajo… 200 litros de aceite.

El monje que lo recibió lo cogió de las manos y comenzó a dar vueltas: “Te ha enviado Dios, que hoy se nos ha acabado el aceite”. El pobre hombre se le desprendió y se apresuró a desaparecer… para volver en una hora con 40 litros de aceite más.

La región Gertsa es peculiar, con una mayoría absoluta de población rumana. Quedó dentro de Ucrania con el pacto de Molotov-Ribbentrop [cuando nazis y soviéticos se repartieron Europa del Este en 1939] “para no liarse mucho y tener la línea de la frontera más recta”.

Por eso allí hay mucha población que no sabe ucraniano, y las iglesias ortodoxas, aunque pertenecen al patriarcado de Moscú, tienen dispensa de seguir la liturgia según el calendario gregoriano, y en rumano.

A diferencia de otros orfanatos, donde los pupilos suelen llevar ropa de segunda mano donada, el padre Longin tiene acuerdo con una empresa turca para proveer a los niños de ropa nueva de tallas adecuadas.

Tiene apoyo entre los políticos. Yanukovich puso el primer ladrillo del edificio infantil y luego visitó varias veces la residencia, traía regalos a los niños y les donó un cine en casa. Yuschenko le condecoró como héroe de Ucrania.

La esposa del padre Longin, ahora es la Madre Solomea: se hizo religiosa junto con él. Ahora trabaja en la residencia cuidando a los niños con SIDA.

Oficialmente, tiene 29 hijos, 4 propios y 25 adoptivos. Nunca ha pedido ayuda para ellos como familia numerosa, aunque le correspondía. Pero cuando le llaman de administración u otra gente pudiente para preguntar por las necesidades de sus pupilos, no se niega y acepta cualquier ayuda.

En 2011, el orfanato no tenía estatus de tal. Por eso le acribillaban con comités que pretendían saber para qué recogían niños de todos los orfanatos y si querían hacerlos monjes.

Los niños, cuando ven llegar comités y funcionarios suelen pensar que les quieren devolver a sus orfanatos de origen, lloran y se aferran a las monjas.

A veces los comités funcionariales vienen con preguntas extrañas: ¿por qué los tejados son de color azul? Qué hay debajo de las camas de los niños? Les responden a la cara que las alfombras y la comida decente las ponen sólo para impresionar a la comisión.

El padre Longin dice que sólo pretenden tomar el pelo, a diferencia de otras comisiones “correctas” que se interesan por el bien de los niños. Les contesta que no tiene que rendir cuentas ante los revisores, porque si uno le roba a un niño, Dios lo castigará, y eso es lo que hay que temer, y no a la comisión.
 
 
 

 
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