La casa de los señores Gri Tonzio era una casa de locos. La mamá, la señora Bocca Gri Tonzio, era incapaz de pedir algo sin alzar la voz. Pero sus gritos parecían susurros al lado de los de su hija, la pequeña Chilla Gri Tonzio: la gente decía que había hecho huir a todas las cucarachas y bichos del pueblo con un único chillido. No creo que estuvieran exagerando, porque la verdad es que nadie podía descansar hasta que la niña se dormía: todo lo pedía a gritos. Y luego estaba el papá, don Cayo Gri Tonzio, un magnífico inventor chiflado que no había inventado nada en años. Normal; con tanto ruido, no podía concentrarse.
Por eso tuvo que inventar los
mosquizampa: unos increíbles mosquitos modificados genéticamente para comerse
los gritos.
Funcionaban tan bien, que nadie
se enteró el día que los inventó: se tragaron todos sus gritos de alegría, y
fue como si no hubiera pasado nada. Eso sí, los gritos están hechos de aire y
alimentan poco, así que los mosquizampa no tardaron es escaparse en busca de
comida. Pero no tuvieron que viajar mucho, porque en la planta de abajo
encontraron a Bocca y Chilla, y solo con los gritos de la madre y la niña
tenían para ponerse gordos como moscas. Se pegaban por comerse sus gritos casi
antes de que salieran de sus bocas, así que durante días nadie les oyó decir
una sola palabra. La gente solo las veía rodeadas por una nube de mosquitos, y
haciendo como que gritaban furiosas.
- Pobrecitas - pensaban- al final
se han quedado sin voz.
- Pues es un descanso para todos.
No hay quien aguante su forma de decir las cosas.
Pero sus gargantas estaban
perfectas. La propia Chilla lo descubrió cuando comenzó a quedarse sin fuerzas
después de varios días sin comer. Nadie sabía que tenía hambre, porque pedía la
comida con gritos tan brutales que los mosquizampa que los probaban se morían
del empacho.
- Tengo hambre - dijo muy bajito,
ya casi sin fuerzas.
- Vaya, ¡qué voz tan bonita
tienes! - dijo la vecina, mientras le hacía un bocadillo - nunca te había oído
hablar.
Aliviada, Chilla descubrió que,
cuando hablaba más bajo, las palabras salían perfectas de su boca, la gente
admiraba su bella voz y todos la trataban de una forma mucho más amable. Y es
que, hasta ese día, la gente solo le hacía caso de mala gana para que se callara.
Cuando se lo contó a su mamá, esta también dejó de gritar, y ambas comprobaron
felices que la vida podía ser más alegre y tranquila. Incluso el señor Cayo Gri
Tonzio, gracias a aquella nueva calma, pudo comenzar una increíble colección de
inventos que llegó a ser famosa en todo el mundo.
¿Y los mosquizampa? Bueno, cuando
Chilla y Bocca dejaron sus gritos, adelgazaron hasta hacerse casi invisibles. A
punto estuvieron de morir de hambre, pero pronto descubrieron que el mundo está
lleno de gente gritona y nunca les faltará comida. Eso sí, espero que vosotros
seáis listos y no sean vuestros gritos los que los alimenten…
DIOS CONTIGO
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