lunes, 2 de mayo de 2016

EL ESPÍRITU SANTO CONSOLADOR

PARA LAS ALMAS AFLIGIDAS

¡Qué bondad la de mi Dios, hacerme participante de los sufrimientos del Salvador! Él obra conmigo, como lo ha hecho con su propio Hijo. Toda su vida, como dice Tomas de Kempis, no fue sino una cruz y un continuado martirio.

La Escritura nos lo muestra, mientras estuvo en este mundo, siempre lleno de oprobios, y tratado como un vil gusano de la tierra.

Cuando pienso que la vida del mismo Hijo de Dios fue una vida toda de lágrimas, penas y dolores, ¿podría yo desear pasar la mía en medio de la paz y las delicias? ¿Seré yo acaso infeliz, teniendo una suerte semejante a la suya?

No debe el discípulo ser sobre su maestro, ni el esclavo sobre su señor. El camino es penoso y difícil, es verdad; pero cuando pienso que el mismo Jesús le ha andado primero, y no se ha separado de él jamás, encuentro en esta consideración una gran dulzura en mis trabajos.

El mismo Señor dice que no recibe en el número de sus discípulos sino a aquellos que están resueltos a llevar su cruz en pos de Él, y a llevarla constantemente.

El mundo habla a sus discípulos de placeres, honores y riquezas; pero el Hijo de Dios, cuya doctrina es opuesta directamente a la del mundo, no me habla sino de humillaciones, abnegación y crucifixión.

Los Santos juzgaban la extensión de su dicha por la de sus tribulaciones. Dos de los Discípulos de Jesucristo le suplicaron, que les concediese la gracia de estar sentados a su lado cuando fuese a su Reino; pero el Señor les respondió, que antes era necesario beber del cáliz que Él mismo debía beber, y que para tener parte en su Reino era necesario participar antes de sus ignominias.

La condición es necesaria, pero también es justa, porque ninguno hasta ahora ha sido coronado, sin que primero haya combatido, y las primeras plazas del Reino de los Cielos están reservadas para aquellos que se hayan señalado más en el combate, haciéndose más semejantes a su Maestro.

Nosotros somos, en calidad de Cristianos, los hijos del calvario, como dice San Agustín: Filii calvariæ es decir, que un Dios cubierto de llagas, derramando su preciosísima Sangre, y espirando sobre una cruz, nos ha regenerado en cierto modo sobre el Calvario, y dado una nueva vida; no es en este lugar en donde se gustan los placeres y satisfacciones terrenas, ni debemos considerar en él otra cosa que los sentimientos y deseos de nuestro Redentor, que sólo tuvieron por objeto el menosprecio, el oprobio, el sufrimiento y la cruz.

Debemos los cristianos, según San Pablo, ser injertos sobre la semejanza de la muerte de Jesucristo, si queremos serlo algún día sobre el modelo de su Resurrección.

¿Por qué, pues, oh alma mía, te entregas a la turbación y a la tristeza? ¡Ah! bendice y alaba al Señor mientras dura la noche de la tribulación, así como lo ejecutabas durante el día de la prosperidad. Él te presenta la candela de la fe, para que te conduzcas en medio de las tinieblas que te cercan y rodean; y lejos de abandonarte a la tristeza y al dolor, no debes sino darle gracias, y adorar los designios de su infinita misericordia sobre ti.

Cuando pasaba mi vida en la tranquilidad y el reposo, ciertamente que yo no era cristiano sino en el nombre, porque ninguna cosa es más opuesta a una vida cristiana que el vivir entre prosperidades y delicias; el camino de la cruz es el camino de la salvación, y yo no dirigía mis pasos por él; pero, ¡oh Salvador mío!, infinitas gracias os doy porque al presente puedo decir con uno de vuestros Santos en ocasión en que se hallaba lleno de oprobios, que comienzo a ser vuestro discípulo, porque comienzo a tener parte en vuestras tribulaciones.

Mis parientes y mis amigos, como miraban con satisfacción e interés elevarse mi fortuna, extenderse mi reputación, y que se conservaba mi salud, me tienen ahora lastima, y se compadecen de la situación en que me veo; pero, ¡oh Señor! más bien deberían darme el parabién y felicitarme, porque después de haberme Vos concedido por vuestra bondad la gracia de la fe, me dispensáis aun la gracia de la adversidad.

Los mismos Ángeles, si fuesen capaces de sentimiento, me tendrían envidia, al ver que haciéndome participante de Vuestra Cruz, me dais la más grande señal de distinción que vos mismo buscasteis en esta vida, y que habéis concedido a vuestros siervos.

¡Oh Verbo de Dios!, que sois en los resplandores de la eternidad la imagen de vuestro Padre, y que os dignasteis haceros

Hombre por nuestro amor, yo convido a los Ángeles y a los Santos a que os den gracias por mí del particular favor que me dispensáis, haciéndome por mis sufrimientos vuestra imagen y semejanza en la tierra.


DIOS CONTIGO













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