La Cruz, dice San Agustín, es la cátedra en que el Hijo de Dios nos enseña la práctica de todas las virtudes.
A la verdad, cuando lo veo morir sobre la Cruz por obedecer a la voluntad de su Padre, en suma desnudez, animado de los más nobles y generosos sentimientos para con los mismos que le quitaron la vida, cuando lo veo pronto a padecer por la salvación de los hombres una muerte aún más cruel y más dolorosa, si esta fuese la voluntad de su Padre, ¡qué sentimientos nacen en mi alma!
Si ella fuese dócil a la voz de la gracia que le habla, y que le instruye con este importante ejemplo, sentirá la más exacta obediencia a la voluntad de Dios, y tendrá una profunda humildad, una total abnegación de sí misma, una ardiente caridad con el prójimo, hasta con las personas más indignas de su amistad; y particularmente sentirá el amor más vivo y más tierno para con Dios, que la amó hasta morir por ella.
Las llagas que muestra en la Cruz, dice san Lorenzo Justiniano, los clavos que lo clavan, la lanza que traspasa su Corazón, son otras tantas voces que despiertan el amor que le debo, y las obligaciones de amarlo de todo mi corazón.
Mas aunque deba yo, como el Apóstol, hacer todos los días de mi vida un estudio serio de Jesús y de Jesús crucificado, para aprender la práctica de las virtudes, este estudio es particularmente más necesario, cuando me veo más afligido.
Entonces es cuando la gracia me convida a abrir el grande libro, que fue abierto a todos los hombres sobre la montaña del Calvario, con el designio de que aprendiesen a soportar los tormentos con el espíritu de un Dios paciente, y a soportarlos con suma resignación; libro que todos los Santos, en las aflicciones con que el Cielo los favorecía, leían con la mayor atención.
Santa Teresa dice, que en él encontraba la fuerza para las terribles experiencias que Dios exigía de ella. La Iglesia da este elogio a san Felipe Benicio, diciendo, que veía la Cruz del Salvador como su mejor libro.
¡Oh! ¡Cuánto más feliz seria yo, si la vista de Jesucristo en la Cruz obrase en mí aquella pasmosa conmoción que obró en el Calvario en aquel criminoso penitente que padeció al mismo tiempo que el Señor! Las criminosas inclinaciones de este pecador se trocaron en un instante en los más santos afectos; confiesa que es pecador, y sus lágrimas, mezcladas con la
Sangre de Jesús, son el soberano remedio de las enfermedades de su alma. Reconoce en el inocente que padece a su lado con tanta paciencia y constancia, el modelo que debe seguir, y a Él se conforma. Participa de los tormentos de Jesús, y concibe la esperanza de participar de sus triunfos.
¡Ah Señor! ¡Poco me importa que los hombres, los demonios y todas las adversidades de la vida me crucifiquen, con tal que no os pierda yo de vista, Salvador mío crucificado!
¡Ah! permitid que desde esa Cruz salten sobre mí algunas gotas de vuestra preciosa Sangre, y sufriré todo como los
Santos. Entonces, animado por vuestro ejemplo en mis aflicciones, y sin apego a las cosas caducas, sólo suspiraré por los bienes infinitos del Cielo, poniendo mi esperanza en vuestras sagradas llagas.
No, mi Dios, nunca más murmuraré, nunca más me quejaré de mis males, por grandes que sean. Vos os hicisteis mi guía en el camino de la salvación, cuando os hicisteis mi Salvador; yo comprendo bien que no puedo alcanzar la salvación, sino siguiéndoos por el camino de la Cruz, y ayudándoos a llevarla, y muriendo en ella con Vos.
Estoy en la Cruz con Jesucristo, diré desde hoy en adelante con San Pablo: ved aquí mi consolación y toda mi fuerza.
Mas dignaos, Señor, unir a la gracia que me hacéis de ser crucificado, la gracia de imitar la dulzura, la paciencia, la sumisión y la constancia que mostrasteis en la Cruz.
Quiero, imitando vuestro ejemplo, no responder a los ultrajes sino con beneficios; quiero glorificaros con mi silencio, como Vos glorificasteis a vuestro Padre con el vuestro; si fuere necesario que yo hable, sólo quiero proferir palabras de paz, de caridad y de sumisión.
Y pues queréis que yo viva y muera en la Cruz, quiero imitar en Ella vuestra constancia, a pesar de las distracciones que el mundo maquinara contra mí; Vos solo descendisteis de Ella después de muerto para cedérmela; yo la acepto, yo la abrazo.
A la verdad, cuando lo veo morir sobre la Cruz por obedecer a la voluntad de su Padre, en suma desnudez, animado de los más nobles y generosos sentimientos para con los mismos que le quitaron la vida, cuando lo veo pronto a padecer por la salvación de los hombres una muerte aún más cruel y más dolorosa, si esta fuese la voluntad de su Padre, ¡qué sentimientos nacen en mi alma!
Si ella fuese dócil a la voz de la gracia que le habla, y que le instruye con este importante ejemplo, sentirá la más exacta obediencia a la voluntad de Dios, y tendrá una profunda humildad, una total abnegación de sí misma, una ardiente caridad con el prójimo, hasta con las personas más indignas de su amistad; y particularmente sentirá el amor más vivo y más tierno para con Dios, que la amó hasta morir por ella.
Las llagas que muestra en la Cruz, dice san Lorenzo Justiniano, los clavos que lo clavan, la lanza que traspasa su Corazón, son otras tantas voces que despiertan el amor que le debo, y las obligaciones de amarlo de todo mi corazón.
Mas aunque deba yo, como el Apóstol, hacer todos los días de mi vida un estudio serio de Jesús y de Jesús crucificado, para aprender la práctica de las virtudes, este estudio es particularmente más necesario, cuando me veo más afligido.
Entonces es cuando la gracia me convida a abrir el grande libro, que fue abierto a todos los hombres sobre la montaña del Calvario, con el designio de que aprendiesen a soportar los tormentos con el espíritu de un Dios paciente, y a soportarlos con suma resignación; libro que todos los Santos, en las aflicciones con que el Cielo los favorecía, leían con la mayor atención.
Santa Teresa dice, que en él encontraba la fuerza para las terribles experiencias que Dios exigía de ella. La Iglesia da este elogio a san Felipe Benicio, diciendo, que veía la Cruz del Salvador como su mejor libro.
¡Oh! ¡Cuánto más feliz seria yo, si la vista de Jesucristo en la Cruz obrase en mí aquella pasmosa conmoción que obró en el Calvario en aquel criminoso penitente que padeció al mismo tiempo que el Señor! Las criminosas inclinaciones de este pecador se trocaron en un instante en los más santos afectos; confiesa que es pecador, y sus lágrimas, mezcladas con la
Sangre de Jesús, son el soberano remedio de las enfermedades de su alma. Reconoce en el inocente que padece a su lado con tanta paciencia y constancia, el modelo que debe seguir, y a Él se conforma. Participa de los tormentos de Jesús, y concibe la esperanza de participar de sus triunfos.
¡Ah Señor! ¡Poco me importa que los hombres, los demonios y todas las adversidades de la vida me crucifiquen, con tal que no os pierda yo de vista, Salvador mío crucificado!
¡Ah! permitid que desde esa Cruz salten sobre mí algunas gotas de vuestra preciosa Sangre, y sufriré todo como los
Santos. Entonces, animado por vuestro ejemplo en mis aflicciones, y sin apego a las cosas caducas, sólo suspiraré por los bienes infinitos del Cielo, poniendo mi esperanza en vuestras sagradas llagas.
No, mi Dios, nunca más murmuraré, nunca más me quejaré de mis males, por grandes que sean. Vos os hicisteis mi guía en el camino de la salvación, cuando os hicisteis mi Salvador; yo comprendo bien que no puedo alcanzar la salvación, sino siguiéndoos por el camino de la Cruz, y ayudándoos a llevarla, y muriendo en ella con Vos.
Estoy en la Cruz con Jesucristo, diré desde hoy en adelante con San Pablo: ved aquí mi consolación y toda mi fuerza.
Mas dignaos, Señor, unir a la gracia que me hacéis de ser crucificado, la gracia de imitar la dulzura, la paciencia, la sumisión y la constancia que mostrasteis en la Cruz.
Quiero, imitando vuestro ejemplo, no responder a los ultrajes sino con beneficios; quiero glorificaros con mi silencio, como Vos glorificasteis a vuestro Padre con el vuestro; si fuere necesario que yo hable, sólo quiero proferir palabras de paz, de caridad y de sumisión.
Y pues queréis que yo viva y muera en la Cruz, quiero imitar en Ella vuestra constancia, a pesar de las distracciones que el mundo maquinara contra mí; Vos solo descendisteis de Ella después de muerto para cedérmela; yo la acepto, yo la abrazo.
DIOS CONTIGO
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