LA ESPIRAL DEL ODIO
Lluis Llaquet
Lluis Llaquet
Había una vez dos familias que se llevaban muy mal. Eran dos familias muy numerosas, vivían pared con pared y no podían soportar...Siempre que podían se chinchaban una a la otra y se hacían la vida imposible.
Primero eran pequeñas cosas. Poner la música alta, hacer jaleo cuando sabían que los otros dormían, tirar el cubo de fregar delante de la puerta de los vecinos… Pero poco a poco fueron creciendo las putadas e intimidaciones hasta que un día llegaron a las manos. Los hermanos pequeños, que también eran compañeros de colegio, se pelearon un día en el patio. Con tan mala suerte de que uno de los chavales le rompió el brazo al otro.
Allí empezó la espiral de odio y venganza. El hermano mayor de una de las familias vengó el brazo roto y, junto a sus amigos, le pegó una paliza al hermano mayor de la otra. Las peleas y los desencuentros fueron todavía a más y, al final, los padres, cansados de tanta lucha, decidieron retarse, mano a mano, un lunes al salir el alba.
Pero al llegar a la batalla, en el punto de encuentro, el día y la hora acordada, ambos padres miraron atrás y, enrojecidos de vergüenza, se dieron cuenta de que ya no se acordaban de la razón de su pelea.
Hubiera sido mucho más fácil que los padres, en vez de quedar en pelearse al alba de un lunes, hubieran quedado el mismo día a la misma hora para solucionar sus disensiones. Pero no ha sido así en nuestra minicuento y no lo es en los conflictos que nos envuelven.
Quizás el más gráfico sea el de Israel y Palestina. Dos países que se encuentran en esta espiral de odio de la que, por el momento, no están dispuestos a salir. Un conflicto que solo tiene dos finales posibles. O la destrucción masiva de uno sobre el otro; o sentarse al alba a solucionar sus diferencias y empezar a romper esta espiral de “acción, reacción y venganza”.
Algo parecido a lo que pasa ahora entre Ucrania y Rusia, envueltos en un conflicto de intereses en los que poco tienen que ganar tanto los ucranianos como los independentistas pro-rusos.
Pero es que, y salvando las distancias, es lo mismo que ocurre entre Catalunya y España. Vengarse, aunque sea políticamente, de lo que ha hecho un bando sobre el otro, no es nunca la solución. Y este es el único camino que siguen nuestros gobiernos.
Mientras, el clima de odio entre ambas poblaciones sigue aumentando y el ambiente sigue enrareciéndose. Hasta que un día, cuando lleguemos al punto de encuentro, el día y la hora acordada, miremos atrás y, enrojecidos de vergüenza, nos demos cuenta de que no nos acordemos de por qué estábamos peleando.
Primero eran pequeñas cosas. Poner la música alta, hacer jaleo cuando sabían que los otros dormían, tirar el cubo de fregar delante de la puerta de los vecinos… Pero poco a poco fueron creciendo las putadas e intimidaciones hasta que un día llegaron a las manos. Los hermanos pequeños, que también eran compañeros de colegio, se pelearon un día en el patio. Con tan mala suerte de que uno de los chavales le rompió el brazo al otro.
Allí empezó la espiral de odio y venganza. El hermano mayor de una de las familias vengó el brazo roto y, junto a sus amigos, le pegó una paliza al hermano mayor de la otra. Las peleas y los desencuentros fueron todavía a más y, al final, los padres, cansados de tanta lucha, decidieron retarse, mano a mano, un lunes al salir el alba.
Pero al llegar a la batalla, en el punto de encuentro, el día y la hora acordada, ambos padres miraron atrás y, enrojecidos de vergüenza, se dieron cuenta de que ya no se acordaban de la razón de su pelea.
Hubiera sido mucho más fácil que los padres, en vez de quedar en pelearse al alba de un lunes, hubieran quedado el mismo día a la misma hora para solucionar sus disensiones. Pero no ha sido así en nuestra minicuento y no lo es en los conflictos que nos envuelven.
Quizás el más gráfico sea el de Israel y Palestina. Dos países que se encuentran en esta espiral de odio de la que, por el momento, no están dispuestos a salir. Un conflicto que solo tiene dos finales posibles. O la destrucción masiva de uno sobre el otro; o sentarse al alba a solucionar sus diferencias y empezar a romper esta espiral de “acción, reacción y venganza”.
Algo parecido a lo que pasa ahora entre Ucrania y Rusia, envueltos en un conflicto de intereses en los que poco tienen que ganar tanto los ucranianos como los independentistas pro-rusos.
Pero es que, y salvando las distancias, es lo mismo que ocurre entre Catalunya y España. Vengarse, aunque sea políticamente, de lo que ha hecho un bando sobre el otro, no es nunca la solución. Y este es el único camino que siguen nuestros gobiernos.
Mientras, el clima de odio entre ambas poblaciones sigue aumentando y el ambiente sigue enrareciéndose. Hasta que un día, cuando lleguemos al punto de encuentro, el día y la hora acordada, miremos atrás y, enrojecidos de vergüenza, nos demos cuenta de que no nos acordemos de por qué estábamos peleando.
DIOS CONTIGO
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