viernes, 27 de mayo de 2016

ESPÍRITU CONSOLADOR

PARA ALMAS AFLIGIDAS
Si patienter sustinetis, hœc est gratia apud Deum. I Petr. 2, v. 20. Induite vos ergo sicut electi Dei, sancti et dilecti, benignitatem, patientiam. Coloss.3, v. 12.



¡Cuántos méritos podría yo haber adquirido con los trabajos, si hubiese tenido la paciencia que debía en sufrirlos! El merecimiento de la paciencia es tan grande, que, en concepto de San Juan Crisóstomo, era igual al del martirio; y así decía: Que una lengua que alaba a Dios en la adversidad, no cede, ni es menos que la lengua de los mártires.

San Gregorio dice también, que para ser mártir no es necesario pasar por la violencia del fuego, ni del hierro; pues el que conserva en la tribulación verdadera paciencia, es un mártir.

San Juan vio una multitud innumerable de gentes de todas las naciones, que venían con palmas en las manos; y observó, que no sólo eran mártires los que las traían, sino también todos aquellos que habían padecido grandes tribulaciones; y así aunque haya diferencia entre un acto de amor que obliga a dar la vida por Jesucristo, y otro acto de amor que nos obliga a practicar virtudes heroicas, con designio de agradarle, ambos pueden tener un igual grado de gloria; y pueden los héroes cristianos, que hicieron triunfar la fe atormentados en los cadalsos, ser iguales a los que hicieron triunfar las virtudes que practicaron en ocasiones de mucha aflicción, en que tal vez desearían más bien morir en los cadalsos.

¡Qué espectáculo tan admirable no nos causa un mártir cuando publica la grandeza y misericordia de Dios entre los crueles martirios con que los tiranos le atormentan! Pues no es menos digno de admiración el que nos pone a la vista un cristiano, sufriendo, lleno de resignación, los dolores agudos de una enfermedad violenta postrado en la cama.

El suplicio del fuego es uno de los más crueles, aunque dura pocos instantes; el suplicio que padece un cristiano ultrajado, humillado, perseguido por sus enemigos, y obligado a sofocar dentro de su alma las llamas del furor y de la venganza con que le están torturando los agravios continuos, no es menor tormento que el del fuego.

La victoria que alcanza un mártir es muy gloriosa; pero, como dice San Cipriano, sólo le cuesta algunos momentos de combate; más la de un cristiano a quien le precisa de continuo soportar la desgracia, y ganar a cada momento una victoria, este consigue otras tantas coronas.

Un mártir no tiene duda que da a Dios una grande gloria; pero ¿qué gloria no da a Dios un hombre lleno de paciencia, que inspira a los que se enternecen con sus males todos los sentimientos de resignación de que él mismo se halla penetrado? ¿Que cuando lo obligan a hablar de aquellas personas que causaron su desgracia, solamente dice lo que no puede callar, o lo dice de una manera en que da bien a entender que los perdona, y que en vez de dejar abatir su espíritu, practica todos los ejercicios de piedad que puede? Un hombre que piensa y obra de este modo hace la apología de la providencia de Dios y del poder de su gracia; y entonces es cuando tocamos la suavidad del yugo del Señor alabando su Ser supremo.

Los idólatras aprendieron a conocer el verdadero Dios así por la paciencia con que los Apóstoles sufrían las persecuciones, como por los prodigios que ellos mismos obraban.

San Pablo, cuando habla de las señales con que se daba a conocer como enviado de Dios, da el segundo lugar a los prodigios.

Id, decía cierto obispo al célebre anacoreta Abrahan, que lo mandaba a predicar el Evangelio a los infieles; id, convertid a ese pueblo más por medio de la resignación con que sufrís los trabajos, que de otro modo alguno.

Vos mismo, divino Salvador, convertisteis más bien al universo a vuestro amor por medio de vuestra Cruz y de vuestra paciencia, que con todas vuestras persecuciones. ¡Oh, cuánto me gusta y consuela el pensar que puedo ser tan agradable a vuestros ojos sufriendo dolores sobre mi propio lecho, como si estuviese por la fe sobre un cadalso en medio de los más crueles tormentos!

Desearía tener la salud necesaria para practicar ejercicios de piedad en honra vuestra, y Vos queréis que os glorifique con ejercicios de paciencia. ¿Qué me importa el modo? Lo que deseo es contribuir a vuestra gloria; lo que quiero es glorificaros, y satisfacerme por los medios que os sean más agradables; pero concededme la paciencia necesaria, para que haciendo vuestra divina voluntad, llegue a conseguir vuestras promesas.

Señor, Vos quisisteis saciaros, como dice Tertuliano, de los placeres de la paciencia; Vos sabéis lo poco que puedo sufrir sin el socorro de vuestra gracia; concededme con ella poder ejecutar lo que no puedo naturalmente. Yo os debo un tributo de gratitud por lo mucho que en este mundo habéis sufrido por mí, y quiero satisfaceros conforme a la expresión del mismo Padre, practicando y ejerciendo en mis trabajos la misma paciencia de que me disteis ejemplo.


DIOS CONTIGO







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