Cuentan que hace años Dios decidió bajar a
la Tierra, para percatarse de cómo andaban las cosas, viéndolas
y sintiéndolas tan de cerca como los mismos hombres.
Decidió vestirse de blanco y entrevistarse con el hombre más
inteligente de una comunidad de granjeros.
Los sabios de aquella región escogida dialogaron a fin de designar
a uno de ellos para la gran entrevista, que se llevaría a cabo
en la cima de la montaña más cercana.
Se eligió a un granjero viejo al cual le encargaron algunos cuestionamientos
para ser planteados al creador. Aquel viejo se armó de valor y
se acercó a la luz blanca donde estaba Dios.
Con voz nerviosa empezó a decirle:
-Puede ser que seas Dios y que hayas creado este mundo. Probablemente
has hecho todas las cosas bien, pero por lo que yo he aprendido en los
campos, tú no sabes nada de agricultura; qué bueno que has
bajado a la Tierra a enterarte, porque tienes cosas que aprender y rectificar.
-Con gusto me pongo a tu disposición –afirmó Dios-.
Escucharé tus consejos y todo lo que señales me interesará.
-Yo creo –contestó el anciano- que hay muchos errores en
eso de los ciclos de la luna, el sol y las estrellas; en lo referente
a las tempestades y terremotos, pero para no abrumarte, los sabios de
mi pueblo sugieren que nos des el tiempo de un año, y las cosas
se hagan a nuestra manera.
Veremos lo que pasa, estamos seguros de que al corregir eso, nadie en
el pueblo padecerá pobreza.
-¿Qué es lo que piden? –preguntó el Altísimo.
-Que en estos doce meses no queremos truenos, ni nubarrones, mucho menos
ventarrones, , ni plagas para las cosechas, ni demasiado calor.
Queremos que todo sea confortable para la tierra, perfecto para el trigo,
los viñedos y las flores.
Dios estuvo de acuerdo con las peticiones y condiciones del granjero.
Se fueron cumpliendo una a una. Todo fue confortable, cómodo,
a favor; el sol cálido, la lluvia dulce y mansa, todas las cosas
eran lógicas y perfectas, el trigo y las plantas crecían
mucho más que en años anteriores.
Al término del plazo, Dios se presentó en los campos del
granjero. Este orgullosamente le dijo:
-Mira, Señor, ¡Cómo van de bien las siembras! Observa
y toma consejo sobre lo que son buenas cosechas. Esta vez los frutos de
todos sí valdrán la pena, por muchos años tendrán
bastante comida aunque no trabajen.
Pero llegó el tiempo de levantar las cosechas, y ante la sorpresa
de todos los pobladores de la región, la vaina no tenía
trigo, las naranjas estaban insípidas, las rosas carecían
de aroma.
-¡Señor! –preguntó el granjero-. ¿Qué
pudo haber pasado para que todo sucediera así?
-El error estuvo –contestó Dios- en que eliminaron los elementos
naturales que dan la fuerza con la que germina y crece la semilla.
Los ventarrones, los truenos y los relámpagos son indispensables
para madurar el alma de las cosechas.
Me explico: lo que se puede conocer acerca de Dios es evidente para ellos, pues él mismo se lo ha revelado. Porque
desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es
decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa. A
pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le
dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y
se les oscureció su insensato corazón. Aunque afirmaban ser sabios, se volvieron necios y
cambiaron la gloria del Dios inmortal por imágenes que eran réplicas
del hombre mortal, de las aves, de los cuadrúpedos y de los reptiles.
Rom. 1, 19-23
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