A LA ACCIÓN DEL DEMONIO
Conocemos muchas cosas de este mundo diabólico, que
se relacionan con nuestra vida y con toda la historia humana. El Demonio
está en el origen de la primera desgracia de la humanidad; él fue el
tentador solapado y fatal del primer pecado, el pecado original (Gen 3;
Sb 1,24). De aquella caída de Adán, el Demonio adquirió un cierto poder
sobre el hombre, del que sólo la redención de Cristo nos puede liberar.
Es historia que aún dura; recordemos los exorcismos del bautismo y los
frecuentes referencias de la Sagrada Escritura y de la Liturgia a la
agresiva y opresora "potestad de las tinieblas" (Lc 22,23; Col 1, 13)
¿Qué defensa, qué remedio poner a
la acción del Demonio? La respuesta es más fácil de formular, pero es
difícil llevar a la práctica.
Fuente: Un exorcista entrevista al Diablo -P. Domenico Mondrone S.I,
Podremos decir:
Todo lo que nos defiende
del pecado, nos defiende por ello mismo del enemigo invisible. La gracia
es la defensa decisiva. La inocencia asume un aspecto de fortaleza y
después cada uno recuerda lo que la pedagogía apostólica había
simbolizado en la armadura de un soldado, las virtudes que pueden hacer
invulnerable al cristiano (Rom l3,12; Ef 6,11.14.17; 1 Ts 5,8). El
cristiano debe ser militante, debe ser vigilante y fuerte (I Pe 5,8); y a
veces debe recurrir a algún ejercicio ascético especial para alejar
ciertas incursiones diabólicas; Jesús así lo enseña indicando el remedio
«en la oración y el ayuno" (Mt 9,29 ). El Apóstol sugiere la línea
maestra a tener en cuenta: "no os dejéis vencer por el mal, antes bien,
vencer al mal con el bien" (Rom 12,21; Mt 13,29).
Con la certeza de las adversidades presentes en las que hoy las almas, la Iglesia, el mundo se encuentran, nosotros buscamos dar sentido y eficacia a la acostumbrada invocación de nuestra principal oración: «Padre nuestro... líbranos del mal». A todo esto ayuda también nuestra bendición apostólica.
Con la certeza de las adversidades presentes en las que hoy las almas, la Iglesia, el mundo se encuentran, nosotros buscamos dar sentido y eficacia a la acostumbrada invocación de nuestra principal oración: «Padre nuestro... líbranos del mal». A todo esto ayuda también nuestra bendición apostólica.
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