jueves, 27 de marzo de 2014

PALACIO A LA FUGA

Hace mucho, mucho tiempo, cuando la tierra estaba tan llena de magia que hasta la piedra más pequeña podía tener mil secretos, existió un palacio que estaba vivo. Solía estar dormido, así que casi nadie conocía el secreto. Y así siguió hasta que la princesa que lo habitaba se casó con un príncipe muy guerrero y valiente, pero con tan mal carácter que ante cualquier contrariedad lanzaba objetos por los aires o golpeaba puertas y ventanas. Tras su última victoria, el príncipe dejó que fuera la princesa, de carácter más dulce y amable, quien viajara para negociar la paz, y pasó una larga temporada viviendo solo en el palacio.

El aburrimiento empeoró el carácter del príncipe, y según pasaron los días el palacio descubría nuevas marcas en las paredes y golpes en el suelo. Además estaba cada vez más sucio y descuidado. Y así, disgustado por aquel trato, el palacio despertó y aprovechó una salida del príncipe para moverse por primera vez en muchísimos años, y esconderse tras una colina. Pero el palacio era demasiado grande y el príncipe no tardó mucho en encontrarlo.

Así trató de escapar otras veces, pero el príncipe lo encontraba sin dificultad. Y luego desataba su ira provocando destrozos cada vez mayores. Hasta que una noche, cansado de todo aquello, el palacio cerró puertas y ventanas mientras el príncipe dormía. Y con él dentro y encerrado, corrió durante días y días, sin importarle los golpes y destrozos de su dueño. Cuando por fin se detuvo y abrió sus puertas, el príncipe descubrió que se encontraban rodeados de hielo y nieve, en medio de un frío espantoso.

- ¿El Polo Norte? ¿Y ahora cómo salgo de aquí? - se dijo el príncipe mientras salía a explorar los alrededores.

Después de investigar durante toda la mañaba sin encontrar nada, el príncipe volvió al palacio para calentarse. Sin embargo, al intentar entrar, descubrió que la puerta estaba fuertemente cerrada. La aporreó furioso, pero lo único que consiguió fue destrozarse sus manos casi heladas. Al ratito, la puerta se abrió ligeramente, y el príncipe corrió hacia ella. Solo para terminar llevándose un buen portazo en las narices justo antes de entrar.

- ¡Estúpido palacio! ¡Parece que estuviera enfadado conmigo!

¡Y claro que lo estaba! Y para hacérselo saber sacudió todas sus ventanas.

- ¿Con que esas tenemos, eh? - gritó el príncipe- Pues prepárate ¡Esto es la guerra! Y nunca he perdido ninguna.

Durante los días siguientes, el príncipe y el palacio tuvieron la pelea más extraña que pueda imaginarse. Mientras uno trataba de entrar rompiendo cristales y ventanas, el otro hacía lo que fuera por mantenerlo fuera. Y en mitad de aquella tonta guerra, fue el frío quien comenzó a congelar los pies del príncipe, y a agrietar las pareces del palacio.
A punto de morir helado, el príncipe, ganador de mil batallas, comprendió que la única forma de ganar aquella era buscar la paz. Y, sin decir nada, comenzó a reparar el palacio, controlando que sus enfados y su furia no volvieran a causar destrozos. El palacio descubrió que aquellas reparaciones le gustaban mucho más que sus locas peleas, y que precisamente aquel bruto príncipe era el único que podía repararlo. Así que no tardó en abrir sus puertas, y el príncipe pudo resguardarse del frío por las noches, y limpiar y reparar el castillo durante el día.


Para su sorpresa, el príncipe descubrió que disfrutaba enormemente realizando todas aquellas reparaciones y cuidados, y poco tiempo después el aspecto del palacio era magnífico. Tanto, que una de aquellas noches el palacio terminó de perdonar al príncipe, y cerrando sus puertas tomó el camino de vuelta a su país de origen.

Llegaron allí poco antes que la princesa, que se mostró encantada con estado del palacio y con la mejora del carácter de su marido, que apenas volvió a interesarse por las guerras. Y aquella paz duradera, junto con los cuidados del príncipe, hicieron que el palacio volviera a su silencioso sueño.

De aquel palacio único solo se sabe que fue desmontado piedra a piedra y repartido por todo el mundo. Y que puede que alguna de sus piedras sea hoy parte de tu casa, así que no dejes que tus enfados y tu mal humor puedan causarle algún daño...

Pedro Pablo Sacristan
 
 

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