EL FRACASO DE LA MUJER EN SU TRIUNFO
Los anuncios publicitarios siguen un
modelo eficaz: repetir sencillos mensajes hasta crear la necesidad. Y
nuestra época maneja con igual éxito mensajes sencillos que movilizan
las intenciones, los ánimos y los deseos. Y así se nos dice:
“esfuérzate, porque entonces conseguirás lo que te propongas.” Y el
mensaje parece cierto por cuanto viene acompañado de aquel que lo
personifica, como un Ferran Adria o un Steve Jobs. Como si se nos
dijeran: “ese podrías haber sido tú con sólo que te esforzaras.
Esfuérzate, por tanto, y lo conseguirás”. El modelo es necesario para dotar de verosimilitud al mensaje,
-como la rubia que acompaña el anuncio de un coche- porque en el modelo
encontramos el anclaje y la motivación para ese esfuerzo, justo porque
buscando emular al que triunfa, soportamos cuantas penosidades conlleve.
Pero el mensaje es falaz y perverso, porque nada
derriba tanto una teoría como la realidad misma. Y la realidad es
tozuda: sólo triunfan unos pocos y las penosidades soportadas por tantos
no son sino las piezas necesarias para encumbrar al triunfador.
-CésarUribarri-
Parravacini ya intuyó los tiempos actuales a su modo, a ese modo desconcertante que tantas incomprensiones le supuso en vida. Pero Parravicini era un católico convencido,
sabedor de lo extraño de cuanto le pasaba, que ni comprendía porqué ni
el porqué a él. Y a cuantos trataron de arrimarle a ese incipiente new
age de misticismos de conciencias globales él siempre respondía: “es mi ángel quien me dice esas cosas al oído”.
Cierto que los católicos no le entendieron y sí los parapsicólogos, y
como el corazón necesita afectos, a ellos se arrimó aún sin renegar de
su catolicidad. Pero ahí siguen los dibujos de Parravicini tildados de
psicografías sin que nadie les haya rescatado -la mayoría- a su
catolicísimo origen de desconcertantes profecías inspiradas. Cómo no recordar ese dibujo profético del año 37: “cabeza de
barba que parecerá santa, más no lo será y encenderá las antillas”,
anticipando en veinte años la llegada de Castro a Cuba. Y es que
Benjamin Solari Parravicini se hizo pintor para plasmar cuantas
profecías le eran dadas, dejándonos admirables revelaciones de oníricos
mensajes y descriptivos dibujos. Parravicini merece un estudio más
profundo, pero el conjunto de su descripción del acontencer humano se ha
mostrado atinado e intuitivo, llegando a profecías que siguen
sorprendiendo.
Y así Parravicini alcanzó a ver
con una claridad admirable la tortuosa senda por lo que habían de
transcurrir los pasos de la liberación de la mujer. Y en cierto
modo se estremeció. Ya en 1936 diría: "La mujer pasará su cabello al
hombre y el hombre pasará sus ropas a la mujer. Ambos mandarán en
igualdad de mando, pero el tiempo les hundirá", porque había intuido una
trastocación de la realidad, de la naturaleza más profunda del ser
humano. No se trataba sólo de extrañas profecías, como aquella del año
1937 en que anticipaba un transexualismo que entonces no se podía
entender pero que hoy vemos desconcertantemente nítido: “El hombre
mujer, será en dos faces (sic). Una por nacimiento bisexo, otra por
ancestralismo. El mal será el vicio en el hombre, este llevará el sexo
en búsqueda y terminará en hombre mujer falso. Médicos operarán y harán
bien, más el hombre mujer no será interpretado hasta el 70.” No, no se
trataba de intuiciones proféticas de excesos marginales. No, para
Parravicini había una previa trastocación del ser del hombre en el
mundo, de su misión constitutiva e íntima, en la que la mujer sería
arrebatada del corazón del hogar para ser entregada al falso corazón de
un mundo tecnificado.
Y ese era el problema anterior y
esencial. Por eso Parravicini dejaría en 1949 una sorprendente profecía
que parece hablar de nuestros días: "La mujer perderá la atracción del
sexo, usurpará al hombre de su quehacer, atrapará la política,
llevará su mando al alto estrado, será dominante factor en el mundo,
pero el mundo en el día de los días la aplastará. Será en el final de la
grande prueba." Porque ese éxito de la mujer se ha convertido
en su misma destrucción, en su misma insatisfacción, en su misma
desilusión. Y con la “pérdida” de la mujer se ha avanzado en la
destrucción de la civilización, porque ha sido posible derribar sus
cimientos más esenciales al grito silencioso de “realización”. Pero era
una prueba, una dura y pesada prueba que estaba atravesando el hombre,
hasta su culminación, hasta esa culminación final que intuyó el mismo
Parravicini: "En el final de la prueba la mujer llegará a mostrarse en
disfraces ridículos y modales absurdos, imposibles al hombre, el que en
hastíos escapará de ella. El día de San Malaquías es casi en el día!”.
Desaparecido el hogar, el hombre queda a merced del mundo, desarrapado, desprotegido, sometido a los vaivenes del dictado de los medios. Y
su vocación al amor queda pervertida porque se ha apartado del él a
quien mejor puede enseñar el verdadero sentido del amor: la madre.
Por eso interesa encumbrarla, hacerla mundo, para que el hombre no
encuentre el suelo del afecto que le guía en la vida y le constituye en
lo más profundo. Por eso veía Parravicini en ello signo de la perversión
de los tiempos y de su precariedad. Hoy sus oníricas profecías
las comprendemos como nunca antes, porque vemos que su materialización
ha llevado a las sociedades a un duro invierno. Invierno demográfico y familiar que, curiosamente, algunos siguen llamando primavera.
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