jueves, 6 de marzo de 2014

LA TRAMPA



Un ratón, mirando por un agujero en la pared ve a un granjero y su esposa abriendo un paquete. Pensó qué tipo de comida podía haber allí.

Quedó aterrorizado cuando descubrió que era una trampa para ratones. Fue corriendo al patio de la Granja a advertir a todos: Hay una ratonera en la casa, una ratonera en la casa!”

La gallina, que estaba cacareando y escarbando, levantó la cabeza y dijo:
-”Discúlpeme Sr. Ratón, yo entiendo que es un gran problema para usted, más no me perjudica en nada, ni me incomoda”.

El ratón fue hasta el cordero y le dijo: 

-”¡Hay una ratonera en la casa, una ratonera!”
-”Discúlpeme Sr. Ratón, mas no hay nada que yo pueda hacer, solamente pedir por usted. Quédese tranquilo que será recordado en mis oraciones.”

El ratón se dirigió entonces a la vaca, y la vaca le repitió lo mismo. 

-”¿Acaso estoy en peligro? Pienso que no” – dijo la vaca.

Entonces el ratón volvió a la casa, preocupado y abatido, para encarar a la ratonera del granjero.

Aquella noche se oyó un gran barullo, como el de una ratonera atrapando su víctima. La mujer del granjero corrió para ver lo que había atrapado. En la oscuridad, ella no vio que la ratonera atrapó la cola de una serpiente venenosa. La serpiente mordió a la mujer.

El granjero la llevó inmediatamente al hospital. Ella volvió con fiebre. 

Todo el mundo sabe que para alimentar alguien con fiebre, nada mejor que una sopa.

El granjero agarró su cuchillo y fue a buscar el ingrediente principal: la gallina.

Como la enfermedad de la mujer continuaba, los amigos y vecinos fueron a visitarla. Para alimentarlos, el granjero mató el cordero.

La mujer no mejoró y acabó muriendo. El granjero entonces vendió la vaca al matadero para cubrir los gastos del funeral.

Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.  Rm 12,15  

Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo. Gál. 6,2

Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña.  Gál. 6,3


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