lunes, 24 de febrero de 2014

A MI HIJO QUE SE SUICIDÓ


Reflexionemos sobre el dolor que queda en el corazón de un padre cuyo hijo decidió quitarse la vida. Me gusta su enfoque, no pretende juzgar ni buscar razones, sino dar consuelo y acompañamiento a quienes pasan por situaciones similares.
P. JSC


Han pasado más de un año y todavía no asimilo lo que pasó. Todavía tu ausencia me sigue doliendo. Me cuesta entender la decisión que tomaste.

Los días pasan: unos más lentos y otros más rápidos. Miro tus fotos. Te veo en unas contento, en otras reflexivo y serio. Trato de buscar en tu mirada la razón de tus actos. Todavía no hallo razón para ellos.

Puse todo de mi parte para educarte con cariño, para hacer de ti un hombre trabajador y honesto. Nunca me perdí tus actos escolares, tus graduaciones; ni dejé de acompañarte y darte ánimo cuando practicabas tu deporte favorito. Te regalé tu primera guitarra, traté de complacer tus deseos.

A lo mejor me faltó decirte cuán orgulloso me sentía por ser tu padre, de lo que significaste desde el día que me enteré que tu mamá estaba embarazada de ti. ¡Eras tan pequeñito cuando te tuve por primera vez entre mis brazos! Después… ¡Cuánto creciste! ¡Llegaste a ser más alto que yo!

Cuando fuiste creciendo traté de darte consejos sobre la vida. Me mirabas atento, escuchabas aunque te sermoneaba. Alguna vez me causaste coraje y te pegué. ¡Cuánto quisiera poderte tener cerca y esa cara que una vez abofeteé poderla acariciarla y acurrucarla en mi pecho! ¡Que aquellos gritos que te lancé, hoy se convirtieran en un “te quiero”!

Y todavía no entiendo. No te juzgo, pero… ¿Qué no pensaste en cuánto sufriríamos nosotros? ¿Por qué tomaste esa decisión tan violenta? Son preguntas que me hice en medio de mi rabia y mi impotencia. Esas preguntas y otras tantas me han causado cansancio, insomnio, tristeza. ¡Se supone que yo muriera primero!
Sigo guardando tus cosas. Me dicen que las regale, que me deshaga de ellas, pero no puedo. Ya llegará el momento. ¡Necesito vivir mi duelo! Al verlas, parece que te veo, que te oigo, que andas por la casa, que te sientas a comer con nosotros cuando los domingos nos visitabas.

Rezo por ti cada día. Pido a Dios consuelo. Tú que estás cerca de Él intercede para que mi alma vaya sanando, para que mi herida vaya cicatrizando, para que por lo menos se apacigüe el dolor que llevo dentro. Yo sé que con Su ayuda la amargura se me volverá paz.

Te quiere,
Papá


No llores si me amas
No llores si me amas,
¡Si conocieras el don de Dios y lo que es el cielo!
¡Si pudieras oír el cántico de los ángeles
y verme en medio de ellos!
¡Si pudieras ver desarrollarse ante tus ojos;
los horizontes, los campos
y los nuevos senderos que atravieso!
¡Si por un instante pudieras contemplar como yo,
la belleza ante la cual las bellezas palidecen!
¡Cómo!... ¿Tú me has visto,
me has amado en el país de las sombras
y no te resignas a verme y amarme
en el país de las inmutables realidades?
Créeme.
Cuando la muerte venga a romper las ligaduras,
como ha roto las que a mí me encadenaban,
cuando llegue un día que Dios ha fijado y conoce,
y tu alma venga a este cielo en que te ha precedido la mía,
ese día volverás a verme,
sentirás que te sigo amando,
que te amé, y encontrarás mi corazón
con todas sus ternuras purificadas.
¡Volverás a verme en transfiguración, en éxtasis, feliz!
Ya no esperando la muerte, sino avanzando contigo,
que te llevaré de la mano por senderos nuevos de Luz...
y de Vida...
¡Enjuga tu llanto y no llores si me amas!







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