DON DE LENGUAS
¿Qué es el Don de Lenguas, qué finalidad tiene, cómo se consigue, y cómo se aplica?
El
don de lenguas es un carisma del Espíritu Santo por el que Dios nos da
el don de hablar en lenguas que no comprendemos, para alabarle
inefablemente o para interceder adecuadamente por una persona. Es un don
que uno no ejerce si no quiere. Aparece ampliamente atestiguado en la
Tradición de la Iglesia. Puede ir acompañado del carisma de
interpretación de lenguas.
-Hno. José-
El don de lenguas, o la
glosolalia, es unos de los carismas que se enumeran en el Nuevo
Testamento. El Espíritu Santo concede dones, frutos y carismas.
Los
carismas son gracias extraordinarias y sorprendentes que se conceden a
los fieles por obra del Espíritu Santo y que suponen un signo de cara a
la evangelización. Un listado de algunos carismas lo encontramos en 1
Cor 12, 8: “Porque a uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a
otro, palabra de conocimiento según el mismo Espíritu; a otro, don de
fe, en el mismo Espíritu; a otro, carismas de curaciones, en el único
Espíritu; a otro, poder de obrar milagros; a otro, profecía; a otro,
discernimiento de espíritus; a otro, diversidad de lenguas; a otro, don
de interpretarlas”. Los carismas los derrama el Espíritu Santo y han de
ser acogidos, como dice el Concilio Vaticano II: “Además, el mismo
Espíritu Santo no sólo santifica y dirige el Pueblo de Dios mediante los
sacramentos y los misterios y le adorna con virtudes, sino que también
distribuye gracias especiales entre los fieles de cualquier condición,
distribuyendo a cada uno según quiere sus dones, con los que les hace
aptos y prontos para ejercer las diversas obras y deberes que sean
útiles para la renovación y la mayor edificación de la Iglesia, según
aquellas palabras: «A cada uno se le otorga la manifestación del
Espíritu para común utilidad» (1 Co 12,7). Estos carismas, tanto los
extraordinarios como los más comunes y difundidos, deben ser recibidos
con gratitud y consuelo, porque son muy adecuados y útiles a las
necesidades de la Iglesia” (Lumen Gentium 12).
El
don de lenguas lo encontramos varias veces citado en el Nuevo
Testamento como una realidad común asociada a la efusión del Espíritu
Santo en Pentecostés. En primer lugar, Marcos 16, 17 dice que será un
signo que acompañará a los que crean en Jesús, diciendo que “hablarán
lenguas nuevas”. En el relato de Pentecostés se nos cuenta que los
apóstoles hablaban en otras lenguas según el Espíritu les sugería, de
modo que algunos extranjeros entendían lo que decían. Hechos 10, 45
cuenta que Pedro conoció que el Espíritu Santo había sido derramado
sobre unos gentiles porque los oía hablar en lenguas. Igualmente Hechos
19, 6 nos cuenta que unos recién bautizados se ponen a hablar en lenguas
cuando Pablo les impone las manos. Sobre todo los capítulos 12, 13 y 14
de la primera carta a los corintios, que hablan de los carismas,
mencionan este don; aquí podemos encontrar afirmaciones como “doy
gracias a Dios de que hablo en lenguas más que todos vosotros” (1 Cor
14, 18), o “no estorbéis al que hable en lenguas” (1 Cor 14, 39).
Romanos 8, 26 dice: “el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza.
Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”, con una
alusión clara a la oración en lenguas. En el Antiguo Testamento hay al
menos una profecía invocada explícitamente por San Pablo que habla del
don de lenguas, en Isaías 28, 11: “Sí, con palabras extrañas y con
lengua extranjera hablaré a este pueblo”. En los Padres de la Iglesia
aparece innumerables veces la alusión al don de lenguas, que siguió vivo
muy fuertemente en los primeros siglos del cristianismo.
Por
lo tanto, el don de lenguas es una realidad que aparece muchas veces en
la Escritura y en la Tradición de la Iglesia. Una lectura racionalista y
alegorista de la Escritura, quiere hacer del don de lenguas una
realidad simbólica, en la que lo importante no sería que de hecho se
hablase en lenguas nuevas, sino el significado teológico de que la fe es
un lenguaje universal y que el hecho de Pentecostés en realidad es
simplemente un contrapunto a la dispersión de lenguas de Babel (Gn 11,
1). Pero esta lectura racionalista parte de que es imposible que suceda
algo así y en el fondo contiene la afirmación de que es mentira que
nadie hablase realmente en lenguas nuevas; por lo tanto, hace mentir a
la Escritura y al mismo Cristo, y no es respetuosa con la verdad del
texto de la Escritura y por tanto con la Revelación. Una vez más: ¿qué
hago, adapto la Revelación a lo que estoy dispuesto a creer, o doy fe a
la Revelación aunque se me escape lo que leo? Es decir, ¿adapto la
verdad a mi mente, o mi mente a la verdad? Este proceso porque el que mi
mente se adhiere a la verdad revelada se llama conversión (en griego
metanoia, cambio de mentalidad).
Dicho
esto, ¿qué es el don de lenguas? Es un don por el que el Espíritu Santo
concede a un fiel orar en una lengua extraña, que él no conoce,
diciendo en el Espíritu cosas que no entiende: “el que habla en lengua
no habla a los hombres sino a Dios. En efecto, nadie le entiende: dice
en espíritu cosas misteriosas” (1 Cor 14, 2). Así, uno puede sentir una
moción del Espíritu Santo para comenzar a orar con vocablos cuyo
significado se le escapa. Esto puede resultar sorprendente, y sin
embargo ya he conocido varias personas que, sin haber oído hablar nunca
del don de lenguas, oraban en lenguas. Recuerdo una chica que, cuando le
pregunté cómo rezaba, empezó a contarme y se sonrojó diciéndome que
rezaba de un modo “un poco raro”. Yo le pregunté, y me dijo que cuando
se ponía a rezar a veces le salía empezar a cantar cosas que no
entendía; yo le pregunté si sabía qué era el don de lenguas, y me dijo
que no, y le comencé a leer la primera carta a los corintios, tras lo
cual me dijo: “¿Entonces no soy tan rara…?”.
Dos
son las finalidades para las que el Espíritu Santo puede concedernos el
don de lenguas. En primer lugar, la alabanza. “La alabanza es la forma
de oración que, de manera más directa, reconoce que Dios es Dios; es
totalmente desinteresada: canta a Dios por sí mismo y le da gloria por
lo que Él es” (Compendio del Catecismo 556). En la alabanza, por tanto,
no se le alaba por lo que me da o por lo que ha hecho conmigo; supone un
salir de mí mismo (éxtasis) para volcarme en Él con todo mi ser y
alabarle por lo que Él es en sí mismo, de lo cual conozco una parte, y
otra la desconozco. Por el don de lenguas, Dios me concede las palabras
con las que alabarle y bendecirle, aunque no las comprenda, palabras que
me llevan a alabar al Dios inefable, cuya grandeza se me escapa y me es
inexpresable. El Espíritu Santo me da las palabras para alabar
verdaderamente a Dios. Así lo expresa el gran San Agustín: “¿Quién,
pues, se prestará a cantar con maestría para Dios, que sabe juzgar del
cantor, que sabe escuchar con oídos críticos? ¿Cuándo podrás prestarte a
cantar con tanto arte y maestría que en nada desagrades a unos oídos
tan perfectos? Mas he aquí que él mismo te sugiere la manera como has de
cantarle: no te preocupes por las palabras, como si éstas fuesen
capaces de expresar lo que deleita a Dios. Canta con júbilo. Éste es el
canto que agrada a Dios, el que se hace con júbilo. ¿Qué quiere decir
cantar con júbilo? Darse cuenta de que no podemos expresar con palabras
lo que siente el corazón. En efecto, los que cantan, ya sea en la siega,
ya en la vendimia o en algún otro trabajo intensivo, empiezan a cantar
con palabras que manifiestan su alegría, pero luego es tan grande la
alegría que los invade que, al no poder expresarla con palabras,
prescinden de ellas y acaban en un simple sonido de júbilo. El júbilo es
un sonido que indica la incapacidad de expresar lo que siente el
corazón. Y este modo de cantar es el más adecuado cuando se trata del
Dios inefable. Porque, si es inefable, no puede ser traducido en
palabras. Y, si no puedes traducirlo en palabras y, por otra parte, no
te es lícito callar, lo único que puedes hacer es cantar con júbilo. De
este modo, el corazón se alegra sin palabras y la inmensidad del gozo no
se ve limitada por unos vocablos” (San Agustín, comentario sobre el
Salmo 32).
En
la alabanza, la oración en lenguas tiene un fruto muy hermoso, puesto
que te saca de ti mismo, de tus esquemas y tus categorías, para volcarte
en Dios, y genera un fruto de paz y de comunión con Dios muy intenso y
profundo, puesto que supone sumergirse en el ser mismo de Dios y estar
plenamente consciente de su grandeza, en la pura alabanza a su Santo
Nombre. En la oración en lenguas, por así decir, se alaba a Dios por lo
que no se conoce de Él, por lo que se nos escapa de su grandeza, que vas
más allá de nuestros conceptos y límites. No es que la finalidad de la
alabanza sea orar en lenguas, sino que la finalidad de orar en lenguas
es la alabanza; no ha de buscarse este don por sí mismo, pero si el
Espíritu lo concede, es lícito aceptarlo y se recibe un fruto muy
hermoso. La alabanza entonces se convierte en la oración más gratuita y
menos egoísta, puesto que verdaderamente nos vuelca absolutamente en el
Señor totalmente transcedente.
En
segundo lugar, otra finalidad de la oración en lenguas es la
intercesión. Así dice San Pablo: “El Espíritu viene en ayuda de nuestra
debilidad. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene;
mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el
que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y
que su intercesión a favor de los santos es según Dios” (Rm 8, 26 – 27).
Cuando uno ora por alguien, a veces no sabe qué pedir porque no sabe lo
que realmente necesita la persona; entonces, el Espíritu mismo te
sugiere lo que has de pedir, dándote las palabras apropiadas, que tú
mismo no entiendes. De este modo, es Dios mismo quien guía tu oración, y
además, respeta la libertad de la otra persona y su intimidad, puesto
que no sabes qué estás pidiendo para ella. A través de la oración en
lenguas, el Señor puede obrar una sanación física, una sanación interior
o una liberación. En una oración de intercesión, uno puede pedir al
Señor cualquier cosa que la otra persona necesita, pero puede pasar que
el Espíritu Santo ponga en el corazón del que intercede la moción de
orar en lenguas, porque el Señor quiere darle algo en concreto o sanar
algo en concreto, que puede que ni el que ora ni la persona sepan qué
es.
Uno
no ora en lenguas porque quede “poseído” por el Espíritu Santo; Dios
nunca nos quita nuestra libertad y no nos fuerza. Uno puede sentir una
moción del Espíritu a orar en lenguas, pero si no quiere, no la sigue.
Para ejercer un carisma, hay que lanzarse, porque Dios cuenta con
nuestra libertad para obrar. En el carisma de lenguas, uno puede dejarse
llevar por esa moción del Espíritu, y debe no fijarse en lo que está
diciendo o en cómo suena, sino salir de sí, centrarse en Dios y dejarse
llevar por el Espíritu Santo. No es necesario que se haga en alta voz,
puede hacerse de un modo prudente y sigiloso, pues lo importante no es
“que se oiga”, sino que se diga. Ciertamente, puede resultar extraño, y
sin embargo los frutos son tan hermosos que merece la pena dejarse
llevar.
Con
respecto a si lo que se ora en lenguas son simples “balbuceos” o alguna
lengua en concreto, hay varios testimonios hermosos. El padre Tardif
cuenta que en una ocasión en un retiro de sacerdotes, comenzaron a orar
en lenguas, y uno de los sacerdotes se reía de ellos porque pensaba que
se les había ido la olla. Así sucedió durante varios días, hasta que un
día este sacerdote se quedó boquiabierto; él había estudiado árabe en su
juventud, y de pronto comenzó a comprender lo que los demás estaban
diciendo, puesto que estaban hablando árabe sin saber. Son varios los
testimonios en este sentido, por lo que yo me inclino a pensar que en la
mayoría de las ocasiones, uno verdaderamente esta orando en una lengua
concreta.
En
este sentido, un carisma que va de la mano junto con el de lenguas, es
el don de interpretación: “el que habla en lenguas, pida el don de
interpretar. Porque si oro en lenguas, mi espíritu ora, pero mi mente
queda sin fruto” (1 Cor 14, 13 – 14). El Señor puede conceder el carisma
de interpretación a la misma persona que ora en lenguas, pero más
habitualmente concede el carisma de interpretación a otra persona u
otras personas diferentes, a quienes concede el don de comprender lo que
se está diciendo en lenguas, porque a veces la oración en lenguas
contiene un mensaje para los presentes. Sin embargo, la experiencia
demuestra que el carisma de interpretación es bastante escaso.
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