miércoles, 26 de febrero de 2014

NUNCA ES TARDE


Pasando un par de horas en el ordenador, me encontré con una historia interesante en la red que me llevó a la reflexión durante el día y que quisiera compartirla con ustedes.
 
Siendo niño, cuenta un hombre mayor, estuve en un campamento de verano. Ahí nos enseñaban, entre otras cosas, la importancia de la buena acción que consistía en realizar todos los días actos generosos y nobles, como recoger algún papel en la calle y botarlo en la papelera, ayudar en la casa a lavar platos, cuidar la fauna y la flora, ayudar a alguna persona anciana o impedida a cruzar la calle.

Un día caminaba por una calle de la ciudad y ví a un perro tirado en plena vía sin poder moverse. Estaba herido, un auto lo había atropellado y tenía rotas las dos patas traseras, los vehículos le pasaban muy de cerca y mi temor era que lo mataran porque era imposible que él solo pudiera levantarse.

Vi allí una gran oportunidad para hacer una buena acción y detuve el tráfico, me dispuse a rescatar al perro herido y ponerlo a salvo para entablillarle las patas. Yo nunca había entablillado a nadie pero el manual que leí en el campamento de verano decía cómo hacerlo. Con mucho amor y entrega me acerqué, lo agarré pero me clavó los dientes en las manos. Inmediatamente me llevaron a la Sanidad y me inyectaron contra la rabia, aunque la rabia por la mordida no se me quitó con la vacuna.

Durante mucho tiempo no entendí porqué el perro me había mordido si yo sólo quería salvarlo y no hacerle daño, no sé que pasó y no me lo pude explicar. Yo quería ser su amigo, es más, pensaba curarlo, bañarlo, dejarlo para mí y cuidarlo mucho. Esta fue la primera decepción que sufrí por intentar hacer el bien, no lo comprendí. Que alguien haga daño al que lo maltrata es tolerable, pero que trate mal a quien lo quiera ayudar no es aceptable. Pasaron muchos años hasta que este hombre tuvo claro que el perro no lo mordió, es decir, que quien lo había mordido había sido su herida.

Esta historia, por simple que parezca para algunos, nos lleva a reflexionar que cuando alguien está mal, no tiene paz, esto es, que está herido del alma y si recibe amor o un buen trato: ¡Muerde! Pero él o ella no hunde sus dientes, quien lo hace es su herida la que los clava. Comprendámos el malestar de las personas que nos rodean. Cuando alguien te grita, te ofende, te critica o te hace daño no lo hace porque te quiere mal sino porque está herido, está herido del alma, se siente mal o algo malo está pasando por su vida.
 
 

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