Que en los primeros siglos la Iglesia perdonaba las segundas nupcias...
EL TRATAMIENTO ACTUAL DE LA NULIDAD MATRIMONIAL
En los primeros siglos, a los divorciados vueltos a casar se les remitía la culpa y se les daba la comunión; pero más tarde, en Occidente, esta praxis fue abandonada. Hoy el Papa Francisco tal vez vuelva a proponerla, mientras los cardenales lo debatirán. Fuente: Sandro Magister
Las causas actuales de la nulidad pueden ser numerosas y los
tribunales eclesiásticos son generalmente comprensivos resolviendo por
esta vía casos matrimoniales que son también difíciles.
Pero es imposible para los tribunales eclesiásticos hacer frente al
gran número de matrimonios que supuestamente podrían ser inválidos.
Según el Papa Francisco – que ha citado a este propósito al arzobispo de
Buenos Aires que le precedió – los matrimonios nulos podrían incluso
ser “la mitad” de los matrimonios celebrados en la iglesia porque han
sido celebrados “sin madurez, sin darse cuenta de que es para toda la vida, por conveniencia social”.
La gran parte de estos matrimonios inválidos ni siquiera es sometida
al juicio de los tribunales eclesiásticos. No solo eso. Los tribunales
eclesiásticos existen y funcionan sólo en algunos países, pero son
inexistentes en amplias regiones de África, Asia y la misma América
Latina. En algunas zonas de reciente evangelización el matrimonio
monógamo e indisoluble ni siquiera ha sido aún aceptado por el sentir
común católico en un contexto persistente de uniones inestables o
polígamas.
¿Pero es la conciencia la única vía de solución al problema de los divorciados vueltos a casar?
¿QUÉ PASABA EN LOS PRIMEROS SIGLOS EN EL CRISTIANISMO?
En los primeros siglos del cristianismo la solución era otra.
La persona que, recientemente, ha recordado cómo afrontó la Iglesia
de los primeros siglos la cuestión de los divorciados vueltos a casar es
un sacerdote de Génova, Giovanni Cereti, estudioso de patrística y del
ecumenismo, además de ser desde hace más de treinta años asistente del
movimiento de espiritualidad conyugal de los “Equipes Notre-Dame”.
Cereti ha vuelto a publicar hace unos meses un docto estudio escrito
por él y publicado por primera vez en 1977, reeditado en 1998, que lleva
por título: “Divorzio, nuove nozze e penitenza nella Chiesa primitiva”
(“Divorcio, nuevas nupcias y penitencia en la Iglesia primitiva”).
La piedra angular de este estudio – pletórico de referencias a los
Padres de la Iglesia, que se debatían con el problema de las segundas
nupcias – es el canon 8 del concilio de Nicea del 325, el primero de los
grandes concilios ecuménicos de la Iglesia, cuya autoridad ha sido
siempre reconocida por todos los cristianos.
El canon 8 del concilio de Nicea dice:
“A propósito de aquellos que se definen puros, en el caso de que
quieran entrar en la Iglesia católica, este santo y gran concilio
establece, […] antes de cualquier otra cosa, que estos declaren
abiertamente, por escrito, que aceptan y siguen las enseñanzas de la
Iglesia católica: es decir, que entrarán en comunión tanto con aquellos
que han pasado a segundas nupcias, como con aquellos que han cedido en
la persecución, para los cuales se establecen el tiempo y las
circunstancias de la penitencia, siguiendo así en cada cosa las
decisiones de la Iglesia católica y apostólica”.
Los “puros” a los cuales se refiere el canon son los novacianos, los rigoristas de la época, intransigentes hasta la definitiva ruptura tanto con los adúlteros vueltos a casar, como con las personas que habían apostatado para salvar su vida aunque se hubieran arrepentido después. En ambos casos habían sido sometidos a la penitencia y habían sido absueltos de su pecado.
Los “puros” a los cuales se refiere el canon son los novacianos, los rigoristas de la época, intransigentes hasta la definitiva ruptura tanto con los adúlteros vueltos a casar, como con las personas que habían apostatado para salvar su vida aunque se hubieran arrepentido después. En ambos casos habían sido sometidos a la penitencia y habían sido absueltos de su pecado.
Exigiendo a los novacianos que para ser readmitidos en la Iglesia tenían que “entrar en comunión”
con estas categorías de personas, el concilio de Nicea confirmaba por
tanto el poder de la Iglesia de perdonar cualquier pecado y de volver a
acoger en la plena comunión también a los “dígamos”, es decir, a los
adúlteros vueltos a casar y a los apostatas.
Desde entonces, en lo que concierne a los divorciados vueltos a
casar, en la cristiandad han convivido dos tendencias, una más rigorista
y otra más dispuesta al perdón. En el segundo milenio, en la Iglesia de
Roma se impuso la primera. Pero en precedencia, durante muchos siglos,
también en Occidente tuvo espacio la praxis del perdón.
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