lunes, 10 de febrero de 2014

SABIAS QUE...

Que en los primeros siglos la Iglesia perdonaba las segundas nupcias...   

EL TRATAMIENTO ACTUAL DE LA NULIDAD MATRIMONIAL

En los primeros siglos, a los divorciados vueltos a casar se les remitía la culpa y se les daba la comunión; pero más tarde, en Occidente, esta praxis fue abandonada. Hoy el Papa Francisco tal vez vuelva a proponerla, mientras los cardenales lo debatirán.  Fuente: Sandro Magister

 

 

Las causas actuales de la nulidad pueden ser numerosas y los tribunales eclesiásticos son generalmente comprensivos resolviendo por esta vía casos matrimoniales que son también difíciles.

Pero es imposible para los tribunales eclesiásticos hacer frente al gran número de matrimonios que supuestamente podrían ser inválidos. Según el Papa Francisco – que ha citado a este propósito al arzobispo de Buenos Aires que le precedió – los matrimonios nulos podrían incluso ser “la mitad” de los matrimonios celebrados en la iglesia porque han sido celebrados “sin madurez, sin darse cuenta de que es para toda la vida, por conveniencia social”.

La gran parte de estos matrimonios inválidos ni siquiera es sometida al juicio de los tribunales eclesiásticos. No solo eso. Los tribunales eclesiásticos existen y funcionan sólo en algunos países, pero son inexistentes en amplias regiones de África, Asia y la misma América Latina. En algunas zonas de reciente evangelización el matrimonio monógamo e indisoluble ni siquiera ha sido aún aceptado por el sentir común católico en un contexto persistente de uniones inestables o polígamas.

¿Pero es la conciencia la única vía de solución al problema de los divorciados vueltos a casar?

¿QUÉ PASABA EN LOS PRIMEROS SIGLOS EN EL CRISTIANISMO?

En los primeros siglos del cristianismo la solución era otra.
La persona que, recientemente, ha recordado cómo afrontó la Iglesia de los primeros siglos la cuestión de los divorciados vueltos a casar es un sacerdote de Génova, Giovanni Cereti, estudioso de patrística y del ecumenismo, además de ser desde hace más de treinta años asistente del movimiento de espiritualidad conyugal de los “Equipes Notre-Dame”.

Cereti ha vuelto a publicar hace unos meses un docto estudio escrito por él y publicado por primera vez en 1977, reeditado en 1998, que lleva por título: “Divorzio, nuove nozze e penitenza nella Chiesa primitiva” (“Divorcio, nuevas nupcias y penitencia en la Iglesia primitiva”).

La piedra angular de este estudio – pletórico de referencias a los Padres de la Iglesia, que se debatían con el problema de las segundas nupcias – es el canon 8 del concilio de Nicea del 325, el primero de los grandes concilios ecuménicos de la Iglesia, cuya autoridad ha sido siempre reconocida por todos los cristianos.

El canon 8 del concilio de Nicea dice:
“A propósito de aquellos que se definen puros, en el caso de que quieran entrar en la Iglesia católica, este santo y gran concilio establece, […] antes de cualquier otra cosa, que estos declaren abiertamente, por escrito, que aceptan y siguen las enseñanzas de la Iglesia católica: es decir, que entrarán en comunión tanto con aquellos que han pasado a segundas nupcias, como con aquellos que han cedido en la persecución, para los cuales se establecen el tiempo y las circunstancias de la penitencia, siguiendo así en cada cosa las decisiones de la Iglesia católica y apostólica”.
Los “puros” a los cuales se refiere el canon son los novacianos, los rigoristas de la época, intransigentes hasta la definitiva ruptura tanto con los adúlteros vueltos a casar, como con las personas que habían apostatado para salvar su vida aunque se hubieran arrepentido después. En ambos casos habían sido sometidos a la penitencia y habían sido absueltos de su pecado.

Exigiendo a los novacianos que para ser readmitidos en la Iglesia tenían que “entrar en comunión” con estas categorías de personas, el concilio de Nicea confirmaba por tanto el poder de la Iglesia de perdonar cualquier pecado y de volver a acoger en la plena comunión también a los “dígamos”, es decir, a los adúlteros vueltos a casar y a los apostatas.

Desde entonces, en lo que concierne a los divorciados vueltos a casar, en la cristiandad han convivido dos tendencias, una más rigorista y otra más dispuesta al perdón. En el segundo milenio, en la Iglesia de Roma se impuso la primera. Pero en precedencia, durante muchos siglos, también en Occidente tuvo espacio la praxis del perdón.



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