¿DÓNDE ESTUBO JESÚS ENTRE EL VIERNES Y EL DOMINGO DE SEMANA SANTA?
¿Dónde fue Cristo después de su muerte y antes de que se levantara el domingo de Pascua? Tanto la Escritura como la Tradición responden a esta pregunta. Santo Tomás dice que descendió a los infiernos y fue a liberar a los justos aplicándoles los frutos de la Redención.
Fuentes: Obispo Charles Pope, Corazones.org.
En el Credo de los Apóstoles proclamamos que Cristo “descendió a los infiernos”. Este Credo, formulado en el siglo V, se refiere
al descenso del alma de Cristo, ya separada del cuerpo por la muerte,
al lugar que también se llama “sheol” o “hades”. El Cuarto Concilio
Lateranense, en el 1215, definió esta doctrina de Fe.
En este caso “infierno” no se refiere al lugar de los condenados sino que es el lugar de espera de las almas de los justos de la era pre-cristiana. Entre la multitud de justos allí esperando la salvación, estaba San José,
los patriarcas y los profetas, como todos aquellos que murieron en paz
con Dios. Todos necesitaban, como nosotros, la salvación de Cristo para
poder ir al cielo.
Considere lo siguiente en un sermón del siglo segundo y también el Catecismo de la Iglesia Católica.
Hoy reina un gran silencio en la tierra, un gran silencio y una gran soledad. Un gran silencio porque el Rey duerme. La tierra tembló y sigue estando, porque Dios se ha dormido en la carne y que ha levantado a todos los que han dormido desde que comenzó el mundo…
Se ha ido a buscar a Adán, nuestro primer padre, como a una oveja perdida. Preocupado
por el deseo de visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de
muerte, se ha ido a liberar del dolor a Adán de sus cadenas y a Eva,
cautiva con él – Él que es a la vez su Dios y el hijo de Eva…
Yo soy tu Dios, que por amor a vosotros me he convertido en el Hijo… Te ordeno, tú que duermes, que despiertes. Yo no te he creado para ser a un prisionero en el infierno. Levántate de entre los muertos, porque yo soy la vida de los muertos
[De una antigua homilía de Sábado Santo del siglo segundo]
Pues Cristo quiso morir por el pecado y para llevarnos a Dios,
siendo esta la muerte del justo por los injustos. Murió por ser carne, y
luego resucitó por el Espíritu. Entonces fue a predicar a los espíritus
encarcelados;…… Pues no sin razón el Evangelio ha sido anunciado a
muchos que han muerto; si bien en cuanto seres humanos han recibido la
sentencia de muerte, a través del Espíritu viven para Dios. (1 Pedro 3:18, 1 Pedro 4:6).
Considere
también la del Catecismo de la bajada de Cristo a los muertos, que resumo y
extracto de CIC # 631-635.
“Jesús bajó a las regiones inferiores de la
tierra. Este que bajó es el mismo que subió” (Ef. 4,9-10). El Símbolo de
los Apóstoles confiesa en un mismo artículo de fe el descenso de Cristo a los
infiernos y su Resurrección de los muertos al tercer día, porque es en su
Pascua donde, desde el fondo de la muerte, Él hace brotar la vida.
Las frecuentes afirmaciones del Nuevo
Testamento según las cuales Jesús “resucitó de entre los muertos” (Hch. 3,15; Rm. 8,11; 1Co 15,20) presuponen que, antes de la
resurrección, permaneció en la morada de los muertos (cf. Hb. 13,20). Es el
primer sentido que dio la predicación apostólica al descenso de Jesús a los
infiernos; Jesús conoció la muerte como todos los hombres y se reunió con ellos
en la morada de los muertos. Pero ha descendido como Salvador proclamando la
buena nueva a los espíritus que estaban allí detenidos (cf. 1P. 3,18-19).
La Escritura llama infiernos, sheol, o hades
(cf. Flp. 2,10; Hch. 2,24; Ap. 1,18; Ef. 4,9)
a la morada de los muertos donde bajó Cristo después de muerto, porque los que
se encontraban allí estaban privados de la visión de Dios (cf. Sal. 6,6;
88,11-13). Tal era, en efecto, a la espera del Redentor, el estado de todos
los muertos, malos o justos (cf. Sal. 89,49; 1S. 28,19; Ez. 32,17-32), lo que no quiere decir que su suerte sea idéntica
como lo enseña Jesús en la parábola del pobre Lázaro recibido en el “seno de
Abraham” (cf. Lc. 16,22-26).
“Hasta a los muertos ha sido anunciada la
Buena Nueva …” (1P. 4,6). El descenso a los infiernos es el pleno
cumplimiento del anuncio evangélico de la salvación.
Cristo, por tanto, bajó a la profundidad de
la muerte (cf. Mt. 12,40; Rm 10,7; Ef. 4,9) para “que
los muertos oigan la voz del Hijo de Dios y los que la oigan vivan” (Jn. 5,25). Jesús, “el Príncipe de la vida” (Hch. 3,15) aniquiló “mediante la
muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo y libertó a cuantos, por
temor a la muerte, estaban de por vida sometidos a esclavitud “(Hb. 2,14-15). En adelante, Cristo resucitado “tiene las llaves de la muerte y del
Infierno” (Ap. 1,18) y “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en
la tierra y en los abismos” (Flp. 2,10).
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