MATAR EL ERROR, AMAR AL QUE YERRA
No es todo lo mismo
A veces se escucha decir, incluso en ambientes católicos, que es lo
mismo ser católico que protestante, o judío o musulmán; que todas las religiones
tienen parte de verdad y que todas llevan al cielo.
Tengamos mucho cuidado porque si, por ejemplo, llamar “hermanos
separados” a los protestantes, nos hace claudicar en nuestro catolicismo y
aceptar las herejías de ellos, entonces es mejor que los sigamos llamando
“herejes”, porque si bien hay que amar a todos, no hay que hacerse cómplice de
sus errores.
La Iglesia Católica tiene la Verdad, y en las demás religiones hay
trazos de verdad. Pero no podemos mezclar todo y hacer un compendio donde la
Iglesia Católica sea una más entre otras.
La Iglesia Católica es, -o debería ser-, guía de los pueblos de la
Tierra. Y Jesucristo no es un hombre más sino que es el Hombre-Dios, que no se
puede equiparar a Mahoma ni a Buda o Lutero ni a ninguno.
Ya el Apóstol San Juan, a quien conocemos como el apóstol del amor y
de las confidencias del Corazón de Jesús, nos pone en guardia y nos dice que si
alguien viene a nosotros con distinta doctrina que la que nos enseña la Iglesia
Católica, ni lo recibamos ni lo saludemos siquiera. Porque hay que amar a todos,
y mucho, pero no hay que aceptar sus errores teológicos y doctrinales. No
debemos despreciar a ninguno, pero seamos impenetrables a las herejías de los
“hermanos separados” y de toda otra creencia.
A veces no sabemos encontrar el justo medio en que brilla la virtud,
y por querer amar al pecador, terminamos también aprobando su pecado. O
condenamos tanto el pecado, que también odiamos al pecador. Ninguna de estas dos
actitudes es la correcta, sino que hay que “matar el error, y amar al que
yerra”, como lo ha dicho San Agustín.
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