MI QUERIDO TÍO ALVARO
Miguel Ángel Niño del Portillo, misionero comboniano, cuenta en el
número de abril de la revista Mundo Cristiano cómo su tío alentó su
vocación y le aconsejó que fuera fiel al carisma de san Daniel Comboni.
Soy sobrino de don Álvaro del Portillo, que
será beatificado en Madrid el próximo 27 de septiembre. Para mi familia -fuimos
nueve hermanos, algunos de los cuales han fallecido ya- es un motivo de gran
alegría y de agradecimiento al Señor. Me alegra especialmente que sea elevado a
los altares en Madrid, la ciudad donde nació, lo mismo que la mayoría de mi
familia. Yo tuve la gracia de ser el único de mis hermanos que fue bautizado por
él, durante uno de sus viajes a España.
Desde entonces mi tío Álvaro ha estado
íntimamente presente en mi vida, aunque nos hayamos visto en pocas ocasiones.
Mantuve con él, hasta que el Señor se lo
llevó, una correspondencia frecuente y siempre estuvo a mi lado en los momentos
decisivos.
Opus Dei
Uno de esos momentos fue cuando decidí ser
misionero, al terminar el bachiller, que cursé en un colegio de capuchinos de
Elizondo. Mi familia acogió bien mi vocación -mis padres eran hondamente
cristianos y tengo dos hermanos sacerdotes-, pero con cierta sorpresa, porque
-salvo un tío paterno salesiano- no había ningún misionero entre nuestros
parientes.
"Mi tío Álvaro estimuló y apoyó desde Roma mi : me animó a tener un trato intenso con el Señor"
Mi tío Álvaro estimuló y apoyó desde Roma mi
vocación religiosa: me animó a tener un trato intenso con el Señor, a acudir
con frecuencia a la Eucaristía y a la Confesión, a cuidar el examen de
conciencia, a poner amor en cosas, y realizar bien las tareas y
trabajos que me encomendaran.
Un hermano mío sacerdote me ayudó a buscar un
instituto misionero, y me puse en contacto con el de los misioneros
combonianos, fundado por el obispo
Daniel Comboni, que falleció en Jartum, Sudán,
el 10 de Octubre de 1881.
Durante todo mi noviciado me alentó, y me dio
para que fuera fiel al carisma de san Daniel Comboni. Recuerdo
sus y de cariño, cuando hice los votos, el 19 de marzo de
1968. Aquel mismo año dos hermanos míos se ordenaron sacerdotes.
Otro de mis hermanos, Juan Ignacio, miembro
de la , falleció muy joven, y su muerte me ayudó mucho, porque le vi como
se esforzaba por acercar a Dios, hasta el final, a las personas que le
rodeaban.
Desde que ingresé, soñaba con ir a África, y
tras terminar los estudios, estuve durante un tiempo en el norte de Italia, en
Pordenone, cerca de Venecia. Allí puede conversar en varias ocasiones, cuando
tuve la suerte de ir a Roma, con mi tío Álvaro, que me ayudó con su palabra y
con su ejemplo.
Durante aquel tiempo pensaba que iba a ir a
Ecuador, pero en un determinado momento mis superiores me dijeron que fuera a África
porque había muerto un hermano en Togo. Fui allí, aprendí el francés y el
idioma local, el togolés, que es bastante complicado, y atendí una escuela profesional y las gentes de un
poblado cercano.
"El ejemplo de mi tío me ayudo decisivamente para perseverar en mi vocación misionera, fiel al carisma de san Daniel Comboni, a amar al Papa, a la Iglesia y a mis superiores"
Al cabo del tiempo mis superiores me dijeron
que regresara a España. Vine a Madrid y en uno de sus viajes me encontré con mi
tío, al que le conté mi gran ilusión por regresar a África. Me aconsejó que me
abandonara en la Voluntad de Dios y en su Providencia, y que obrase con espíritu
de humildad, obediencia y confianza. Gracias a esos consejos, le escribí al
Superior General, mostrándole mi disposición para estar donde me indicaran, y
al mismo tiempo, mi deseo de seguir trabajando entre los africanos. El ejemplo
de mi tío me ayudo decisivamente para perseverar en mi vocación misionera, fiel
al carisma de san Daniel Comboni, a amar al Papa, a la Iglesia y a mis
superiores.
Llevó treinta años de vocación misionera y le
doy gracias al Señor y a mi tío Álvaro
por haberme ayudado siempre, con su oración, y luego, de palabra y por escrito,
en mi vocación. Sus consejos, sus conversaciones, eran siempre como un fuego que me estimulaban
a amar más al Señor. Pero más que sus palabras, me daba fuerzas su ejemplo, su profunda humildad
y sencillez.
Me conmueve pensar que celebró la Última Misa
junto al Cenáculo, donde el Señor instituyó la Eucaristía, antes de fundirse en
un abrazo eterno con Dios.
El Hermano Miguel Angel Niño trabaja en Kisangani, sede del postulantado
Desde su fallecimiento me encomiendo a él, y
recurro a su intercesión en lo pequeño y en lo grande, también cuando he
sufrido algunas enfermedades que los médicos consideraban graves. Me da gran
alegría saber que intercede por tantas personas, y que el Señor ha hecho
milagros por su intercesión. Veo, que sigue haciendo por miles de hombres y
mujeres lo que hizo conmigo durante toda su vida: acompañarles para que tengan
un trato más íntimo y cercano con el Señor.
Energía y luz: eso fue lo que dio mi tío sin
cesar a lo largo de su vida, al que
dentro de poco la Iglesia venerará como el beato Álvaro del Portillo.
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