Este
cuento se lo escuché a Carlos Seoane, cantautor católico argentino que utiliza
la música y el humor de manera magistral. No tengo el gusto de conocerlo
personalmente, aunque algún que otro contacto he mantenido con él por internet.
El avión se encontraba en pleno vuelo. Entre los pasajeros
algunos dormitaban, otros charlaban apaciblemente con el compañero de al lado y
otros más leían o seguían la película que se proyectaba en los monitores con
sus auriculares. Al fondo un niño
pequeño, en medio del pasillo, jugaba tranquilamente con sus
cochecitos por el suelo.
De pronto se produjo una ligera turbulencia, pero nadie se
alteró, cada uno siguió con su actividad sin darle ninguna importancia. Pero al
poco se produjo una nueva sacudida, esta vez algo más fuerte y prolongada. Los pasajeros esta
vez si detuvieron sus quehaceres y prestaron atención inquietos, los que
dormitaban se despertaron, los que leían o veían la película dejaron de
hacerlo. Tan solo el niño pequeño seguía jugando con sus cochecitos sin mostrar
ningún signo de preocupación.
La luz de
emergencia se encendió y con ella el aviso de abrocharse los
cinturones. El piloto comunicó por la megafonía que iban a atravesar una
tormenta eléctrica y que las sacudidas irían en aumento, pero confiaba en
sortearla pronto y seguir el vuelo con normalidad en unos minutos. El temor
empezó a apoderarse del pasaje tanto mas cuando las sacudidas eran más fuertes,
incluso hubo algún momento de pánico cuando en una maniobra brusca el avión
tuvo que hacer un descenso rápido de altura. Los más piadosos rezaban e incluso
alguno sacó un rosario, los más miraban aterrados a todos lados sin saber que
decir con la esperanza de que acabara pronto. Tan sólo el niño pequeño seguía
jugando tranquilamente con sus cochecitos al final del pasillo y solo trataba
de que estos no se le escaparan en alguno de los movimientos del aparato.
Finalmente el avión logró atravesar la zona de peligro y estabilizar el vuelo. El
piloto comunicó que todo había pasado y que proseguían con normalidad y la
gente irrumpió en aplausos aliviada. Todos menos el niño, que ajeno lo que
había pasado seguía jugando tranquilamente. Uno de los pasajeros se percató del
hecho e intrigado le preguntó.
-Oye niño, ¿no tuviste miedo?
-No- respondió
-¿Ni siquiera cuando el avión
bajó tan rápido que parecía que se iba a caer?
-No
-¿Y cómo es eso?
-Mi papá es el piloto-
respondió sonriendo.
La moraleja, que el propio Seoane realiza, es preguntarnos quién
es el piloto de nuestra vida, a quién le hemos dado los mandos de la misma, ¿al
dinero, al prestigio, a los afectos...?. Porque habrá momentos plácidos, pero
también los habrá de problemas y dificultades, muchas veces necesarios para
nuestro crecimiento personal,
pero si tenemos puesta nuestra fe en Dios, si es Él en quién hemos puesto
nuestra esperanza, podremos decir seguros como el niño, MI PAPÁ ES EL PILOTO.
Rel
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