La paciencia es la virtud por la cual se
sabe sufrir y tolerar los infortunios y adversidades con fortaleza, sin
lamentarse. También significa ser capaz de esperar con serenidad lo que
tarda en llegar.
Vivimos en un mundo frenético. La
marabunta de la tecnología y el progreso de las comunicaciones nos han
traído enormes beneficios y comodidades. Sin embargo, nos han hecho
olvidar la paciencia y la serenidad. Hoy todo es urgente. Te mandé un
mail y no lo viste. Te llamé cinco veces y no me contestaste. Te envié
un mensajito por el teléfono móvil
y no me respondiste. Te estuve esperando quince minutos y no llegaste.
¿Dónde te has metido? ¿Por qué no me avisaste inmediatamente? ¡Date
prisa! ¡Al grano! ¿Qué estás esperando?
Por estas circunstancias, es importante
que se aprenda a formar la virtud de la paciencia desde el seno
familiar. Las dificultades cotidianas vividas con amor y paciencia nos
ayudan a prepararnos para la venida del Reino de Dios. Cuando el niño
pequeño llora, cuando el adolescente es rebelde, cuando la hija es
respondona, cuando la esposa grita, cuando el marido se enoja, cuando el
abuelo chochea, cuando otra vez han dejado entrar al perro en la casa y ha llenado todo de pelos… nos llevamos las manos a la cara y exclamamos: ¡Señor, dame paciencia… pero ahora!
Es cierto, la paciencia es un fruto del
Espíritu Santo y debemos pedirlo constantemente. Esta virtud es la
primera perfección de la caridad, como dice san Pablo:
“La caridad es paciente, es servicial; no es envidiosa, no es
jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés; no se
irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra en la injusticia; se
alegra en la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo
lo soporta” (1 Co 13,4-7)
La vida familiar
aquí en la Tierra es un gimnasio para entrenarnos en esta virtud. Las
adversidades diarias nos invitan a sufrir con paciencia la ignorancia,
el error, los defectos e imperfecciones de los miembros de la familia.
Sufrir con paciencia, se convierte en una hermosa obra de misericordia
espiritual. ¡Cuánto más paciente ha sido Cristo con nosotros!
Paciencia es espera y sosiego en las cosas que se desean.
Paciencia es aprender a esperar cuando realmente no quieres.
Es descubrir algo que te gusta hacer
mientras estás aguardando, y disfrutar tanto de lo que estás haciendo
que te olvidas que estás haciendo tiempo.
Paciencia es dedicar tiempo a diario a soñar tus propios sueños y desarrollar la confianza en ti mismo para convertir tus deseos en realidad.
Paciencia es ser complaciente contigo
mismo y tener la fe necesaria para aferrarte a tus anhelos, aún cuando
pasan los días sin poder ver de qué manera se harán realidad.
Paciencia es amar a los demás aún cuando te decepcionen y no los comprendas.
Es renunciar y aceptarlos tal y como son y perdonarlos por lo que hayan hecho.
Paciencia es amarte a ti mismo y darte
tiempo para crecer; es hacer cosas que te mantengan sano y feliz y es
saber que mereces lo mejor de la vida y que estás dispuesto a
conseguirlo, sin importar cuánto tiempo sea necesario.
Paciencia es estar dispuesto a
enfrentarte a los desafíos que te ofrezca la vida, sabiendo que la vida
también te ha dado la fuerza y el valor para resistir y encarar cada
reto.
Paciencia es la capacidad de continuar
amando y riendo sin importar las circunstancias, porque reconoces que,
con el tiempo, esas situaciones cambiarán y que el amor y la risa dan un
profundo significado a la vida y te brindan la determinación de
continuar teniendo paciencia.
Paciencia, tú la tienes, úsala.
Señor, enséñanos a orar en familia como santa Teresa para tener paciencia: “Nada te turbe. Nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia, todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta: sólo Dios basta”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
GRACIAS POR TU COMENTARIO, PRONTO ESTAREMOS COMUNICANDONOS CONTIGO...
CON AMOR, MARIAM...