Hace mucho, mucho tiempo, nada más terminar de crear el mundo, Dios
decidió tomarse un día de vacaciones. Como los animales estaban recién
hechos y aún no sabían qué tenían que hacer, no se les podía dejar
solos, y Dios buscó un angelito que pudiera cuidarlos. Y, aunque era un
poco desastre, el angelito Perico tenía tantas ganas de estar con los
animales, e insistió tanto, que Dios decidió encargarle el trabajo.
- Asegúrate de que se vayan a dormir antes de que anochezca, y de que
estén despiertos al amanecer ¡no podemos dejar la tierra vacía! -fue el
único consejo.
El angelito Perico, lleno de alegría, bajó a la tierra y se puso a
jugar con los animales durante todo el día. Tan contento estaba, que ya
casi era de noche cuando recordó que tenía que acostar a los animales.
- Venga chicos, ¡deprisa! Todos a dormir.
- ¿Y dónde dejamos nuestras piezas? -preguntaron. Y es que llevaban
tan poquito tiempo con ellas, que aún no se habían acostumbrado a dormir
con orejas, picos, rabos, garras, hocicos o patas, y se los quitaban
para ir a la cama.
- Pufff… no sé… bueno, dejadlo todo ahí junto en un montón. Venga,
deprisa, que se hace de noche - respondió impaciente el angelito Perico.
Justo antes de que se apagara el último rayo de sol, todos los animales estaban acostados.
- Uy, qué poquito ha faltado. De buena me he librado- pensó el angelito, y se fue a dormir, completamente agotado.
Estaba a punto de amanecer cuando se levantó. Y deprisa y corriendo despertó a los animales.
- Vamos, ¡arriba! Tenéis que poneros vuestras piezas y estar despiertos antes de que sea de día.
Los animales, adormilados, se fueron acercando a la gran montaña de
orejas, dientes y patas para vestirse. Pero todo estaba tan liado, y
tenían tanta prisa, que no había forma de que cada uno encontrara lo
suyo, y cada animal tomó lo que pudo y se lo puso rápidamente. Otra vez
acabaron justo a tiempo, y el angelito Perico, aliviado, se fue a
desayunar.
Aún no había terminado cuando apareció llorando un conejito. Se
quejaba de que le habían dado tres mordiscos en poquísimo tiempo.
- ¿Y por qué no sales corriendo antes de que te ataquen? - le dijo el
angelito- ¿No tenéis los conejos unas grandes orejas para oír a
vuestros enemigos antes de que se acerquen?
- ¿Y esto te parece grande? - dijo el conejito señalando sus minúsculas orejitas de rana.
- ¿Y por qué llevas unas orejas que no son las tuyas?
- ¡Porque esta mañana no había quien encontrara nada en un montón tan grande de piezas! - interrumpió un cocodrilo furioso - Yo he tenido que ponerme estos dientes de castor y ahora todos se ríen de mí porque no puedo cerrar la boca.
- No te quejes -dijo un terrible león - más risa dan mis patitas de pingüino.
Y así siguieron llegando animales con miles de problemas: un mono con
trompa, un erizo con plumas, un pájaro con caparazón de tortuga…
Entonces el angelito se dio cuenta de que no había sido buena idea
hacer las cosas con tan poco tiempo, y dejarlo todo amontonado. Y
reuniendo a los animales, les contó su solución:
- A partir de ahora, dejaremos de jugar media hora antes para que
cada animal pueda irse a un sitio distinto y allí tenga tiempo de
colocar bien sus piezas. Y en vez de dejar todas las piezas juntas, las
separaremos en grupos pequeños: picos con picos, orejas con orejas,
garras con garras, y así con todo.
Aquella tarde, media hora antes de anochecer, los animales se
separaron y cada uno buscó el sitio que más le gustó. Los peces se
fueron al mar, los pájaros a los árboles, los animales salvajes a la
selva, los pingüinos al polo… y dejaron sus piezas en montoncitos tan
pequeños y ordenados que al día siguiente no tardaron nada en
encontrarlas y vestirse con ellas. Y cuando al amanecer regresó Dios,
todo estaba perfecto.
- ¿Qué tal ha ido todo, Perico? ¿Algún problema?
El angelito Perico, que aunque era un poco desastre también era muy
sincero, juntó todo su valor para contarle a Dios todo lo que había
pasado y el lío que había montado. Pero resultó que a Dios le encantó la
solución de su angelito, y que cada animal estuviera en un sitio
diferente y especial. Y tanto le gustó el nuevo orden que tenía todo,
que decidió regalar a Perico y los demás angelitos una pieza de su
animal favorito.
Y así fue cómo el angelito Perico, al que le encantaban los pájaros,
consiguió las más preciosas alas para todos los ángeles del mundo.
P.P.S.
“A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos para que los demás también teman “ 1 Tim. 5,20. Recordemos el concepto de aprendizaje “Es un cambio relativamente
permanente del comportamiento que ocurre como resultado de la práctica”. Para que el aprendizaje ocurra es necesario que haya prácticas y
repetición de la que se enseña. Pablo dijo: A mi no me es molesto él
escribiros las mismas cosas, y para vosotros es seguro” Fil.
3,11. Se debe enfatizar, recalcar, acerca de lo que se enseña; si muchos hermanos llegan tarde a la iglesia, se debe repetir
constantemente de la puntualidad y de la responsabilidad que tenemos
para con el Señor. En algunos casos se debe reprender duramente a la
iglesia, para que sean sanos en la fe. Tito 1,13
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