lunes, 21 de abril de 2014

LA OCTAVA DE PASCUA

La Octava de Pascua es la primera semana de la Cincuentena; se considera como si fuera un solo día, es decir, el júbilo del Domingo de Pascua se prolonga ocho días seguidos, en los que tradicionalmente los bautizados en la Vigilia Pascual, eran introducidos a una más profunda sintonía con el Misterio de Cristo que la liturgia celebra.


La “octava de Pascua” termina con el domingo de la octava, llamado “in albis”, porque ese día los recién bautizados deponían en otros tiempos los vestidos blancos recibidos el día de su Bautismo.

Cincuenta días después de la fiesta de la Pascua, el pueblo judío celebraba la fiesta de las Cosechas o de las Primicias que los campos habían producido (Ex 23,16). Esto ocurría en el tercer mes judío (en nuestro actual mes de mayo). Análogamente, el mes de septiembre daba lugar a la celebración de la recolección de las últimas cosechas del año, en la fiesta de los Tabernáculos. De este modo ritualizaba el pueblo judío tres solemnidades (Dt 16,1-7).

El Deuteronomio precisa la cincuentena pascual (entre Pascua y Pentecostés): «Contarás siete semanas, a partir del día en que metas la hoz en la mies contarás siete semanas, y celebrarás la Fiesta de las Semanas en honor del Señor tu Dios» (Dt 16 9-10). Al contar siete semanas (Lv 23,15-22) a partir del día siguiente al sábado pascual, el Pentecostés judío cae siempre en domingo.

La relación de Pentecostés con Pascua es evidente en la liturgia cristiana. En la Pascua se conmemora la liberación salvadora de Jesús; Pentecostés es la comunicación de este hecho a todo el universo y a la humanidad entera a través de los creyentes reunidos en la nueva Iglesia. Pero la fiesta de la Pascua cristiana se prolonga, como en el calendario judío, por espacio de cincuenta días.

Es, de hecho, una octava de domingos y una semana de semanas. Este período, denominado tiempo pascual o cincuentena pascual, conmemora a Cristo resucitado, presente en la Iglesia, y al Espíritu Santo, donación de la promesa del Padre. Así como la Cuaresma es tiempo de prueba y tentación, la cincuentena es signo de perfección y de eternidad.

Cuando, a finales del siglo IV, el significado primitivo de la cincuentena pascual comenzó a decaer, se empezó a celebrar la octava pascual, tanto en Oriente como en Occidente. El ciclo antiguo de las siete semanas se desdobló en otro nuevo ciclo de ocho días, con un carácter eminentemente bautismal.

Al principio fueron siete los días bautismales. El sábado era el momento en que los neófitos se desprendían de los vestidos blancos recibidos en el bautismo. Más tarde se trasladó este rito al domingo, llamado por esta razón in albis. Los nuevos bautizados tomaban asiento entre el pueblo. La octava se llamó alba o blanca. 
 
El objetivo de esta semana consistía en que los neófitos recibiesen las últimas catequesis, denominadas mistagógicas. La octava de Pascua está, pues, en relación con la iniciación a los sacramentos de los recién bautizados en la Vigilia Pascual.

El acto final de esta ceremonia del sábado “in albis” y de la octava pascual, era la entrega a los neófitos del Agnus Dei, reliquia que ya en la Misa había sido distribuída por el Papa a los cardenales y dignatarios eclesiásticos, y después de ella, al clero y a los fieles asistentes.

Eran los Agnus Dei unos medallones hechos con la cera sobrante del Cirio pascual del año anterior, bendecidos y ungidos con el santo Crisma por el Papa, y marcados con la efigie del Cordero, símbolo el más expresivo de Jesucristo, Redentor y Salvador del mundo.

Los rituales del siglo XIV describían así la ceremonia de la distribución: Durante el canto del Agnus Dei, el Papa distribuye los Agnus Dei de cera a los .cardenales y a los prelados, colocándoselos en sus mitras. Una vez terminado el Santo Sacrificio, van todos al triclinio y se sientan a comer, y, en tre tanto, preséntase un acólito con una bandeja de plata llena de Agnus Dei, y le dice:
“Señor, éstos son los tiernos corderillos que nos han anunciado el Aleluya; acaban de salir de las fuentes, y están radiantes de claridad, aleluya”. El clérigo avanza entonces al medio de la sala, y repite el mismo anuncio; luego se acerca más al Pontífice, y, en tono más agudo, repítele por tercera vez y con mayor encarecimiento su mensaje, depositando, por fin, la bandeja sobre la mesa papal. El Papa entonces distribuye los Agnus Dei a sus familiares, a los sacerdotes, a los capellanes, a los acólitos, y envía algunos como regalo a .los soberanos católicos.”
 
En realidad, esos “tiernos corderillos” recién salidos de la fuente bautismal y anunciando los regocijos pascuales, eran los neófitos, objeto aquella semana, y especialmente aquel día, de las complacencias del augusto Pastor y de todo el pueblo cristiano.

El origen de los Agnus Dei no es ni pagano ni supersticioso, sino cristiano, y probablemente romano. No se remonta más allá del siglo IX. Actualmente, siguiendo un ceremonial del siglo XVI, lo bendice el Papa solemnemente, al principio de su pontificado, y luego cada cinco años; pero existe otra fórmula privada con la cual acostumbra a bendecirlos cuando se han agotado, o en cualquiera otra circunstancia que lo estime conveniente.

Su tamaño oscila entre 3 y 23 centímetros, y asimismo el tamaño de la imagen. Ésta representa al Cordero acostado sobre el libro cerrado con siete sellos, nimbado con la cruz, y ostentando la bandera de la Resurrección. A su alrededor va escrita la leyenda: Ecce Agnus Dei, etc. En el reverso suele representarse uno o varios Santos, y allí mismo, o en el anverso, se graba el nombre del Papa reinante. Por la bendición y unciones que se les aplican, los Agnus Dei son considerados como reliquias sagradas, las que en algunas iglesias, como en las benedictinas, se exponen en el altar mayor, el Sábado “in albis”.

Todos los días de octava de Pascua para la liturgia constituyen como un solo día con el domingo de resurrección. Por ello en el prefacio y en los diversos embolismos de la Plegaria Eucarística en cada uno de los días de esta semana se dice en este día (no en este tiempo) en el que el Señor venció la muerte.

En las perícopas Evangélicas de la Misa de esta octava se van proclamando sucesivamente –sin lectura continuada– diversos fragmentos que representan otras tantas apariciones del resucitado.

Todos los días de esta semana son privilegiados, se equiparan a las solemnidades del Señor, y tienen Misa propia.

Todas las celebraciones del santoral se omiten; de ellas no se hace ni tan solo conmemoración.Las solemnidades tanto universales, como locales que coincidan en esta semana se trasladan al lunes, día 20; (si se han acumulado más de una, a las ferias siguientes), las fiestas y memorias, en cambio, se omiten.
Durante todos los días de esta semana se usa el Prefacio Pascual I con la expresión en este día (no “en este tiempo”).

Al final de la Misa, y de Laudes y Vísperas presididas por un ministro, a las palabras de despedida “Podéis ir en paz” y a su respuesta se añade “Aleluya, aleluya”.

Conviene celebrar la Eucaristía de esta semana con los mismos signos festivos que se emplean habitualmente los domingos (canto del aleluya antes del Evangelio, del prefacio, vestiduras festivas, etc.); la aspersión del agua, en cambio, es exclusiva de los domingos.

En la Misa durante la Semana Pascual se nos invita insistentemente contemplar la gloria de las aspersiones del Resucitado: en las lecturas evangélicas se proclaman páginas seleccionadas de los cuatro evangelistas que presenta diversas apariciones del Señor.

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