Mt 26,14—27,66
¿Eres tú el rey de los judíos?
Rev. D.
Antoni
CAROL i Hostench
Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España
Sant Cugat del Vallès, Barcelona, España
Hoy
se nos invita a contemplar el estilo de la realeza de Cristo salvador.
Jesús es Rey, y —precisamente— en el último domingo del año litúrgico
celebramos a Nuestro Señor Jesucristo Rey del universo. Sí, Él es Rey,
pero su reino es el «Reino de la verdad y la vida, el Reino de la
santidad y la gracia, el Reino de la justicia, el amor y la paz»
(Prefacio de la Solemnidad de Cristo Rey). ¡Realeza sorprendente! Los
hombres, con nuestra mentalidad mundana, no estamos acostumbrados a eso.
Un Rey bueno, manso, que mira al bien de las almas: «Mi Reino no es de
este mundo» (Jn 18,36). Él deja hacer. Con tono despectivo y de burla,
«‘¿Eres tú el rey de los judíos?’. Jesús respondió: ‘Tú lo dices’» (Mt
27,11). Más burla todavía: Jesús es parangonado con Barrabás, y la
ciudadanía ha de escoger la liberación de uno de los dos: «¿A quién
queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?»
(Mt 27,17). Y… ¡prefieren a Barrabás! (cf. Mt 27,21). Y… Jesús calla y
se ofrece en holocausto por nosotros, ¡que le juzgamos!
Cuando poco antes había llegado a Jerusalén, con entusiasmo y sencillez, «la gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: ‘¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!’» (Mt 21,8-9). Pero, ahora, esos mismos gritan: «‘Que lo crucifiquen’. Pilato insistió: ‘Pues, ¿qué mal ha hecho?’. Pero ellos gritaban más fuerte: ‘¡Que lo crucifiquen!’» (Mt 27, 22-23). «‘¿A vuestro Rey voy a crucificar?’ Replicaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que el César’» (Jn 19,15).
Este Rey no se impone, se ofrece. Su realeza está impregnada de espíritu de servicio. «No viene para conquistar gloria, con pompa y fastuosidad: no discute ni alza la voz, no se hace sentir por las calles, sino que es manso y humilde (…). No echemos delante de Él ni ramas de olivo, ni tapices o vestidos; derramémonos nosotros mismos al máximo posible» (San Andrés de Creta, obispo).
Cuando poco antes había llegado a Jerusalén, con entusiasmo y sencillez, «la gente, muy numerosa, extendió sus mantos por el camino; otros cortaban ramas de los árboles y las tendían por el camino. Y la gente que iba delante y detrás de él gritaba: ‘¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!’» (Mt 21,8-9). Pero, ahora, esos mismos gritan: «‘Que lo crucifiquen’. Pilato insistió: ‘Pues, ¿qué mal ha hecho?’. Pero ellos gritaban más fuerte: ‘¡Que lo crucifiquen!’» (Mt 27, 22-23). «‘¿A vuestro Rey voy a crucificar?’ Replicaron los sumos sacerdotes: ‘No tenemos más rey que el César’» (Jn 19,15).
Este Rey no se impone, se ofrece. Su realeza está impregnada de espíritu de servicio. «No viene para conquistar gloria, con pompa y fastuosidad: no discute ni alza la voz, no se hace sentir por las calles, sino que es manso y humilde (…). No echemos delante de Él ni ramas de olivo, ni tapices o vestidos; derramémonos nosotros mismos al máximo posible» (San Andrés de Creta, obispo).
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