¿UNA SOCIEDAD DE YOES?
En el futuro se incrementará el interés en la propia persona en detrimento de prácticas altruistas y solidarias.
Entre la “sociedad del yo” y “la sociedad del nosotros” existe un abismo insalvable.
Francesc Torralba Roselló
La
sociedad moderna ha asistido al nacimiento de un nuevo tipo de
ciudadanos que han adquirido mayores conocimientos que nunca y que
disponen de más recursos materiales que en épocas pasadas, lo que ha conducido a un incremento de la autonomía
individual. Esa autonomía individual, contemplada desde algunas
perspectivas, puede entrar en contradicción con la práctica de la
solidaridad y ser la causa, según algunos expertos, del descenso del
compromiso solidario.
“¿Somos,
realmente, una sociedad de yoes?” -se pregunta Ulrich Beck-. Hay sin
duda razones para creerlo si se pasa revista a las expresiones en boga
en nuestro tiempo: falta de solidaridad, decadencia de valores, cultura
del narcisismo, trampa del egoísmo, sociedad del ego o hedonismo son
términos que resuenan en el espacio público.
Este cambio
de mentalidad y de valores que se detecta en nuestro país, se debe, de
un modo determinante, a los jóvenes. En ninguna otra parte como en
España -afirma Inglehart- se aprecia un corte generacional tan profundo.
A pesar de todas estas transformaciones, la encuesta
mundial de los valores para España confirma que la familia recibe la
valoración más alta del conjunto de las instituciones y la que obtiene
mayor reconocimiento sobre el papel que juega en la difusión de
prácticas solidarias.
Encuestas
posteriores ratifican el creciente ascenso de la actitud solidaria por
parte de los jóvenes, aunque ello no se corresponda en un plano paralelo
a un mayor compromiso efectivo. Diversos estudios han puesto especial
énfasis en la condición juvenil como una etapa de la vida en que se
acogen y promueven, con más relevancia que en otras, causas solidarias.
Pero los mismos estudios ignoran que la situación de los jóvenes,
marcada por la incertidumbre respecto a su futuro, es una fuerza que
opera contra la posibilidad de un compromiso cívico y solidario con
cierta permanencia.
Esta
situación de incertidumbre modifica el sentido que el individuo
atribuye al hecho de estar junto a otros. La presencia de otras
variables, tales como la fragmentación, la falta de estabilidad, la
falta de certeza y otras, serían elementos que actuarían en contra del
compromiso solidario, pero hay otras realidades que tiran en sentido
contrapuesto, de modo que se produce una paradójica combinación entre
una tendencia a una individualización por un lado y la aparición de una
vasta pluralidad de tipologías de compromiso social y participación por
otro.
En definitiva, la autonomía no es, per se,
contraria a la práctica de la solidaridad. El sentido de la propia
individualidad y el deseo de emancipación no tienen porque significar un
olvido de los otros más vulnerables. Al contrario, uno puede
reivindicar plenamente su proyecto vital y contemplar, en él, a los
grupos más necesitados de la sociedad. Lo que realmente cierra el camino
hacia la solidaridad es la incertidumbre frente al propio futuro, la
precariedad laboral y la especulación de la vivienda. Cuando el futuro
se presenta bajo el signo de la oscuridad, uno tiene a pensar, sobre
todo, en sí mismo y en los suyos. Entonces, los otros quedan en un
segundo plano.
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