Dios y el demonio influenciarán a una
persona de maneras opuestas, dependiendo del camino en que se encuentre.
Si alguien está en el camino del pecado, el demonio tratará de hacer
que esa persona se sienta contenta, satisfecha y pagada de sí misma, a
fin de mantenerla moviéndose de pecado en pecado –lejos de Dios. Dios,
por su parte, despertará sentimientos de insatisfacción e inquietud en esa alma, a través del remordimiento de conciencia, de anhelos internos de «algo más» y a través de la luz de la razón que clama se busque el sentido de la vida y la verdad.
Si alguien está en el camino de la santidad, sucederá lo contrario. El demonio despertará desagrado, confusión, razonamientos falsos, inquietud
–cualquier cosa para impedir el progreso del alma o la engañará para
que deje «la entrada estrecha y el camino angosto que lleva a la Vida» (Mt. 7,14). En esta situación, Dios confirmará y confortará al alma, le dará serenidad, fortaleza –animará a la persona a seguir adelante en su búsqueda de una intimidad más profunda con Él.
Entonces, el pan de cada día del
crecimiento espiritual consiste en rechazar las influencias del espíritu
maligno y cooperar con la orientación del espíritu bueno.
Padre Evaristo Sada LC
En otras
palabras, mientras estemos de peregrinos en el mundo, no experimentaremos la
satisfacción completa y la plenitud que Dios está preparando para nosotros en
el cielo. A medida que crece nuestra relación con Dios, nuestra experiencia de
felicidad interior se irá profundizando y madurando, pero siempre estará
acompañada de los pesares que necesariamente fluyen de la vida en un mundo
caído. «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados»
(Mt. 5,5). Asimismo, siempre estará
acompañada por el combate espiritual (ver Ef. 6,10-20 y 1 Pe. 5,8) que nos
rodea y perturba nuestra alma, el cual Dios permite pero también limita; «Fiel
es Dios que no permitirá seáis tentados sobre vuestras fuerzas. Antes bien, con
la tentación os dará el modo de poderla resistir con éxito» (1 Cor.
10,13).
Ahora,
espero que puedas comprender mejor por qué Jesús y María, experimentaron
pesares, angustias y ansiedades durante su vida en la tierra. Ambos fueron
plenamente humanos y aunque estuvieron exentos de la concupiscencia
que el resto de nosotros heredó del pecado original (concupiscencia es esa
división interior por la cual nos encontramos fuertemente atraídos al egoísmo y
al mal), los dos vivieron su misión en un mundo caído
y participaron completamente en «el duro combate con los
poderes del mal».
En resumen, continuamente seguiremos experimentando tanto el consuelo
como la desolación en el campo de batalla de nuestras almas. Lo que importa es cómo reaccionamos en cada ocasión.
La verdadera luz del progreso espiritual –la voluntad de Dios- brilla fuerte y
luminosa aun en las tormentas y siempre debemos alzar nuestros ojos a ella,
guiando cada decisión de acuerdo a su luz salvadora:
«Jesús les dijo, "Mi alimento es hacer la
voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra"» (Jn. 4,34).
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