miércoles, 30 de julio de 2014

EL RESPETO POR LOS MAYORES

ABUELOS CONTRA MARCIANOS
La humanidad se jugaba su futuro en un gran partido de fútbol
 P.P.S.


Era la última oportunidad que nos habían dado los marcianos antes de exterminarnos. Solo unos pocos equipos formados por los mejores jugadores de los mejores clubs del mundo se ofrecieron a salvarnos. Bueno, esos, y un equipo de abueletes, tan viejecitos y despistados que ni ellos mismos sabían cómo habían acabado apuntados en la lista. Y como suele pasar con estas cosas, fue el equipo que salió elegido en el sorteo.

De nada sirvieron las quejas de los gobernantes, las manifestaciones por todo el mundo o las amenazas. Los marcianos fueron tajantes: el sorteo fue justo, los abuelos jugarían el partido, y su única ventaja sería poder elegir dónde y cuándo.

Todos odiaban a aquellos abuelos viejos, despistados y entrometidos, y nadie quiso prepararlos ni entrenar con ellos. Solo sus nietos disculpaban su error y los seguían queriendo y acompañando, así que su único entrenamiento consistió en reunirse en corro con ellos para escuchar una y otra vez sus viejas historias y aventuras. Después de todo, aquellas historias les encantaban a los chicos, aunque les parecía imposible que fueran verdad viendo lo arrugados y débiles que estaban sus abuelos.

Solo cuando los marcianos vinieron a acordar el sitio y el lugar, el pequeño Pablo, el nieto de uno de ellos, tuvo una idea:

- Jugaremos en Maracaná. Mi abuelo siempre habla de ese estadio. Y lo haremos en 1960.

- ¿En 1960? ¡Pero eso fue hace más de 50 años! - replicaron los marcianos.

- ¿Vais a invadir la tierra y no tenéis máquinas del tiempo?

- ¡Claro que las tenemos! - dijeron ofendidos. - Mañana mismo haremos el viaje en el tiempo y se jugará el partido. Y todos podrán verlo por televisión.

Al día siguiente se reunieron los equipos en Maracaná. A la máquina del tiempo subieron los fuertes y poderosos marcianos, y un grupito de torpes ancianos. Pero según pasaban los años hacia atrás, los marcianos se hacían pequeños y débiles, volviéndose niños, mientras a los abuelos les crecía el pelo, perdían las arrugas, y se volvían jóvenes y fuertes. Ahora sí se les veía totalmente capaces de hacer todas las hazañas que contaban a sus nietos en sus historias de abueletes.

Por supuesto, aquellos abuelos sabios con sus antiguos y fuertes cuerpos dieron una gran exhibición y aplastaron al grupo de niños marcianos sin dificultad, entre los aplausos y vítores del público. Cuando volvieron al presente, recuperaron su aspecto arrugado, despistado y torpe, pero nadie se burló de ellos, ni los llamó viejos. En vez de eso los trataron como auténticos héroes. Y muchos se juntaban cada día para escuchar sus historias porque todos, hasta los más burlones, sabían que incluso el viejecito más arrugado había sido capaz de las mejores hazañas.


¿Qué decir de los hijos? La Palabra de Dios manda: “Hijos, sean obedientes a sus padres en unión con el Señor, porque esto es justo: ‘Honra a tu padre y a tu madre’; que es el primer mandato con promesa” Ef. 6,1-3

Observemos que la obediencia a los padres se considera equivalente a ‘honrar a tu padre y a tu madre’. La palabra griega que se traduce “honrar” comunica la idea de “apreciar” o “fijar el valor o precio de una cosa”. Así, la obediencia supone más que seguir a regañadientes las reglas paternas que puedan parecerte irrazonables. Dios te pide que tengas en alta estima a tus padres y valores su dirección... Prov. 15,5


 ¿Y si tus padres hacen algo que erosiona el respeto que les tienes? Intenta ver los asuntos desde su punto de vista. ¿No ‘causaron tu nacimiento’ y te proveyeron de lo necesario? Prov. 23,22

 ¿No les motiva el amor que te tienen? Heb. 12,7-11

Habla con respeto a tus padres, y explícales con espíritu de humildad lo que sientes. Aun si responden de un modo que no te gusta, no les hables con falta de respeto Prov. 24,29

Recuerda cómo David respetó a Saúl aun cuando este se apartó del consejo de Dios. Pide al Señor que te ayude a controlar tus sentimientos. “Delante de él derramen ustedes su corazón”, dijo David. “Dios es refugio para nosotros.” 
Sal. 62,8; Lam. 3,25-27

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