En Lc 15, el evangelista nos presenta las parábolas de la
misericordia: la oveja perdida, la dracma perdida y que la dueña revuel
todo para poder encontrarla y la parábola del Padre misericordioso.
En las 3 parábolas algo se ha perdido. Lo creemos descartable y
sacrificable, como dice el Papa Francisco. Lo perdido y lo descartable
de nosotros mismos, que por no desordenar la casa, la apariencia, la
forma la estructura, dejamos que pierda su valor. Dios viene a revolver
la casa, a buscar eso que a mí me parece descartable, esa oveja que ya
no tiene sentido. Para Dios todo tiene sentido si dice algo de sus hijos
que somos nosotros. Hoy descartables son los drogadictos cada vez más
dificil de atender, los presos que preferimos tenerlos encerrados y sin
derechos, los que encerramos en los psiquiátricos, son imágenes de lo
que no nos gusta de nosotros mismos. ¿No ponene ellos en acto lo que
nsotros no podemos hacer? Los tenemos ahí arrinconados pero son las
imágenes de nuestras debilidades, que gracias a Dios y a muchas personas
no se fueron desarrollando llevándonos más allá. Lo descartable, Dios
lo busca y lo vuelve a recuperar, espera en la puerta con los brazos
abiertos. No importa qué hizo, que vuelva; no importan quién es, ábranle
las puertas.
Nos advierte el Papa Francisco, sobretodo a los curas, en no ponernos
en aduana ni en jueces, porque nada ni nadie puede ponerle límites a la
misericordia de Dios. Muchas veces tendremos que compungirnos por ser
discriminadores de los demás porque nos muestran lo que no nos gusta.
San ignanio nos propone terminar en un coloquio con Cristo crucificado.
Él es el que te vino a buscar y rescatar, el que te quiere más allá de
lo que hagas, el que te espera con los brazos abiertos, él que
representa al amor de su Padre porque nos recibe con una fiesta, ese es
el que está en la cruz. San ignacio, tan realista en su modo de amar, no
nos propone que pensemos qué vamos a cambiar, sino que nos animemos a
amar a Cristo. Y por amor vamos a cambiar, como nos pasa siempre, si no
es el amor el que nos llama a un cambio, no existe. Por ese Cristo, qué
hice, qué hago, qué haré. No en el futuro, sino ahora, hoy. ¿Qué puedo
ya? Porque eso chiquito es lo que nos invita a lo más grande.
Padre Fernando Cervera sj
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